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Relato de vencidos y vencedores

Vivimos en un mundo en el que acostumbramos a conocer la historia escrita de puño y letra de los vencedores.

/ 16 de agosto de 2019 / 23:38

Hace algunos años, una amiga mexicana me regaló un libro que siempre recomiendo: Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, del antropólogo Miguel León Portilla. En el texto el autor compila una serie de relatos históricos de la época de la conquista en México, pero con una característica sobresaliente: narrada desde la perspectiva de los pueblos autóctonos. Se trata no solo de la otra mirada, sino que prácticamente de otra historia, diferente, es ni más ni menos que la versión de los derrotados, relatada en primera persona, con sus sufrimientos, sus penas, dolores y humillaciones padecidas.

Vivimos en un mundo en el que acostumbramos a conocer la historia escrita de puño y letra de los vencedores, y ahí no hay lugar para la visión de los vencidos. Nos entregan un relato en el que siempre hay un comienzo, un nudo o problema y un desenlace, todo esto aderezado con el protagonismo estelar de un héroe que marca una época e incluso a una sociedad entera.

Pero la historia se juega en el presente, es hoy y ahora, en este mismo instante, en que están en disputa los relatos que se plasmarán como veraces en los textos del futuro. Se trata, por lo general, de visiones antagónicas que compiten por instalarse e incidir en forma inmediata en la opinión pública, para así comenzar a prevalecer e incluso someter.

Estas visiones de los presuntos noveles vencedores encuentra a veces a sus cómplices en analistas políticos de ocasión, que son los encargados de brindar la base científica y de formalizar la verosimilitud del relato; y de algunos medios de comunicación serviles al poder que cumplen con el rol de certificar la autenticidad de la narrativa. También tienen su papel las encuestadoras y el uso de la información de los datos de investigación que surge de éstas, con algunos pseudoprofesionales que dictaminan victorias o derrotas con gran antelación, sin tener conocimiento además de los objetivos políticos de los partidos y candidatos.

Las investigaciones de opinión pública son un material sumamente valioso cuando se lo trabaja profesionalmente, pero no dejan de ser una foto de un momento y lugar determinado, con márgenes de error y metodologías que no siempre son las más apropiadas. No se trata de la verdad revelada, pero forman opinión y pueden generar un efecto arrastre (o bandwagon) con aquellos electores que deciden su voto subiéndose al carro ganador.

El discurso predominante tiene además un rol decisivo en las campañas electorales. Es determinante no solo multiplicando o mellando el ánimo ciudadano y de la masa militante, sino que también juega un papel fundamental en la planificación estratégica y en el plan general de una campaña.

Alertados de esta situación adversa, los colectivos políticos tienen que tener en cuenta que todo se puede revertir, no solo los datos circunstanciales que arrojan las encuestas en momentos puntuales, sino también —y fundamentalmente— el relato de una campaña que puede aparentar estar vacío o carente de contenido sustancioso. Pero para ello es necesario antes que nada reconocer la existencia del problema y posteriormente trabajar en una planificación estratégica a medida y en forma profesional.

Sin relato, no hay campaña, no hay épica, ni héroe. Sin relato no habrá candidato exitoso. Sin planificación estratégica que contemple la multiplicidad de variables comunicacionales y políticas estaremos más lejos de una campaña triunfal. Si no contamos con estas dos variables, seguramente en el futuro alguien podrá recopilar nuestra visión de los vencidos de campaña electoral.

* Periodista, consultor en comunicación política y campañas electorales. Ha asesorado candidatos y colectivos progresistas en Uruguay, Chile, Francia y España.

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La afropolítica y nuestra cotidiana hipocresía

El poder político responde a la supremacía blanca en todo el continente.

/ 12 de junio de 2020 / 06:09

George Floyd no respira. Las imágenes son contundentes. Un asesino ataviado formalmente con uniforme policial aplica violentamente un estrangulamiento a una persona que está inmovilizada en el piso. La víctima reclama que no puede tomar oxígeno, el victimario no presta atención. El resultado es inminente: la muerte.

Confieso que la primera vez que vi el informe de la muerte de este hombre no me sorprendió, tuve esa extraña sensación de deja vu, de estar viendo una noticia vieja, de creer que ya lo había visto. Luego me di cuenta de que no, de que se trataba de otro hombre negro asesinado, algo que lamentablemente ha sido habitual por parte de la policía de los Estados Unidos a lo largo de la historia

A partir del condenable homicidio se desató la reacción ciudadana y la condena mundial. Las movilizaciones en el país norteamericano no han dejado de suceder y el rechazo del mundo entero se hace sentir en cada rincón del planeta. Nos horrorizamos ante el crimen que sufrió George Floyd, y también del que padecieron —y siguen padeciendo— innumerables personas que no forman parte de la elite blanca de la sociedad estadounidense. Y ahí, en ese punto, es que aflora nuestra hipocresía racial, porque en América Latina no estamos libres del pecado.

