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Cine radical, no apto para perezosos

Qué es el cine radical? Un salto al vacío. Experimental, o de autor, o de arte y ensayo (como se llamaba antes), el radical determinó que el cine comercial llevaba fecha de caducidad, y puso en tela de juicio todas las reglas, todas las formas y su propia estructura. No, aquí no importan la taquilla ni las convenciones. El radical mira los cuerpos, la memoria, la cotidianidad y cuestiona el papel de las imágenes en un mundo bombardeado por ellas. Esas imágenes que alimentan seres acríticos, pasivos y consumistas. A ellos, el radical los repele. Este cine político sin tapujos no busca —no tiene ni quiere— espectadores perezosos, sino cómplices que se enfrentan a obras de ingeniería. Por eso el montaje, los planos a escoger, la duración, las luces y las sombras (cine puro) son ineludibles.

En Bolivia, país de rupturas, el cine radical prospera alejado de las reglas y la pinche burocracia. Lo hace bien y el VI Festival de Cine Radical es prueba de ello. Este año el encuentro ha recibido más de 50 propuestas, y se están proyectando estos días una veintena de ellas: de la diversidad está naciendo calidad genuina. Dos de esos ejemplos tienen apellidos: Hilari y Bastani.

El cine de Miguel Hilari protagonizó la segunda noche del Festival Radical. La primera parte fue para su cortometraje Bocamina (2018), una reinterpretación de las pinturas coloniales del Cerro Rico de Potosí desde las oscuridades de interior mina hasta la escuela donde los futuros mineros cuestionan. La mina es una maldición: los planos fijos de los mineros, mirando de frente a la cámara (o a la muerte) son el ayer de un inevitable mañana, un círculo vicioso, una serpiente que se muerde la cola. No hay futuro. La forma del pesimismo en Bocamina es el plano general del Cerro, el mismo de hace 500 años.

La segunda parte fue para Compañía, una película fallida. La división en (cuatro) promesas de capítulos grafica la distancia entre la mirada del director y la comunidad: el resultado es la imposibilidad de contar una historia. Compañía podía haber sido un relato sobre la paternidad y la muerte, un cuento (más) sobre la migración campo-ciudad con tintes de road movie, un canto a la esperanza en la casita nueva de dos pisos en El Alto; podía incluso ser una película sobre los sueños y la fe. Pero no. Compañía peca de grandilocuencia y antropología. No logra romper barreras, no es capaz de exorcizar los demonios y se pierde en la niebla. En el ínterin, las marcas de identidad del cine de Hilari: los infaltables primeros planos y sus fotos fijas, los generales y los planos secuencia integrales.

Con la tercera noche del festival llegó la sorpresa y se llamó Invención de la naturaleza. Tiene la firma de Sergio Bastani y Alejando Sescosse. El primero es chapaco, pero ha sido formado en Estados Unidos, donde explora su cine sobre la identidad. El segundo es mexicano-estadounidense y viene del mundo del videoarte preocupado por migraciones y desplazamientos. Se juntaron el hambre con las ganas de comer.

Su idea es disfrutar el proceso de la película más que del resultado. Después vienen las imágenes, excusas para un viaje, para la libertad de la experimentación. Bastani y Sescosse huyen de las palabras; lo suyo es emocionarse con la fotografía de sentimientos, más allá de una trama. O no. A pesar de esa militancia antipalabra, han confesado los autores que tres libros han sido su ancla: Pedro Páramo, de Juan Rulfo; el poemario de una nórdica; y un libro de dibujos de bichos y hallazgos de Von Humboldt. Y si la palabra es lo último, la música es lo primero y se apodera de casi todo (coqueteos al videoclip incluidos). Las letras hacen de guion.

Sabido es que todo viaje es interior. Los directores y su actriz principal, la artista visual Mina Gaber, así lo entienden. Los fundidos en negro son estaciones de este viaje. Latidos, dibujos, jaulas y promesas. “Aprende a desprenderte, sal y explora, pero ten cuidado de no buscar de más”, suena el estribillo oculto. En el final (después de bossa nova, blues, cumbia y baladas) se escucha otro canto, es el alma libre de los piratas que añoraron Veracruz o, acaso, otro viaje a Comala.

* Periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.