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El racismo como estrategia

Trump cree que avivar el racismo entre sus bases de votantes blancos y mayores es una estrategia ganadora.

/ 5 de agosto de 2019 / 07:02

Las campañas electorales se hacen para ganar. Ganar para tener el poder de imponer tus preferencias políticas. Creemos en lo acertado de nuestras ideas. Creemos que nuestras sociedades serán mejores si se hace que las cosas funcionen a nuestro modo. Todos pensamos que tenemos la razón. Esto es aún más cierto para las personas que trabajan en las campañas, lo que hace que sea tentador que los fines justifiquen los medios.

Cuando el presidente Donald Trump recurrió a Twitter para decir a cuatro congresistas demócratas progresistas (conocidas como El Escuadrón)  que si no les gusta Estados Unidos, deberían “regresar para ayudar a arreglar los lugares totalmente desastrosos e infectados de crímenes de los que vinieron”, la noticia se extendió por todo el mundo. A primera vista parecía tratarse del típico Trump tuiteando compulsivamente su furia. Pero, según personas próximas a él, ese racismo es realmente una táctica de campaña. Trump cree que avivarlo entre sus bases de votantes blancos y mayores es una estrategia ganadora para 2020. Y no se equivoca: le funcionó en 2016.

En Europa es necesario recordar que ese no es un fenómeno estadounidense, sino un patrón que vemos extenderse por todo el continente. Líderes que despotrican contra la corrección política, que conectan con aquellos que se sienten ofendidos porque la sociedad educada no les permite vocalizar lo peor de lo que se les pasa por la cabeza. Cuando líderes políticos como Trump, Matteo Salvini, Marine Le Pen o Santiago Abascal dan permiso a la gente para que sea descaradamente racista, abren un círculo vicioso de resentimiento que solo genera más resentimiento. Y hacerlo como táctica de campaña no solo es una mala praxis, sino también moralmente reprobable.

He dedicado gran parte de mi carrera a trabajar en campañas, que me gustan porque cuando los votantes acuden a las urnas para expresar sus preferencias constituye la piedra angular básica de la democracia. Las campañas pretenden persuadir al votante en sus opciones y, por lo tanto, desempeñan un papel crucial en democracia. Tal privilegio implica una responsabilidad, aunque las campañas estén muy controladas por la opinión pública. Estas deberían realizarse con estándares más elevados y no ser convocadas para agitar lo peor de las personas en la persecución de la victoria electoral.

El cálculo de Trump consiste en que irritar a los votantes blancos y mayores les llevará a las urnas el 3 de noviembre de 2020, de manera que ese grupo y el de algunos votantes latinos será suficiente para hacerse con una estrecha victoria electoral similar a la que obtuvo en 2016. Esto nos vuelve a llevar a una de las principales preguntas que todos nos hicimos tras su elección en 2016: ¿cómo iba a gobernar y para quién iba a gobernar? Trump ha demostrado, una y otra vez, que solo gobierna para su base de leales votantes, lo cual contrasta con la mayoría de los presidentes estadounidenses, quienes pidieron unidad y prometieron ser presidentes para todos.

El cálculo de Trump es que El Escuadrón es su objetivo preferente, mientras los demócratas están aún buscando un candidato. No importa que las cuatro congresistas sean ciudadanas estadounidenses. Alexandria Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley y Rashida Tlaib nacieron en EEUU, mientras que Ilhan Omar nació en Somalia, llegó a EEUU con 10 años y tiene adquirida la ciudadanía. Pero, con tal de ganar, Trump está dispuesto a explotar la indignidad existente en los corazones de algunas personas. Tampoco importa que, de las cuatro, solamente Ocasio-Cortez y Tlaib se identifiquen como demócratas socialistas; él las describe a todas, y por extensión a Nancy Pelosi y al Partido Demócrata, como socialistas.

De hecho, en su entorno dicen que alardea de ser capaz de “casar” a Pelosi y al Partido Demócrata con El Escuadrón. Los jóvenes estadounidenses están cada vez más abiertos a la idea del socialismo, pero es todavía una etiqueta tóxica para los estadounidenses blancos y de mediana edad. Aunque eso podría formar parte de cualquier campaña más común (los republicanos han estado imprecando a los demócratas con la palabra socialismo durante mucho tiempo), las nociones racistas que subyacen en su ataque son las que hacen repulsivo todo este asunto.

El mundo sigue las elecciones estadounidenses no solo porque tengan consecuencias internacionales, sino porque constituyen un espectáculo alimentado por enormes cantidades de dinero. Partidos políticos de todas partes las estudian y convierten sus ingredientes en tácticas que funcionan en sus países. No es la primera ni será la última vez que el racismo se utilice como una estrategia más.

