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Trump y Xi podrían ganar su guerra comercial

Si les digo que el peligro que enfrentan Estados Unidos y China en este momento se compara con estar parados al borde de un precipicio, no podrían decir que exagero. El hecho es que si la controversia comercial actual se agrava y se convierte en una guerra económica franca, con la consecuente expulsión de Estados Unidos de estudiantes y científicos chinos y la salida de China de ejecutivos estadounidenses, acabaría con las inversiones recíprocas de ambos países. Entonces, el mundo que hemos conocido desde hace cuatro décadas se transformaría en un lugar mucho peor, menos próspero, menos estable y menos capaz de enfrentar los retos globales que se nos vienen encima, como el cambio climático y los delitos cibernéticos.

Esta situación ha creado una atmósfera de lo más desagradable. Por un lado, tenemos a un Presidente estadounidense inmaduro e inestable que utiliza Twitter para aplicar políticas comerciales (haciendo caso omiso de las recomendaciones de sus expertos). Por el otro, un Presidente chino bajo presión, que lo menos que quiere es dar la impresión de ceder a las demandas comerciales de Estados Unidos por temor a que sus rivales al interior de China lo acusen de ser débil, lo cual fortalecería a los ciudadanos que se manifiestan a favor de la democracia en Hong Kong. Así que cada uno de ellos está intentando intimidar al otro para que se rinda y, con ese objetivo, atacan con los aranceles más altos que pueden. Este tira y afloja causa fluctuaciones en el mercado y les imposibilita a los inversionistas hacer planes a largo plazo.

Es urgente declarar un cese al fuego y, si nadie más va a proponer en qué condiciones hacerlo, me aventuraré a plantear mis propuestas. Donald Trump debería decirle algo así a Xi Jinping: “Durante los siguientes seis meses, suspenderemos los aranceles que impusimos. Esperamos que aprovechen ese plazo para dar las órdenes necesarias, desde las posiciones más altas, que permitan ponerle fin a sus peores abusos comerciales (bien saben a cuáles nos referimos: el robo de propiedad intelectual, la transferencia forzada de tecnología y las restricciones al acceso del mercado chino, entre otras cosas). No es necesario ningún anuncio ni ningún tipo de legislación. Háganlo como mejor les parezca y explíquenlo a sus ciudadanos como quieran. No voy a tuitear ni una sola palabra que los avergüence. Transcurridos los seis meses, evaluaremos los resultados para determinar si ha habido un avance significativo”.

No es un resultado perfecto después de dos años de negociaciones, pero lo perfecto no es opción en este momento. Por ahora, a lo más que podemos aspirar es a una opción “mejor”. Yo voto por algo mejor. No quiero decir que Trump no tuviera todo el derecho de insistir en que la relación comercial entre Estados Unidos y China debía cambiar. El problema es que Trump subestimó por completo la “facilidad” con que podría ganar una guerra comercial con China.

La decisión de Trump de ventilar todo el asunto en público, con tuits en los que se daba ínfulas, siempre con la intención de demostrar que estaba ganando y China iba cediendo, obviamente provocó a los chinos, quienes le recordaron al Mandatario estadounidense  que no son ningún restaurancillo en una Torre Trump al que pueda obligar a pagar más renta. De hecho, constituyen un sexto de la población mundial y tienen más de 1,1 billones de dólares en letras, pagarés y bonos del Tesoro de Estados Unidos, que representan el 27% de la deuda del Gobierno estadounidense en manos de países extranjeros.

Y por si fuera poco, son muy buenos para hacer cosas.  Por ejemplo, un viaje por tren de Nueva York a Chicago en la red Amtrak tarda unas 22 horas. Entretanto, el tren bala que va de Pekín a Shanghái, una distancia muy similar, lo hace en solo 4,5 horas. No, no es un error tipográfico. Esta diferencia explica en parte por qué los funcionarios chinos creen que Estados Unidos es una madeja disfuncional en la que un loco resultó electo presidente y donde ya no es posible construir nada grande y firme porque no tiene ni pies ni cabeza.

