Icono del sitio La Razón

El rol de las redes sociales en Hong Kong

Pongan atención a Hong Kong. Los tres meses de protestas aquí dicen mucho sobre el estado de la democracia en la actualidad: que la búsqueda humana de la libertad no puede apagarse, ni los más poderosos sistemas autocráticos pueden hacerlo; y cuán difícil es transformar esa búsqueda en un cambio duradero en la era de Twitter, cuando todo el mundo es un líder, un seguidor, un emisor y un crítico, y ceder se vuelve casi imposible. Sí, Hong Kong nos recuerda que el pueblo —Dios lo bendiga— tiene cuerpos y almas. Y el gran error que los autócratas comenten por lo general es pensar que pueden prosperar indefinidamente alimentando solo el cuerpo y no el alma.

Aunque las protestas de Hong Kong están motivadas por muchas quejas, incluyendo las brechas de ingresos y la escasez de viviendas asequibles, la lava ardiente de este volcán es que muchos hongkoneses se identifican a sí mismos como hombres y mujeres libres, y rechazan de manera visceral el acuerdo gobernante que el Partido Comunista ha impuesto a la China continental y que quisiera imponer sobre Hong Kong: enriquecerse es glorioso, pero decir lo que piensas es peligroso. ¿Por qué los hongkoneses se sienten obligados a afirmar su identidad como un pueblo libre ahora? Porque cualquiera que haya visitado China durante los últimos 30 años sabe que hoy es mucho más abierta de lo que era hace tres décadas, pero también hoy es mucho más cerrada de lo que era hace cinco años.

La esperada y anhelada tendencia hacia una mayor apertura se ha revertido desde que Xi Jinping llegó al poder en 2013, cuando tomó medidas enérgicas contra la corrupción y la más mínima disidencia; y luego, en 2018, se estableció como presidente de por vida. Esa inconfundible brisa helada de Pekín, donde ahora la gente ni siquiera disiente en voz baja, con cámaras y micrófonos por todas partes, ha soplado hasta Hong Kong. Y allí los jóvenes en particular la están rechazando con una ferocidad que dice: “No piensen ni por un segundo que pueden traer ese bozal aquí”. Una pancarta de protesta lo resumía todo: “Disculpe las molestias. Estamos luchando por el futuro de nuestro hogar”. Bonnie Leung, consejera de distrito de Hong Kong y activista de este movimiento de protesta que proclama con orgullo que no tiene un líder, me lo explicó de esta manera: “No podemos vivir en una sociedad donde las personas como Liu Xiaobo” (Premio Nobel de la Paz chino y activista de la democracia) pueden ser detenidas y morir en la cárcel”.

Tras una década en la que la democracia se ha estado extinguiendo en todo el mundo, Hong Kong es parte de una frágil pero inequívoca contratendencia observada en lugares como Rusia y Turquía, donde la gente está usando cualquier brizna de libertad de expresión o de voto para repeler la humillación de ser silenciados o comprados por dictadores. Justo cuando uno cree que las almas de las personas han sido aplastadas, todavía te sorprenden.

Pero hay otra tendencia mundial aparente aquí que obstaculiza eso: los efectos contradictorios de las redes sociales en los movimientos políticos. Facebook y Twitter hacen que sea mucho más fácil convocar a multitudes en las calles. Pero cuando todo el mundo tiene un megáfono digital, es mucho más difícil que cualquier líder acumule la autoridad suficiente no solo para construir un conjunto coherente de demandas, sino, lo más importante, para hacer concesiones sobre esas demandas, en el momento adecuado, a fin de transformar la energía de las calles en nuevas leyes.

Entonces, los manifestantes de Hong Kong proclaman con orgullo que no tienen un “líder” e insisten en sus cinco demandas obtenidas mediante una convocatoria abierta, y “ni una menos”. Esas demandas incluyen el sufragio universal para elegir a los administradores de la ciudad, una investigación sobre la brutalidad policial y la amnistía para los manifestantes detenidos. No obstante, ningún movimiento obtiene el cien por ciento de lo que quiere, en especial en Hong Kong, que de hecho es un país y tres sistemas. Está Pekín, el poder soberano. Están los hongkoneses conservadores que están a favor de Pekín, quienes dominan la administración local y aceptan las reglas de la democracia limitada heredada del Reino Unido. Y está la juventud más urbanizada, que sabe usar internet, y que aspira a la democracia plena, quienes han tomado las calles.