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Nombrar a los culpables

El objeto de este movimiento es el poder, no para arrebatarlo a los hombres, sino para buscar el equilibrio.

/ 21 de enero de 2018 / 13:21

En 1975 se produjo un momento importante, cuando Lin Farley acuñó el término acoso sexual para describir lo que las mujeres sufrían a manos de tantos hombres compañeros de trabajo. En aquel tiempo yo tenía siete años y no sabía nada de feminismo, pero correteaba vestida con una camiseta que decía “Women’s lib” (acrónimo del “Movimiento de Liberación de la Mujer”). Para mí, aquello era una obviedad, y el futuro me ofrecía las mismas posibilidades que a cualquier chico.

Hubo otro momento en 1991, cuando Anita Hill testificó en el Senado de EEUU sobre el acoso sexual que había sufrido a manos del candidato al Tribunal Supremo Clarence Thomas. Yo acababa de terminar la carrera en la Universidad de California (UCLA) y trabajaba en una agencia de publicidad en la que apenas se hablaba de otra cosa. Despertó mi feminismo ver a un comité de senadores, todos hombres, que ponía en duda la credibilidad y los motivos de Hill y acabó aprobando la designación de Thomas sin pestañear. La indignación suscitada empujó a más mujeres a presentar sus candidaturas a cargos públicos, hasta el punto de que, tras las elecciones de 1992, el porcentaje de mujeres en el Congreso estadounidense pasó del 6% al 10%.

El tercer momento ha llegado ahora, en 2017. Sí, 26 años después. Esta vez viene acompañado de su propio hashtag, #MeToo, con ecos mundiales y la designación de “personaje del año” de la revista Time. La ira y la frustración han vuelto a ser el motor. Un hombre que presume de acosar sexualmente a mujeres (y que recientemente ha apoyado la candidatura al Congreso estadounidense de un individuo que había abusado de menores) ocupa la Casa Blanca tras haber derrotado a la primera mujer candidata de un gran partido político.

La dimensión que ha adquirido la campaña de #MeToo nos recuerda lo extendidos que están los abusos sexuales, pero lo importante es que las mujeres están dando un paso al frente y señalando con el dedo. Unos hombres famosos y poderosos que han tenido un comportamiento despreciable están, por fin, sufriendo las consecuencias. Y eso lo cambia todo. No necesitamos más campañas de concienciación, sino contar nuestras historias. Por eso ha estallado #MeToo.

Decir los nombres de los culpables hace que #MeToo deje de ser una crítica general contra todos los hombres para ser específica y dirigida a los depredadores sexuales. Días atrás The New York Times publicó una lista de hombres conocidos que han caído en desgracia. Por ahora hay ya 42 nombres de personajes provenientes de sectores como los medios de comunicación, la tecnología y la política. No se sabe aún qué consecuencias legales habrá, pero las culturales, la presión social que ha obligado a despidos y dimisiones son asombrosas.

Cada vez que unas mujeres nombran a los culpables, surgen otras que ratifican sus denuncias, y la unión hace la fuerza. Hasta ahora, lo normal era que a las mujeres que se atrevían a hablar, como las que acusaron al Presidente de acoso sexual durante la campaña electoral, se les dieran excusas como “es lenguaje de vestuario” y “los chicos siempre serán chicos”, para no hablar del viejo recurso de decir que ellas eran unas putas.

El objeto de este movimiento es el poder, no para arrebatárselo a los hombres y dejarlos a merced de las mujeres, sino para buscar el equilibrio. Tenemos la oportunidad de hacer cambios reales que beneficien a las mujeres y a los hombres que han sufrido acoso o abusos sexuales por parte de alguien poderoso. ¿Podemos estar todos de acuerdo en que el comportamiento sexual indebido en el lugar de trabajo está mal? Según las últimas encuestas de EEUU, sí; la gran mayoría de los encuestados (el 87%) cree que “es fundamental una política de tolerancia cero para que cambien las cosas en nuestra sociedad”.

Esta transformación cultural, además, puede crear una reacción en cadena que derribe algunas de las barreras sociales más tenaces, como la brecha salarial de género y la falta de mujeres en puestos de poder. Las economistas Joni Hersch, de la Universidad de Vanderbilt; y Elise Gould, del Economic Policy Institute, han estudiado los efectos del acoso sexual en la brecha salarial. Aunque sus conclusiones sobre las causas difieren ligeramente, sí están de acuerdo en una cosa: el acoso sexual obliga a las mujeres que no están dispuestas a aguantarlo a aceptar puestos de trabajo peor remunerados.

