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Las ratas ya están aquí

Uno: este es el país de las ratas, de los agujeros, de las alcantarillas. Este también es el país sojuzgado por los gatos dioses, malditos gatos dioses, amos de la tortura. Una rata entra bailando diablada, feliz. “Debería existir un lugar donde nunca te mueras”, piensa. “Las ratas no deberían morder a otras ratas”, vuelve a pensar. Es una rata de dos patas, sentimental y anarquista; una rata obrera con overol sucio que en su prisión habla con un amigo imaginario (su “Roquefort”, su “Wilson”). Tiene hambre y tiene miedo; no de morir, sino de olvidar cómo morir. “Las vacas valen más que las ratas”, piensa ahora. Un grito intimidante y felino se escucha a lo lejos: ¿dónde se esconden las ratas? Hay que destruir el paraíso de los dioses gatos. La rebelión va a estallar. Basta de tiranía, es el último viaje. Las ratas ya están aquí.

La mala fama de las ratas ha infectado nuestro imaginario. Son portadoras de la muerte, inquilinas de la miseria; sin llegar a ser presencias cotidianas tampoco resultan extrañas. Las ratas activan el imán de nuestra fascinación más oscura. Las ratas, estos días, están de moda y tienen miedo; un miedo que las mueve, que las salva, que las hace más fuertes. Nunca habrá un prado verde donde huir; jamás, un paraíso sin trampas.

Dos: Ratas: historias de alcantarilla, monólogo de Freddy Chipana y Altoteatro, es Maus, el gran cómic de Art Spiegelman, la vida y muerte de un superviviente. En Ratas hay judíos (los perseguidos son ratones) y alemanes (los tiranos son gatos): otra vez el fantasma de la dictadura mirando al futuro. Sí, también hay memoria, aunque nos digan todos los días que recordar es malo.El buen arte (el teatro, el cómic, la literatura) sirve para viajar al corazón de nuestras propias historias personales, sirve finalmente para recordar o “volver a pasar por el corazón”, como bien enseña el latín. ¿Qué hacías tú cuando estalló el penúltimo golpe? ¿Qué hacían las familias de los desparecidos? ¿Qué hacían los prisioneros y los verdugos? Ni olvido, ni perdón. La memoria vive, pese a los gatos que se reinventan, pese a su plato favorito, la picana. Malditos gatos dioses.

Tres: Ratas es una fábula para adultos. Y, como toda fábula, tiene dolor, felicidad y aprendizaje. Es una obra aderezada con el imprescindible humor (mejor, cuando apunta a la televisión basura hipnotizante), con referencias a la cultura pop (Mickey Mouse y compañía) y con las habituales imágenes potentes de Altoteatro (el cuerpo acribillado con mixtura se queda en la retina). Es cierto que el efectismo es siempre un territorio resbaladizo; es cierto que Chipana a ratos se enamora en demasía de su propio estilo. Es también cierto que el amor imposible a la luna de queso está metido con calzador. Menos es más.

El buen manejo del audiovisual (de Fernando Espinoza) y otra vez un excelso trabajo musical de Jorge Zamora llegan entonces para poner una montaña de granitos de arena y encumbrar este monólogo —el género más arriesgado— hacia las altas cimas de nuestro teatro boliviano, guerrillero por naturaleza. La fábula moldea nuestras almas, dijo Platón. Ratas moldea nuestra inevitable rebelión. “Somos nuestra memoria. Somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, diría Borges. Y si la tocas, la memoria duele.

Cuatro: Freddy Chipana, criado en la escuela del Teatro de los Andes, es uno de los hombres más valiosos de nuestro panorama escénico. Trabajador incansable y agradecido, optimista y entusiasta por naturaleza, formador, siempre sorprende, incluso cuando el menú es aparentemente predecible. El uso de su cuerpo, el alto grado de expresividad de su rostro y el saber estar en el escenario son siempre su apuesta segura. Estamos como estamos porque la gente conoce más a los Marquina que a los “Chipanas” y su gente.

La penúltima canción que suena en Ratas (en una exquisita y bien elegida “banda sonora”) es un tema ecuatoriano que nos habla de la necesaria memoria: “si tú me olvidas, blanca azucena, pierdo (también) la vida”. Todos vamos a caer en la tentación de la trampa del olvido. Todos vamos a ser delatores. Todos peleamos con gatos. Todos llevamos una rata dentro, hasta la muerte.

* Periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.