Hipocresía del discurso ecológico
El discurso ecológico tiene la ventaja de ser creíble y de interpelar. Además, es políticamente correcto.
En nombre de la naturaleza, muchos cavernarios depredadores enmascarados de ambientalistas y pachamamistas salieron de sus covachas gritando a los cuatro vientos quiénes son los culpables de la calamidad ambiental que sufre la Chiquitanía. Si ningún sonrojo, se rasgan las vestiduras y protestan contra el daño cometido contra la Madre Tierra. Y otros más cínicos hablan del dolor de la Pachamama.
El discurso ecológico tiene la ventaja de ser creíble y de interpelar. Además, es políticamente correcto, al igual que el discurso democrático. Aunque en la mayoría de los casos muchos cabalgan sobre ambos discursos —el ambientalista y el democrático— a sabiendas de que pueden obtener muchos réditos, particularmente en tiempos electorales. Además, sus propaladores sucumben en el terreno de la hipocresía.
Entonces, la ecología aglutina a moros y cristianos. Y en un cerrar de ojos, un confeso consumidor de hamburguesas se convierte en defensor recalcitrante del medio ambiente. Así afloran los simplones ambientalistas ofendidos, quienes, sentados cómodamente en sus sofás, tomando una Coca-Cola, observan en sus televisiones inteligentes (Smart Tv) las imágenes apocalípticas, casi cinematográficas, del incendio del Bosque Seco Chiquitano. Y simultáneamente teclean en sus celulares manifestando su indignación beatona por este desastre ecológico.
De esta manera, el fuego en la Chiquitanía ha encendido un espíritu ambientalista falso. Como diría el periodista argentino, Martín Caparros: “La ecología es algo así como la solidaridad de los individualistas, la misión de una época de escépticos”. Antes, desde el cristianismo o los socialismos, se tejían valores de solidaridad con el otro: “No se podría ser feliz si el otro, tu vecino, se muere de hambre”, diría Caparros. Pero el discurso ecologista no conlleva ese rasgo solidario. Es parte de una falsa militancia verde.
Sociológicamente, la solidaridad se basa en la construcción de valores aglutinadores para la configuración de una comunidad que persigue principios para hacer de este mundo uno mejor, más habitable. De allí que la frase “ayudar sin recibir nada a cambio con la aplicación de lo que se considera bueno” sea un axioma inequívoco.
Hoy, el discurso ecologista se ha convertido en un discurso instrumentalista. No solo porque se usa en contiendas electorales para destruir la imagen del enemigo, sino también porque es un mero instinto de supervivencia. Entonces, esas imágenes dantescas del Bosque Chiquitano se convierten en una parodia, un mero pretexto para ser políticamente correctos y, por lo tanto, aparecer ante los ojos de los otros como sensible ante la “Madre Tierra”.
Obviamente, detrás del discurso ecologista hay una lógica racional: si destruimos la naturaleza, nos estamos destruyendo. A la sazón, ese discurso, como cualquier otro, es una falacia. En el trasfondo no solo sirve para echar todas las culpas a aquel que odiamos, pero como el discurso del odio no es políticamente correcto, escondemos ese sentimiento través de la fachada ambientalista y, aún más, lo explotamos electoralmente. Entonces, los incendios infernales en la Chiquitanía no solo están cercenando árboles, matando animales, intoxicando ríos, contaminando el aire, afectando a la salud de los indígenas de las zonas afectadas, sino que además, paradójicamente, ha develado la hipocresía del discurso ecológico.
* sociólogo.