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El racismo sale del armario

En 1981, Lee Atwater, el famoso operador político republicano, le explicó a un entrevistador cómo su partido había aprendido a sacar provecho del antagonismo racial mediante mensajes en clave para ciertos grupos específicos. “Comienzas en 1954 diciendo: ‘Negro, negro, negro’”, pero para finales de los sesenta “eso te daña, y produce un efecto indeseado. Así que dices cosas como, por ejemplo, ‘traslado obligado en autobús multirracial’, ‘derechos de los estados’, y todas esas cosas, y te vuelves algo abstracto. Ahora, hablas sobre recortar impuestos, y todas esas cosas de las que estás hablando son cuestiones totalmente económicas, y un subproducto de ellas es que a los negros les va peor que a los blancos”, explicó. Bueno, los días de los mensajes racistas en clave se acabaron. Los republicanos en general han vuelto al llano: “Negro, negro, negro”.

Por ejemplo, como todos saben, días atrás Donald Trump atacó a cuatro congresistas demócratas progresistas, diciendo que ellas deberían “regresar y ayudar a arreglar esos lugares totalmente descompuestos e infestados de delincuencia de donde venían”. Sucede que tres de las cuatro congresistas aludidas nacieron en Estados Unidos, y la cuarta es una ciudadana del país debidamente naturalizada. Sin embargo, todas son mujeres de color.

Perdón, no hay forma de defender esto, ni alegar que Trump no dijo lo que dijo. Esto es racismo, simple y llanamente, no tiene nada de abstracto. Además, evidentemente al Presidente de Estados Unidos no le preocupa que resulte contraproducente. Este debería ser un momento de la verdad para cualquiera que describa a Trump como un “populista” o afirme que su apoyo se basa en la “ansiedad económica”. No es populista, es un supremacista blanco. Su apoyo no se sustenta en la ansiedad económica, sino en el racismo.

Y como estamos en este momento de claridad, hay varios puntos adicionales que debemos abordar. Primero, esto no solo tiene que ver con Trump, también con todo su partido. No solo me refiero a la casi absoluta ausencia de condena al racismo del  tuitero en jefe por parte de los republicanos destacados, aunque su cobardía era totalmente predecible. Me refiero a que Trump no está solo en la decisión de que este es un buen momento para sacar al racismo descarnado del armario.

La semana pasada, Bill Lee, el gobernador republicano de Tennessee, firmó una proclama en la que ordena que haya un día para honrar al general confederado Nathan Bedford Forrest, a quien describió como una “figura militar reconocida”. Es cierto que Forrest fue un talentoso comandante militar; también fue un traidor, un criminal de guerra que masacró a prisioneros afroamericanos, además de un terrorista que ayudó a fundar el Ku Klux Klan.

Veámoslo de esta forma: los nazis también tuvieron algunos generales muy buenos. Pero el mundo se horrorizaría si Alemania anunciara planes para comenzar a conmemorar el “Día de Erich von Manstein”. Sin duda, a algunos alemanes de extrema derecha les gustaría honrar a los héroes nazis, pero no están en puestos de poder; en cambio, sus equivalentes en Estados Unidos sí lo están.

Segundo, aunque la mayoría de los comentarios se centran en la exigencia de Trump de que estas mujeres que nacieron en Estados Unidos “regresen” a sus países de origen, su descripción de esos países de origen imaginarios como “infestados de delincuencia” también merece algo de atención, dado que su fijación con la delincuencia es otra manifestación de su racismo.

No estoy seguro de cuántos recuerden el discurso de Trump en su toma de protesta como presidente, en el que abordó la cuestión de la “carnicería estadounidense”, una supuesta epidemia de delitos violentos que se propagaba por las ciudades de nuestra nación. No lo dijo de manera explícita, pero sin duda dio a entender que esta supuesta ola de delincuencia estaba siendo perpetrada por gente de piel morena. Y, claro, tanto el Mandatario como los medios trumpistas no dejan de hablar sobre los migrantes delincuentes.

En la realidad, los delitos violentos en las grandes ciudades de Estados Unidos se encuentran en niveles mínimos casi históricos, y toda la evidencia disponible sugiere que los inmigrantes son, si acaso, menos propensos que los que nacieron en el país a cometer delitos. No obstante, la asociación entre los no blancos y la delincuencia es un principio muy profundo entre los racistas blancos y no hay evidencia alguna que debilite esa creencia.

Ah, y la verdadera “carnicería estadounidense” es el aumento repentino en las “muertes causadas por la desesperanza”, ya sea por drogas, suicidio o alcoholismo entre los blancos con grados más bajos de escolaridad. Pero esto no encaja con el discurso racista republicano.

Por último, el nuevo nivel de comodidad del Partido Republicano con el racismo declarado debería servir como una llamada de atención para los demócratas, tanto de centro como progresistas, quienes en ocasiones parecen olvidar con quién y con qué se enfrentan.

Por un lado, la celebración de Joe Biden de las buenas relaciones que solía tener con senadores segregacionistas suena todavía más desatinada de lo que era hace un mes. Está claro que Biden no es racista, pero necesita darse una idea de lo importante que es enfrentar el racismo que se extiende por el Partido Republicano.

Por otro lado, los demócratas necesitan ser muy cuidadosos de no hacer nada que pueda considerarse siquiera un indicio de que están usando el tema del racismo contra su propio partido. Entiendo la frustración cada vez mayor por la cautela de Nancy Pelosi y la exasperación ante los demócratas moderados que dan lugar a esa cautela; muchos de nosotros compartimos su frustración. Pero no hay un equivalente entre ni siquiera los demócratas de más lenta reacción y la incitación racial evidente del Partido Republicano, y cualquiera que sugiera lo contrario está actuando destructivamente.

Resulta tentador decir que los argumentos republicanos a favor de la igualdad racial siempre fueron hipócritas; hasta es tentador ver con buenos ojos la transición de los mensajes en clave al racismo declarado. Sin embargo, si la hipocresía es el tributo que el vicio le paga a la virtud, lo que estamos viendo en este momento es un partido que ya no siente la necesidad de pagar ese tributo. Y eso es profundamente aterrador.

*es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía de 2008. © 2015 Th e New York Times. Traducción de News Clips.