Victorias electorales por defecto
El voto por razones negativas se está volviendo cada vez más corriente.
Para ganar una elección es deseable que se proponga a los votantes un horizonte de futuro, y que la retórica de los candidatos no se limite solo a hablar del pasado o a denigrar al contrincante. No hay que olvidar que cualquiera que sea el elegido, le tocará hacerse cargo de los problemas concretos y del destino de la nación.
La desconfianza en los políticos, la individualización de los electores y el debilitamiento de las grandes propuestas ideológicas está haciendo cada vez más impredecibles los comportamientos de los votantes. Hasta pocos días antes de los comicios, muchos electores se mantienen indecisos o son incapaces de definir una posición clara frente a las propuestas políticas en competencia; de ahí la creciente imprecisión de las encuestas y la sorpresa de analistas y periodistas frente a resultados inesperados.
Muchas elecciones recientes se han resuelto no tanto por la capacidad de los actores para seducir o convencer a los ciudadanos, sino sobre todo gracias a su habilidad para articular rechazos y malestares con relación a sus contrincantes. El voto por razones negativas se está volviendo cada vez más corriente, generándose mayorías contingentes con pocos puntos de coincidencia salvo el rechazo a algo o alguien. Este tipo de estrategia electoral es, por supuesto, legítima, aunque sus efectos negativos en la gobernabilidad y en la calidad de la democracia son evidentes.
Pasados los comicios, la autoridad electa deberá encarar los problemas del país con propuestas mínimamente coherentes, y que necesitarán el apoyo de coaliciones sociales y políticas mínimas. Lo ideal sería que algunos de esos proyectos e ideas sean discutidos y contrastados en el periodo electoral, contribuyendo, de esa manera, a la construcción de ciertos respaldos sociales iniciales para su concretización.
El mayor riesgo es que, ante la ausencia de tales consensos, los gobiernos emergentes de este tipo de elecciones no cuenten con condiciones ni instrumentos políticos para gobernar con un mínimo de estabilidad y coherencia. Las elecciones no son únicamente un mecanismo para la participación de los ciudadanos en la selección de sus autoridades, son también un momento irrepetible para discutir sobre el futuro del país y las diversas opciones que la política propone para su construcción colectiva. Tomando en cuenta todo ello, resulta conveniente contrastar programas y horizontes, para ordenar el tablero y organizar la conflictividad política en torno a ciertas ideas.
Es posible ganar elecciones por defecto, es decir, transformándose en el menos malo de todos los candidatos; lo difícil es gobernar posteriormente basados únicamente en mayorías frágiles, poco convencidas y sin ningún tipo de compromiso o consenso sobre un núcleo de propuestas de futuro. Ese podría ser el germen de la ingobernabilidad o de la parálisis. Hagamos, pues, un esfuerzo colectivo para discutir sobre el futuro del país.