Es analista de Relaciones Internacionales, escritora y profesora en la Universidad Europea.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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El baile hacia el centro

Elecciones en Estados Unidos

/ 4 de noviembre de 2012 / 04:00

Tras la larga campaña de un Romney severamente conservador, en los tres debates presidenciales hemos visto al Mitt moderado. El baile hacia el centro es un fenómeno que muchos candidatos y partidos suelen necesitar para ganar elecciones. Las bases del Partido Republicano son fieles y están animadas a votar, pero no reúnen apoyos suficientes para ganar. Por lo tanto, necesitan o bien una escasa participación demócrata en las urnas o lograr un margen importante de votos de independientes. La maquinaria de campaña de las bases de Obama es legendaria, y por eso los republicanos no pueden contar con lo primero; Romney no tiene otra opción que captar independientes para asegurar su victoria. Por lo tanto, después de un año escondido detrás del Romney conservador, ha vuelto a salir su álter ego, el Mitt moderado, justo a tiempo para los debates, cambiando de opinión, tanto en asuntos de política nacional como exterior.

Las mujeres son votantes cruciales en esta elección y temas como el derecho de acceso al aborto y la contracepción nos indican el respeto que tiene un candidato por nuestra igualdad, independencia y dignidad. Romney tiene opiniones distintas: están muy bien documentadas sus declaraciones a favor del derecho de decidir sobre el aborto (o sea, pro-aborto) durante su época política en el Estado progresista de Massachusetts.

Pero en su primer intento de lograr la nominación presidencial del Partido Republicano, en 2008, tenía que demostrar que era un verdadero candidato conservador y se declaró a favor de la vida (o sea, antiaborto). En un artículo que escribió en National Review en febrero de 2011 dejó clara su posición en contra del aborto, con las excepciones de violación, incesto o para salvar la vida de la mujer, y escribió que haría “todo lo que estuviese en su poder” para restringir el derecho al aborto con una legislación específica. En cambio, hace unas semanas, declaró: “No hay ninguna ley relacionada con el aborto que vaya a incorporarse a mi programa”.

La política exterior es lo que más seguimos desde fuera de Estados Unidos, Romney y los republicanos llevan meses proclamando la necesidad de asegurar la libertad a través de la fuerza. Según su visión del excepcionalismo de Estados Unidos, durante los últimos cuatro años de apaciguamiento de Obama, hemos perdido el respeto del resto del mundo; a pesar de lo que digan las encuestas internacionales de opinión, hace falta que Estados Unidos practique políticas exteriores unilaterales y bélicas para ser respetado.

Estas declaraciones muestran que el núcleo de las diferencias entre Obama y Romney en asuntos exteriores, antes de los debates, tenía que ver con la combinación de poder blando y de poder duro. El poder blando es “la capacidad de obtener lo que se quiere mediante la atracción en lugar de la coacción”, según Joseph Nye, politólogo estadounidense creador del término. Nye explica el poder duro como “la capacidad de utilizar las zanahorias y palos del poder económico y militar para que otros sigan su voluntad”. Los últimos cuatro años hemos sido testigos de una política exterior de Obama que valora el poder blando junto con el duro. A través de sus declaraciones, podemos entender la política exterior del Romney conservador como más parecida a la de George Bush, basándola en amenazas de usar la fuerza y sanciones económicas.

La despreocupación de Romney por el poder blando ha sido muy evidente en los últimos meses. Pero en el tercer debate, Romney se convirtió al poder blando: no sólo estaba de acuerdo con Obama en la necesidad de colaborar con nuestros aliados sino que, además, hablaba de paz. En la campaña de las primarias de los republicanos, Romney estaba en contra de fijar una fecha para salir de Afganistán. En cambio, en el tercer debate dijo que simplemente está en contra de anunciar la fecha. Antes estuvo de acuerdo con la guerra en Irak, pero en el tercer debate declaró: “no queremos otro Irak, no queremos otro Afganistán; no es el camino adecuado para nosotros”. Durante las primarias, recomendaba amenazas bélicas para Irán, pero en el debate dijo: hay que recordar que la misión es “disuadir a Irán de tener un arma nuclear a través de medios pacíficos y diplomáticos”.

¿Qué Romney gobernaría? Es un gran error dejar que el Romney moderado nos seduzca tanto que creamos que es el verdadero. Podemos imaginar de forma realista cómo gobernaría Romney a través de sus simpatizantes, que no tienen nada que perder siendo claros. La presión que vendrá de sus donantes, del Partido Republicano y de sus grupos de presión como el Tea Party y Americans for Tax Reform, será tremenda. Romney, como todos los presidentes del mundo, querría volver ganar y les necesitaría.

Unos pocos votantes independientes en los estados clave decidirán dentro de unos días quién dirigirá Estados Unidos (y el mundo) durante los próximos cuatro años. Espero que no voten por el cambio simplemente por el mero cambio. En vez de aceptar la falsa esperanza de un cambio conservador disfrazado como moderado, confío en que sean lo suficientemente inteligentes como para rechazar esta manipulación.

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