El único resultado posible es hacer concesiones. Sin embargo, como el columnista de South China Morning Post, Alex Lo, argumentó en un artículo del 11 de septiembre, las mismas redes sociales que hicieron que los manifestantes de Hong Kong se congregaran por montones en las calles los están coartando: como no hay liderazgo, no hay posibilidad de llegar a un acuerdo y si alguien intenta ceder, será linchado en línea. Estos movimientos modernos son creados por las masas, pero también son las masas las que los ponen en práctica, y eso es intimidante para quien quiera negociar.

Mi opinión es que las redes sociales y las herramientas cibernéticas están volviendo más frágiles a los regímenes autoritarios ineficaces, porque ahora la gente tiene más herramientas para comunicarse y enfrentarse al Estado. Basta ver a Egipto, Jordania, Turquía y Rusia. Pero están haciendo todavía más eficientes a los autoritarios eficientes. Basta ver a China. Y están haciendo que las democracias sean ingobernables, ya que facilitan no solo “el fin de la verdad”, sino también “el fin de las concesiones”. Basta ver a Estados Unidos, el brexit y Hong Kong.

Hacer concesiones implica, como máximo, forjar un nuevo terreno común, para encontrar las áreas que coinciden, donde ambos bandos opositores puedan estar de acuerdo y, como mínimo, que cada bando se conforme con un poco menos de lo que quiere para simplemente coexistir. Sin embargo, ambos se vuelven cada vez más complicados debido a la intensa presión de los extremistas empoderados por internet.

Como mi colega de The New York Times Keith Bradsher ha observado, la última vez que hubo grandes protestas en las calles de Hong Kong fue en septiembre de 2014, irónicamente, después de una determinación del 31 de agosto de 2014, aprobada por Pekín, para otorgarle al pueblo de Hong Kong más autoridad para elegir a sus dirigentes.

En esa época (y hasta hoy), un comité electoral de 1.200 miembros, lleno de actores leales a Pekín, además de productores, empresarios y pescadores conservadores, eligió a la jefa ejecutiva de la ciudad. El 31 de agosto de 2014, Pekín propuso disminuir la autoridad de ese comité para que solo eligiera a los candidatos que podían contender, de tal modo que nadie abiertamente hostil hacia Pekín pudiera llegar al poder, pero después permitir a todos los hongkoneses votar por los candidatos.

No fue una concesión terrible porque incluso si Pekín controlaba qué nombres se incluían en la boleta electoral, quienes ganaran las elecciones probablemente serían candidatos que prometieron a los hongkoneses una mayor democracia. En el sistema actual, el ganador de la mayoría de los votos entre los 1.200 electores seleccionados suele ser quien haga la mayor cantidad de promesas a Pekín de persuadir a los amigos de Pekín en Hong Kong. En las calles, se rechazaron las concesiones en 2014 y esto dio lugar a una ocupación de dos meses de varios barrios de Hong Kong, en lo que se conoció como el “Movimiento de los paraguas”. Este movimiento demandaba un sistema de “un hombre, un voto”, sin obstáculos para los que pudieran contender, la única manera de proteger verdaderamente la singular identidad democrática de Hong Kong.

Siento una profunda admiración por la valentía de los hongkoneses para defender el carácter único de su ciudad. Pero mi cabeza dice que “lo perfecto” rara vez está en el menú, y que “lo mejor” es bueno cuando uno se enfrenta a una gran potencia como Pekín. Imagínense que se hubiera aceptado la concesión del 31 de agosto de 2014. China continental estaría viendo a los hongkoneses elegir directamente a sus líderes, aunque con una lista de opciones limitada, en comparación con los habitantes del continente que ni siquiera pueden hacer eso.

Si los hongkoneses hubieran aceptado la oferta del sufragio universal limitado del 31 de agosto de 2014 estarían en una posición mucho más fuerte hoy para exigir el cumplimiento de todas sus demandas. Ahora no está claro si Pekín o sus aliados de Hong Kong ofrecerán incluso este sufragio universal limitado, o si este movimiento democrático podría ceder en eso. Entonces, cuando el gas lacrimógeno se difumine, perdurarán dos grandes preguntas. ¿Todavía estará disponible “lo mejor”, la concesión del 2014? Y, de ser así, ¿hay algún liderazgo de la protesta que pueda aceptarlo y hacer que se cumpla?

* Columnista de opinión de asuntos exteriores del The New York Times. Ha ganado tres Premios Pulitzer, autor de siete libros, incluido “From Beirut to Jerusalem”, que ganó el National Book Award. © The New York Times, 2019.