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Elogio al populismo

A las seis de la mañana de un domingo, cuando los primeros rayos del sol aparecen, en un sindicato rural cochabambino los afiliados toman apuntes en cuadernos escolares e intercambian opiniones. Más allá de las encuestas urbanas, están evaluando el desarrollo de la campaña electoral. La reunión sirve para organizarse: cocer y, en algunos casos, para zurcir banderas viejas; para planificar mítines. Ellos están convencidos de que este proceso político en curso les pertenece y, en consecuencia, debe continuar. Ernesto Laclau caracteriza a este fenómeno político como populismo.   

El populismo es una palabra que tiene diversas acepciones; por ello, ha adquirido varios sentidos en el espectro político. Y esta polifonía de significaciones hace necesario recuperar su sentido originario, aquella que da cuenta de una “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. O sea, “ir al pueblo”, y allí buscar el sentido de las acciones. En América Latina diríamos lo nacional popular.

La presencia de gobiernos progresistas en América Latina, lo que se denominó como el giro a la izquierda, reavivó este añejo debate teórico y político en torno al populismo. En este contexto, en el texto La razón populista (2005), Laclau propone avanzar en la reflexión sobre la relación entre populismo y democracia.

Mientras tanto, desde sectores conservadores la impronta populista es vista peyorativamente, incluso con miedo. El retorno de la izquierda representaba una amenaza para los intereses de “la élite”, que encarnaba la desigualdad política y económica. En el caso boliviano, ese miedo ha estado marcado por un proceso colonial. Entonces, la estigmatización elitista adquirió connotaciones raciales por la presencia de indígenas en el Gobierno. Visión despectiva que se encarnó en los sectores elitistas; incluso hasta hoy sus intelectuales dan rienda suelta con un lenguaje ilustrado para menguar el potencial de este proceso político. “Casi la mitad de los bolivianos no leen. He ahí una pista para entender el ‘proceso de cambio’”, escribía por ejemplo un columnista que funge de erudito politólogo.

Más allá de esas estigmatizaciones, Laclau dice que el populismo implica “constituir un pueblo como sujeto político”. Aquí radica el sentido del populismo: entre nosotros y ellos. De allí, se desprende que los discursos presidenciales de Evo Morales sean “inclusivos”: él se involucra en el “nosotros”: Evo soy yo; lo cual, según explica Fernando Mayorga, obedece a que “un líder puede ser un ‘nosotros’, puesto que somos (yo soy en minúscula) el espejo donde él se refleja”. En sus discursos, el presidente hila una lealtad con sus “hermanos” (no solo compañeros, sino, sobre todo, hermanos) de los pueblos indígenas, o sea, con sus pares.   

Según Laclau, esta imbricación entre el líder y sus bases sociales, cimentadas desde los tejidos discursivos, posibilita la “construcción de una identidad popular que articula una serie de demandas insatisfechas mediante la identificación de una élite que se opone a los designios del pueblo”. Entonces, el populismo encarna, por lo menos en Bolivia, lo nacional-popular. En sus últimos días, René Zavaleta se percató de este fenómeno, aludiendo al mundo campesino/indígena como un componente sintetizador de ese populismo arraigado en las entrañas de la sociedad diversa. Lo cual hoy se refleja constitucionalmente en el Estado Plurinacional. Quizás allí radica el potencial democrático del partido oficialista.

* Sociólogo.