El retorno socialdarwinista de los letrados
El progreso social procura no solo la dignidad de los propios, sino también la atención a la dignidad de los demás.
El socialdarwinismo es uno de los argumentos racionales más útiles para ratificar las certezas irracionales de las clases dominantes en cuanto al retorno de sí mismos a la posesión justificada del poder, basados en su proximidad a supuestos “estadios avanzados de cultura”; confiriendo a los demás grupos una posición inferior en la escala social y con ello, el derecho a ser gobernados.
Esta interpretación de la realidad suele develarse desde el fondo de las más íntimas certidumbres en momentos en los que la clase dominante siente la inminente amenaza del poderío oponente, del poderío indio. Caso que claramente se evidencia al día de hoy y al tenor de las elecciones venideras. Sin embargo, resulta paradójico que aquellos que actualmente hacen un llamado a la razón y a la congregación de los letrados sean quienes no hayan logrado superar este pensamiento por demás gamonal y obsoleto, desde donde se caracteriza al indio como un ser guiado por instintos primarios, por su falta de civilización y su precaria humanidad.
En tal caso, la “embestida de los letrados” supone, igualmente, una falta de recursos teóricos y conceptuales con los cuales acudir a un escenario social que va más allá del indio mísero que acostumbraban investigar (con dolencia y desde arriba); logrando develar la crisis en sus esquemas interpretativos sobre la realidad social del país, permitiendo la vuelta al entendido oenegista/asistencialista de desarrollo, que los ponderaría autorreferencialmente como los guías irrebatibles de la patria. Es, nada menos, la incomprensión del indio con poder.
De hecho, en el intento por encontrar respuestas a este escenario inasible, parte de este conglomerado de analistas y políticos de oposición acusa a la escuela de no haber cumplido, los últimos años, con su misión histórica encomendada: la selección/exclusión sistemática de los seres considerados “inferiores” de las esferas de poder. Increpan a la educación actual de no ser capaz, a través de esa exclusión, de certificarlos (a ellos) como los incuestionables herederos de la gobernanza del país, de faltar a la meritocracia que ellos habían heredado para su beneficio.
Pareciera, inclusive, que muchos de estos “letrados” hablan desde un ego de clase dolido, pues a pesar de realmente creerse los socialmente más “aptos” frente a un escenario de negociación y competitividad global, sean quienes hayan conducido gobiernos subdesarrollados, ineficientes y corruptos; avergonzados con las faltas de forma de un presidente mundialmente aplaudido (quizá a ellos les hubiese gustado dicho aplauso).
A riesgo de no decir más que una obviedad, un proyecto de país fundado en la idea de la otredad como indigna de ser no será, jamás, un proyecto viable de crecimiento y desarrollo, ya que la esencia misma del progreso social procura no solo la dignidad de los propios, sino también la atención a la dignidad de los demás, cosa que la clase dominante tradicional (y su esquema evolucionista de sociedad) elude sustancialmente.
Ante lo dicho, la vuelta a un discurso socialdarwinista por parte de la oposición no solo muestra un pensamiento retrógrado, sino la prueba de su incapacidad de leer la realidad social boliviana del siglo XXI, y la explicación histórica de por qué nunca propusieron un verdadero desarrollo para el país.
* Antropólogo.