Es común ver a economistas y políticos enfrascarse en acalorados debates sobre el resultado fiscal (superávit/déficit) de la economía en sus países. Es comprensible prestar más atención cuando los gastos superan a los ingresos, lo que se conoce como déficit fiscal. Sin embargo, no todo déficit es malo, antes bien, hay que analizar las causas que lo originan, si éstas son estructurales o transitorias.

Algunos economistas y medios de comunicación locales vienen satanizando los déficits de los últimos años. Pero a pesar de lo que sostienen, la economía se mantiene estable. Y lo que es más importante aún, las familias bolivianas mantienen su confianza; para muestra, basta un botón. Días atrás una noticia informaba que entre abril y mayo de 2019 los depósitos bancarios del público crecieron en Bs 3.000 millones, mientras que la cartera de créditos se expandió en Bs 1.780 millones en el mismo periodo.

Entonces, ¿es justificable preocuparnos por el déficit fiscal? Se sabe que desde el 2014 se presentan déficits fiscales recurrentes en la economía nacional; pero muchos solo prestan atención al déficit global, y se olvidan del déficit primario y el déficit corriente, sin los cuales no se puede tener claro el análisis económico y, por consiguiente, evaluar si debemos alertarnos o no. Por ejemplo, entre 1993 y 2005 el déficit global fue de -4,6% en promedio respecto al producto interno bruto (PIB). En cambio, entre 2006 y 2018 fue de -1,5% del PIB en promedio. Y es que durante los años de bonanza, del 2006 al 2013, se tuvo superávits fiscales que permitieron un ahorro interno importante, los cuales fueron empleados en proyectos productivos.

Si a este análisis introducimos el resultado fiscal corriente, tenemos que en el período 1993-2005 se tuvo una posición levemente superavitaria del 1,2% del PIB. Pero en muchos de estos años el principal gasto tenía como destino el pago de salarios de los servidores públicos y jubilados, sin mayor aporte al aparato productivo. Entretanto, de 2006 a 2018 se alcanzó un superávit corriente del 12% del PIB en promedio. Esta posición fiscal posibilitó tener una mayor holgura a la hora de garantizar el pago de sueldos y salarios, la adquisición de bienes y servicios, el financiamiento de las políticas de redistribución y otros gastos; además, permitió destinar recursos en proyectos productivos.

Si a lo señalado incluimos el resultado fiscal primario, el cual no considera los pagos de intereses de la deuda, tenemos que para el periodo 1993-2005 se alcanzó un déficit primario del -2,3% del PIB en promedio. En cambio, entre el 2006 y 2018 fue de -0,4% del PIB. Esto corrobora que en el primer período nuestro déficit fiscal se explica por el gasto corriente. En cambio, en el segundo período el déficit fiscal deviene por la fuerte inversión pública que se está realizando en los sectores productivos del país.         

Entonces, los déficits fiscales de los años recientes no son estructurales (no responden a un mal manejo de las finanzas públicas), son más bien transitorios; pero a la vez son necesarios, ya que antes de 2006 la inversión pública apenas alcanzaba los $us 600 millones en promedio, pero ahora bordea los $us 3.000 millones en promedio. Hay que recordar que muchas de las opiniones de estos “expertos” se sustentan en los textos de enseñanza (muy dogmáticos) y en las recetas de los organismos internacionales del mainstream neoliberal, los cuales en los últimos 40 años han recomendado las mismas medidas para distintos países, causando inestabilidad política y económica, sumando a una mayor población en la pobreza.

* Economista.