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Gabriela y la sombra del águila

Las etapas preelectorales develan lo más oscuro y perverso de los políticos en cualquier parte del orbe. Salen a relucir sus deseos incontrolables para mantener el poder a cualquier precio; y a los que lo tuvieron antes, a intentar rescatarlo de igual modo. Ambos extremos muestran a los seres humanos en su parte más deleznable y triste: el poder los muestra tal como son y serán, como apunta Pepe Mujica, el expresidente uruguayo que dejó el poder con una notable aceptación. Rara avis.

El proceso de demolición a que el oficialismo somete a Carlos Mesa, su principal rival, se asemeja a una mixturación entre las purgas stalinistas soviéticas y el macartismo imperialista norteamericano, cuando ambas potencias usaron sus cuerpos jurídicos para instrumentarlos a su favor, y eliminar a sus adversarios en la disputa por la hegemonía planetaria. Finalmente lograron repartirse el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, dejando fuera otras opciones.

Las constantes pifias en la estrategia de la oposición ayudan, y ayudarán, a que el oficialismo no requiera de mayores esfuerzos para culminar su tarea de arrinconarlos hasta octubre y tener el camino expedito, sin mayores sobresaltos. Era previsible que los discursos de los opositores apunten a una de las grandes flaquezas del gobierno de Evo Morales: la apoteósica corrupción. Sin embargo, las constantes noticias de desfalcos, estafas y asaltos al Estado y la impunidad de los culpables que salen de las cárceles, como sucedió con la exministra Achacollo y recientemente con el hermano del ministro Cocarico, no hace mella en el oficialismo, porque inmediatamente recurren al pasado de su principal contendor: su historia también lo condena y pone en duda su moralidad. Ambos son lo mismo, ambos se beneficiaron de los recursos del Estado; ese es el discurso que se ventila en las zonas populares. Este enclave es utilizado por el candidato Óscar Ortiz, quien se atribuye la autoridad moral que el resto no tiene; pero también le ronda su pasado por sus vinculaciones con personalidades involucradas en acciones sediciosas.

Los politólogos que fungen como militantes y estrategas menosprecian muchas cosas, entre ellas, la memoria popular. Ésta no es rimbombante ni explosiva, apenas se la murmulla en los mercados y circula poderosamente, sobre todo en la ciudad de La Paz. En cuyos espacios de inmigrantes y comerciantes informales todavía se guarda el recuerdo de Carlos Palenque, y en su imaginario se cierne su sombra de águila que sobrevuela asustando a sus antiguos consejeros, que hundieron a su partido y a su compadre. En estos círculos sociales populares los llaman k'enchas, o personas que llevan consigo la mala suerte y el infortunio. Eso le resta al Carlos de ahora.

Según algunos paradigmas que usan los politólogos y expertos en justas electorales, los ciudadanos ya tienen decidido su voto un mes antes y nada lo cambiará. Tal vez esta premisa tenga comprobaciones estadísticas que así la prefiguran, pero siempre existe el azar y una movida maestra puede cambiarlo todo. Todavía está fresca en la memoria el referéndum del 21 de febrero de 2016, que la oposición usa como su principal espada motosa. Plebiscito que le fue adverso al Gobierno, un golpe que no esperaba, pese a sus cálculos. La estrategia más contundente de la oposición no fueron su fiscalización ni sus griteríos en la Asamblea, sino el poder de una mujer que hizo tambalear, ella sola, al Gobierno: Gabriela Zapata.

Víctima de la violencia simbólica, ya nadie se acuerda de ella, mientras tanto, sigue luciendo su calidad de prisionera sin perder su glamour de warmi fatal. Muchas mujeres sienten, ahora, simpatía por ella. “¡El poder volvió un monstruo a Evo!”, dijo, con voz lastimera en una de sus innumerables y espectaculares apariciones en la última telenovela de la política boliviana, y ahora, con el propósito de lavar el zapatazo, el Presidente encabezó una marcha para fustigar la violencia contra la mujer.

Los candidatos del oficialismo a las diputaciones por La Paz le restarán votos. Muy pocas personas simpatizan con Jesús Vera, conocido enemigo de la ciudad; ni tampoco con Mario Silva, comprometido hasta sus bielas por los extraños manejos económicos de los trabajadores del trasporte público. Estas sombras sobrevuelan la memoria popular y pueden modificar la balanza; quién sabe.

* Artista y antropólogo.

(18/08/2019)