La búsqueda frenética para nuevos candidatos tras una renuncia de alto perfil, la defensa de un referéndum presentado como la salvación de la “democracia” y el inconfundible olor de una campaña que se lanzó sin plan… no me refiero a la cruzada electoral en favor del 21F, sino al Reino Unido, país en el que Boris Johnson acaba de asumir como primer ministro. Tras las renuncias de David Cameron y de Theresa May, un número sin precedentes, Johnson hereda el regalo envenenado que significa impulsar la salida del Reino Unido de la UE, popularmente conocida como brexit.

Tres años después del fatídico referéndum de 2016, el Reino Unido todavía no sabe cómo lidiar con el brexit. En el Parlamento ningún partido ha logrado consolidar un acuerdo para la salida. Con la fecha límite a la vuelta de la esquina para esta separación (el 31 de octubre), la posibilidad de un brexit duro (sin acuerdo) parece cada vez más real, lo que podría generar una recesión en el Reino Unido, la reanudación del conflicto en Irlanda, supermercados sin alimentos y farmacias sin medicamentos, entre otros escenarios de pesadilla. Y todo esto como resultado de una pregunta con una respuesta cerrada (sí o no) que el pueblo británico no estaba en condiciones de contestar, ya que se trataba de una decisión compleja, de gran magnitud y con consecuencias a largo plazo. Y para colmo de males, el voto a favor del brexit ganó solo por un pequeño margen.

El desmantelamiento de 40 años de unidad bajo un proyecto socio-jurídico-político-económico e ideológico, como es el caso del Reino Unido, y su separación de la UE es una situación muy particular. Sin embargo, pienso que hay ciertos ecos de esta historia aquí en Bolivia que valdría la pena reflexionar. En ambas naciones hay un cansancio evidente y una desconfianza entendible del electorado respecto al statu quo. La cuestión es ¿qué hacer con esta indignación?   

En Bolivia hay una campaña desarrollada en su totalidad en torno al 21F: el “corazón de nuestra esencia, de nuestra propuesta, de nuestra candidatura”, en palabras del candidato de Bolivia Dice No, Óscar Ortiz, la cual suena a populismo de derecha. Si la búsqueda de justicia social fuese realmente el norte de esta cruzada electoral, se hablaría de otros asuntos de interés nacional, como las amenazas que se ciernen por causa de los proyectos extractivistas sobre los parques naturales de Tariquía y el TIPNIS, y contra los pueblos indígenas chimán y mosetén, entre otros; o de los feminicidios, que este año ya han superado los 72 casos.

Con el resurgimiento de sectores radicales, abiertamente racistas, tanto en Europa como en EEUU y en Brasil, la coyuntura geopolítica se ha vuelto muy compleja; por lo que hay que pisar con cuidado. En 2017 entrevisté al Dr. Huascar Salazar buscando lecciones desde Bolivia para los movimientos sociales en Gran Bretaña. Esto por el antecedente histórico de que en este país los movimientos habían logrado canalizar su poder fuera de las urnas, gracias a un manejo colectivo de la reproducción de la vida (siendo “la guerra del agua” el ejemplo por excelencia).

Aunque el MAS ha surgido desde los mismos movimientos sociales, después de 10 años en el poder su base social se encuentra hoy más fragmentada, debilitada y cooptada que nunca. Ciertamente el gobierno del MAS ha logrado abrir el país frente a las demandas de un capitalismo feroz y globalizado. Me duele decir que estoy de acuerdo con Samuel Doria Medina (solo) cuando dice que en octubre habrá que elegir la opción “menos mala”. ¿Cuál es la opción “menos mala”?, sería entonces la pregunta para el pueblo boliviano. Sin embargo, como ciudadanos de cualquier parte del mundo, tenemos que soñar más allá del “mal menor”. Viene siendo hora de agarrar la agenda como sociedad(es) civil(es), y dejar de regalar nuestra capacidad de tomar decisiones a la clase política, de cualquier índole que ésta sea.

* Periodista británica.