No existen dudas de que en Estados Unidos la supremacía blanca juega un rol siniestro, avasallando los derechos y oportunidades no solo de los negros, sino también de los pueblos originarios, los latinos y los asiáticos. Pero esta situación no es exclusiva de la nación del norte, sino que se da en cada uno de nuestros países de la región.

América Latina y el Caribe tienen una población aproximada de 150 millones de habitantes afrodescendientes, lo que corresponde casi a un tercio del total de personas del continente. No necesitamos estadísticas oficiales para darnos cuenta de que los principales políticos, empresarios, periodistas y formadores de opinión mayoritariamente son blancos, mientras que en las cárceles y en las zonas marginales del continente encontramos más negros. Además el desempleo, la pobreza y la indigencia también tienen mayoritariamente la piel oscura.

El poder político responde a esa supremacía blanca en todo el continente. Generalmente los presidentes de nuestros países, los ministros y los legisladores son blancos, en forma abrumadora. En Brasil, por ejemplo, prácticamente la mitad de su población es negra, pero en cambio en el Parlamento y en el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro en general no alcanzan el 5%.

Barack Obama hasta el momento ha sido una excepción en los Estados Unidos, como también lo fue Evo Morales en Bolivia si ponemos el foco en el acceso a la Presidencia de la República de parte de representantes de los pueblos originarios. En particular, los casos de líderes negros que logran gobernar son ínfimos en toda América.

Con el asesinato de George Floyd nuevamente quedó en evidencia la brutalidad racial policial estadounidense, que también se practica en América Latina y de la que los países de Europa tampoco son ajenos, pero la hipocresía cotidiana no nos hace ser lo suficientemente autocríticos, para entender, denunciar y reclamar igualdad de oportunidades para todas las personas más allá del color de piel.

Honrar a George Floyd es ocuparnos de que el acceso a la educación, los mejores puestos laborales y las óptimas condiciones económicas no tengan distinción racial, y fundamentalmente también que como sociedad generemos el acceso de negros y grupos originarios a los sitios de poder, porque la desigualdad latinoamericana no solo es económica, también es racial.

Marcel Lhermitte es periodista licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y gestión de Campañas Electorales.

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La mañana siguiente

/ 28 de noviembre de 2019 / 23:49

En los últimos años se ha vuelto común leer notas en la prensa internacional que hablan sobre Uruguay, sobre todo a partir del gobierno de Pepe Mujica. El pequeño país que aprobó el matrimonio igualitario, despenalizó el aborto, legalizó la marihuana, avanzó en derechos, aprobó la jornada de 8 horas para los trabajadores rurales y reguló el trabajo de las empleadas domésticas, entre otras cosas. Uruguay, el ejemplo regional y el mito del paraíso terrenal.

Un amigo chileno me preguntó “¿por qué van a cambiar, si son todo lo que queremos ser? Hasta educación pública y gratuita tienen”. Pues bien, es difícil de explicar. No existe una única razón. El desgaste de 15 años de gobierno del Frente Amplio (FA), el relato que instaló la oposición de una presunta crisis que no es tal, la inseguridad ciudadana (que si bien no se compara con la situación delictiva de los demás países de la región, para los uruguayos es alta), la falta de relato de gobierno y, desde mi punto de vista, algunos errores de campaña electoral, entre otros factores que pueden enumerarse.

Todos estos elementos seguramente formarán parte de la evaluación electoral de la dirigencia frenteamplista. Y también estará arriba de la mesa el crecimiento de votos inesperado de las últimas horas en favor del candidato oficialista, que llevó a un empate técnico entre las fórmulas. Este sorpresivo apoyo posiblemente se dio producto del miedo infundido desde actores políticos vinculados a los ultraderechistas de Cabildo Abierto o al ruido de sables que desplegaron los nostálgicos gorilas de antaño. Pero también gracias a la militancia frenteamplista que salió a la calle a pelear, voto a voto, en defensa de los derechos y los logros alcanzados en las administraciones progresistas.

