Reportaje a La Paz
La construcción de viviendas al borde de la riviera del lago revela la tolerancia (léase corrupción) de las autoridades.
Después de un año de ausencia, volver a la “Ciudad maravillosa” trae consigo la curiosidad por apreciar cambios positivos o detectar aspectos negativos, comenzando por el Aeropuerto de El Alto, que en general ha mejorado en su presentación, salvo en la higiene de sus servicios sanitarios. Naturalmente, la diversificación de la red con líneas coloreadas adicionales y el aumento consiguiente de vagones teleféricos que surcan el cielo paceño constituye una singular hazaña, que permite a turistas y nativos el disfrute de un paseo aéreo para deleitar la vista con la vasta policromía de sus cerros, sus tejados, sus cumbres nevadas y los celajes de intenso azul.
Volviendo a tierra, los usuarios de los buses PumaKatari gozan de cómodos asientos, esmerada atención de los guardianes y precios de boletaje abordable. Pese a ser días cívicos festivos, el orden urbano es aceptable, y la instalación de quioscos y puestos de venta del comercio informal, inevitable. Es decir, se nota una satisfactoria gestión municipal, al lado de una discreta presencia policial.
El insoslayable recorrido por la calle Sagárnaga y cuesta arriba por los recovecos de las brujas nos muestra la rica artesanía nacional, exhibida en cientos de tiendas especializadas, con contados artículos “made in China”. Hoy, el paladar más exigente puede encontrar restaurantes de cruda gastronomía local y otros que, en encomiable sincretismo, usan insumos típicamente bolivianos para condimentar sofisticados platos internacionales.
Un día de sol, las avenidas transversales se llenaron de danzarines en aquello que se denomina la Entrada Universitaria, que es en realidad un alegre carnaval de la juventud paceña. Mozas de pierna corta y cadera ancha, con breves atuendos de colores agresivos, bailaban cadencias estridentes, mostrando los recónditos tesoros de su beldad a ávidos espectadores. Decenas de músicos acompañaban a los bailarines ensordeciendo el ambiente.
En otra jornada, se inauguró la XXIV Feria Internacional del Libro, que ocupa un enorme recinto donde se han acomodado libreros nacionales y foráneos. En esa muestra es sorprendente constatar la prolífica producción de autores autóctonos, en ensayos sociológicos, ficción novelera y hasta poesía, en cuyos autores más que la rima se advierte el coraje de firmar sus frutos con nombre propio.
Una excursión al lago Titicaca, tan próximo a La Paz, brinda la triste oportunidad de comprobar la denuncia de los ecologistas en todo el mundo: el alto grado de contaminación, que está provocando la extinción de peces y la flora lacustre. A ello se añade la construcción de viviendas al borde de la riviera del lago, que enarbolan el mal gusto de sus propietarios y la tolerancia —léase corrupción— de las autoridades que permiten ese ecocidio.
Como es tiempo electoral, la mera lectura de los titulares en los medios produce estupor y desaliento. Por ejemplo: una diputada que logra colocar a una decena de parientes próximos en altos cargos, feminicidios casi diarios, un magistrado que instruye al juez dictar la sentencia de su agrado, aquella candidata a senadora que propinó una paliza a su anciano padre, carreteras recién inauguradas con baches y roturas peligrosas, y otras noticias alarmantes. Como dice un viejo proverbio, en la antesala electoral, “hay que esperar lo mejor y estar preparado para lo peor”.
* Doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia