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Nuestro bosque chiquitano

Socorro! Nuestro bosque chiquitano se incendia. Esa es la voz que durante los últimos días nos ha sacudido, enfrentando uno de los desastres ecológicos más importantes de nuestro tiempo. Durante las últimas semanas somos testigos impotentes de cómo el fuego avanza sin que ningún acto heroico de los bomberos forestales puedan detener la enorme pérdida. 

El chiquitano es el bosque seco tropical más grande del mundo. Cubre una superficie de 20 millones de hectáreas y es una región transicional entre el clima húmedo de la Amazonía y el semiseco del Chaco. Su riqueza es incalculable no solo por su valor natural de flora y fauna, sino también por la historia y cultura que contiene. Si nos mencionan municipios como San Rafael, San Ignacio, Concepción, San Matías o San José, inevitablemente pensamos en la utopía de una tierra sin mal de las reducciones jesuíticas. Es un territorio habitado por 180.000 personas, incluyendo unas 124 comunidades de las naciones indígenas chiquitana y ayoreode.

Con imágenes míticas de bellos templos barroco mestizo, atardeceres dorados y música renacentista, el fuego parece ajeno a la Chiquitanía. Pero la realidad es otra, el intensivo chaqueo que sufren sus pastizales, sobre todo por la ganadería intensiva, parece una pesadilla frente al sueño misional. Hay años en que el riesgo de incendios forestales se incrementa debido a factores climáticos (sequía). Y otros años más benignos, en los cuales las acciones de prevención y control surten efecto. Claramente no estábamos listos para enfrentar la situación crítica de este año, que se salió de control y puso en evidencia la débil capacidad de respuesta institucional (gobiernos central, departamental y municipal) para hacer frente a los incendios forestales de gran magnitud.

Según se registra en el portal especializado de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (www.fcbc.org.bo), son varias las causas que potenciaron los incendios en la Chiquitanía, con tres factores centrales que podemos resaltar. En principio, el 2019 se presenta como un año de extrema sequía y altas temperaturas, ya que los registros indican que se trata del año más caliente desde que se tienen registros. En segundo lugar, el cambio de uso del suelo, ya que parte de las tierras de producción forestal permanente fueron acondicionadas para la ganadería y agricultura, utilizando prácticas de desmonte y “chaqueo” inadecuadas. Y en tercer término, el impulso del Gobierno nacional a la producción ganadera en las tierras bajas de Bolivia, con la aplicación de la Ley Nº 741 (de 2015) y el Decreto Supremo 3973, de 2019, que autorizan el desmonte y las quemas controladas inclusive en tierras de producción forestal.

A este impulso en favor de los productores locales y agroindustriales se debe sumar la expansión de las colonias menonitas en los últimos cinco años y el incremento significativo de asentamientos campesinos, autorizados por el INRA en las tierras de producción forestal permanente (TPFP); lo cual ha promovido claramente la deforestación y las prácticas de producción agroindustrial, inadecuadas a las condiciones ecológicas de los ecosistemas tropicales secos.

Con este conocimiento, una treintena de instituciones bolivianas vinculadas con temas ambientales hacen un llamado urgente por el servicio que los bosques brindan para la sobrevivencia de la población humana: “En la provisión de alimentos y agua, la regulación del clima, ciclo de nutrientes, regulación de plagas, polinización agrícola, servicios culturales, protección contra inundaciones y otros desastres naturales”. Sus propuestas son claras sobre lo que debemos hacer. Esperamos que una vez sofocado el fuego y superada la emergencia, aprendamos la lección y asumamos que se nos va la vida en cómo tratamos a nuestros bosques.