El domingo, el FA perdió el Gobierno Nacional pero, parafraseando al general Liber Seregni, es momento de pensar en la mañana siguiente. El periodo electoral uruguayo dura casi un año. Comenzó en junio de 2019, con las elecciones internas, en octubre fueron las legislativas y presidenciales, y en noviembre el balotaje. En mayo terminará el ciclo, con las elecciones departamentales. En el balotaje, el Partido Nacional ganó en 17 de los 19 departamentos. Solo en Montevideo y Canelones triunfaron las fuerzas progresistas. En cambio, en la primera vuelta ganaron en 9; la coalición multicolor, en otras 9, y el resto fue para los Colorados.

Las elecciones departamentales históricamente están en el debe para la coalición de izquierda, que mantiene desde hace 30 años su reducto en la capital, pero (más allá de Canelones) no logra crecer en el interior del país. La mañana siguiente será mayo. La mañana siguiente es la oportunidad que nace en el horizonte electoral del Frente Amplio. Ya amanece la mañana siguiente.

* Periodista, consultor en comunicación política y campañas electorales.

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Cruzada contra el ‘lawfare’

La ‘fake news’ y el ‘lawfare’ están dañando enormemente la salud de las democracias latinoamericanas.

/ 13 de septiembre de 2019 / 01:04

En mis años como estudiante en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de la República (Uruguay), tuve la suerte de cursar Terminología, una materia optativa que pertenecía a la carrera de Bibliotecología. Allí recuerdo haber hecho un trabajo sobre neologismos. En ese momento nos pidieron estudiar las nuevas palabras que aparecían vinculadas a la informática, entre ellas muchos extranjerismos, como hardware, software, mouse, etc. Mucho más de una década después, y ya con los extranjerismos informáticos incorporados al lenguaje cotidiano, nos encontramos con neologismos en la política, entre ellos dos que están siendo las vedettes: fake news y lawfare.

El lawfare, según una muy precisa definición de Camila Vollenweider y Silvina Romano, es “el uso indebido de instrumentos jurídicos para fines de persecución política, destrucción de imagen pública, e inhabilitación de un adversario político. Combina acciones aparentemente legales con una amplia cobertura de prensa para presionar al acusado y su entorno (incluidos familiares cercanos), de forma tal que éste sea más vulnerable a las acusaciones sin prueba. El objetivo: lograr que pierda apoyo popular para que no disponga de capacidad de reacción”.   

El ejemplo más popular es sin duda el del expresidente brasileño Lula da Silva, encarcelado por el juez Sergio Moro, quien posteriormente terminó siendo ministro de Justicia en el gobierno de Jair Bolsonaro, pero hay muchos otros ejemplos, algunos más publicitados que otros.

El lawfare es una herramienta utilizada fundamentalmente en América Latina, pero también se utiliza para atacar a políticos africanos y asiáticos. En Europa es menos popular, aunque el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, ha sido una de sus víctimas. “Antes nos hacían golpes (de Estado) o asesinaban, ahora también siguen haciéndolo, pero el lawfare es menos costoso”, dijo Mélenchon en su visita a Montevideo, en el marco de su gira latinoamericana, en la que se encuentra denunciando esta práctica de inhabilitación de actores políticos.

Sí, la persecución, el atosigamiento, la destrucción de la imagen y la reputación, la imposibilidad de competir democráticamente en elecciones o de asumir cargos públicos que sufren algunos actores políticos son un grave problema, pero esa solo es una arista; la otra, igual de importante, es la manipulación continua que padecen las ciudadanías, que son las verdaderas víctimas de acciones premeditadas por el sistema político y judicial; las cuales por lo general intentan cambiar, con base en estratagemas, una actitud electoral o al menos la percepción hacia un político.

El auge de las fake news y la implementación del lawfare como estrategia político-electoral están dañando enormemente la salud de las democracias latinoamericanas, o mundiales, si tomamos en cuenta lo que denuncia Mélenchon. Estas acciones, amplificadas irresponsablemente por algunos medios de comunicación, hacen crecer el descrédito del sistema político, lo cual empeora aún más el estado sanitario democrático.

Alertados sobre esta situación, todos debemos asumir las responsabilidades que nos tocan. Por un lado, el sistema político debe dotar a sus países de las herramientas necesarias para que las ciudadanías tengan las garantías suficientes de no sufrir manipulaciones electorales. Por otro, los medios de comunicación deben ser más rigurosos con la información que publican, no pelear por las primicias en procura de publicar primero, evitando caer o ser partícipes de trampas y operaciones políticas. Y finalmente, la Justicia debería algún día dejar de ser permeable al poder.

* Consultor en comunicación política y campañas electorales. Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y Gestión de Campañas Electorales. Ha asesorado a candidatos y colectivos progresistas en Uruguay, Chile, Francia y España.

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