Por otra parte, si bien respeto el enfoque integral aplicado por los negociadores comerciales de Trump en estas conversaciones (pretendían que China promulgara leyes y reglamentos para prohibir el robo de propiedad intelectual, la transferencia forzada de tecnología y ciertos subsidios del Gobierno, además de crear un mecanismo entre ambos países para verificar su cumplimiento), de trata de un plan muy ambicioso para llevarse a la práctica de una sola vez en el sistema chino. No es que quiera disculpar a Pekín; solo señalo un hecho.

Trump también subestimó nuestros problemas actuales con China, que no se reducen al acceso comercial, pues existe una tremenda falta de confianza entre ambas naciones. Cuando solo le comprábamos a China juguetes, camisetas y productos electrónicos baratos, no nos preocupaba en absoluto si sus habitantes eran comunistas, capitalistas, autoritarios o vegetarianos. El problema ahora es que China quiere vendernos productos de alta tecnología muy similares a los que se fabrican en Estados Unidos y Europa, desde infraestructura 5G y celulares hasta dispositivos electrónicos avanzados, productos presentes en todas las esferas de nuestra sociedad que pueden utilizarse tanto en el ámbito civil como en el militar; así que necesitamos fortalecer la confianza entre nuestras sociedades, tarea que llevará tiempo.

En cuanto al Presidente chino, no comprendió en absoluto en qué medida los republicanos, los demócratas y la comunidad empresarial en general comparten la postura de Trump de total rechazo a los abusos comerciales de China y no están dispuestos a tolerarlos por más tiempo, en especial si el gigante asiático pretende fabricar y exportar los mismos productos que los estadounidenses. Si Xi cree que los estadounidenses seguirán tolerando el statu quo en las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China, está muy equivocado.

Por todas estas razones, lo mejor por ahora es intentar convenir en una tregua y fijar un plazo para nutrir la confianza recíproca. China podrá aprovecharlo para demostrar si en verdad tiene la intención de abrirse, si es que puede hacerlo a su manera sin ningún motivo para avergonzarse. Por su parte, Trump tendrá que demostrarle a China que no le interesa en lo más mínimo causar una revolución en Pekín, sino lograr resultados de los que se pueda vanagloriar.

En el transcurso de esos seis meses, Trump debería firmar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que agrupa a las 12 mayores economías del Pacífico, con excepción de China, en un pacto comercial global basado en valores y estándares estadounidenses. Después, también debería alinear a todos sus aliados de la Unión Europea. De esa forma, cuando cumplidos los seis meses llegue el momento de evaluar la situación, China se encontraría con un frente unido para formalizar su apertura comercial. Para entonces, el enfrentamiento ya no sería entre Trump y Xi, sino entre el mundo y China, con el propósito de definir las mejores normas comerciales recíprocas para todos. Esa debería ser nuestra meta: lograr que China se adapte a una competencia global basada en normas.

Si Trump y Xi pueden llegar a un gran acuerdo en este momento, perfecto. Seré el primero en felicitarlos. Pero las señales que observo indican que deberíamos hacer todo lo posible por lograr la mejor situación posible, aunque no sea perfecta. Me encantaría lograr algunos avances reales en el ámbito comercial y calmar los ánimos para poder sostener conversaciones más racionales a largo plazo sobre las normas y opciones, de manera que evitemos una nueva Guerra Fría con China que desestabilizaría el sistema de globalización por completo. Ese sistema, por supuesto, tampoco es perfecto… pero les aseguro que lo extrañaremos muchísimo si desaparece.

* Columnista de opinión de asuntos exteriores del The New York Times. Ha ganado tres Premios Pulitzer, autor de siete libros, incluido “From Beirut to Jerusalem”, que ganó el National Book Award. © The New York Times, 2019.