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Paridad: más allá de la aritmética

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que las mujeres, invisibles y consideradas en minoría de edad por su condición de género, no tenían derecho a votar ni, menos, a ser electas en cargos de gobierno y de representación. El razonamiento era tan pedestre como sencillo: ¿para qué “darles” el derecho al voto, vaya desperdicio, si las solteras terminarán votando como el papá, y las casadas igual que el marido? Mejor que voten directamente ellos. Las mujeres no eran merecedoras, pues, de semejante concesión.

Como resultado de sus luchas, las mujeres conquistaron, no fue un patriarcal regalo, el derecho a elegir y ser elegidas. En Bolivia ello ocurrió hace menos de siete décadas, en el ámbito de la Revolución Nacional. Fue un salto fundamental en sus derechos de ciudadanía, empezando por el ejercicio básico de participar en la conformación del poder público. Junto con las mujeres también votaron otros excluidos/subalternos del gobierno representativo, como los indígenas.

Andando en democracia se constató que, en el papel, existían iguales derechos políticos, pero persistía un abismo de género en la representación. En la Cámara de Diputados de la transición (1982) hubo solo una mujer electa frente a 129 hombres. En el primer Senado de la democracia pactada (1985) los 27 senadores fueron hombres. Con resistencias, el sistema político accedió tres lustros después a una medida de acción afirmativa, como las cuotas (30% de mujeres candidatas). Hubo avance, pero fue insuficiente.

Hoy celebramos la composición paritaria de los órganos legislativos en diferentes niveles territoriales. Es un salto reconocido y elogiado a nivel internacional. No ha sido automático, ni fácil. Implicó la presencia activa de organizaciones de mujeres y otros sectores en el proceso constituyente y, luego, en el diseño normativo. Supuso también vigilancia ante impulsos regresivos. Sin olvidar que en los órganos ejecutivos, sin excepción, la presencia de las mujeres continúa siendo marginal.

Hago este recuento grueso del conocido itinerario con el único fin de recordar que, como acabamos de ver, la conquista de derechos no garantiza que sean irreversibles. Pero lo más importante es apuntalar el horizonte. Más allá de la paridad aritmética en las asambleas y el impulso de la agenda desde las mujeres, el desafío mayor se llama igualdad sustantiva entre mujeres y hombres, tanto en el campo público-político como en el ámbito privado. Es el irrenunciable andamio de la democracia paritaria.

FadoCracia deliberativa

Primera línea: presidenciales. El candidato naranja reta al candidato azul a un debate, uno a uno, “entre él y yo”. Voceros azules le dicen que “el oso hormiguero no debate con la hormiga”, ya que todos los días lo hace con el pueblo. Y que se ordene. El candidato rojo, en tanto, busca a ambos para hacer un trío. Ninguno le responde. Los otros no cuentan. No hay debate.

Segunda línea: vicepresidenciales. El candidato azul desafía a debatir a los otros, uno contra seis, “para no aburrirse”. El (ex)candidato rojo acepta, pero a solas y en quechua. Mientras tanto, el celeste convoca por quinta vez al candidato naranja a debatir. Éste se resiste. Y el candidato rosado le ofrece al azul un “tête à tête”. Sigue el monólogo. No hay debate.

Tercera línea: asambleístas. Si las nueve fuerzas políticas habilitadas para las elecciones de octubre postulan nombres para todos los cargos en competencia, titulares y suplentes, tendremos 3.150 candidaturas; nada menos. ¿Puede esperarse que al menos a este nivel se produzcan dos, tres, muchos debates? No lo sabemos de cierto. Lo anhelamos.