Voces

Thursday 27 Mar 2025 | Actualizado a 23:51 PM

Mente sana

/ 9 de octubre de 2019 / 23:57

Tiene 35 años, vive en una callecita típica de la capital tarijeña, su casa tiene dos pisos y él se pasa la vida en la ventana de su dormitorio para tortura de sus padres, porque en sus días oscuros, como los llama él, arroja lo que tiene a mano a cuanta persona pasa por debajo de su ventana. Su madre vigila, guarda todo objeto pesado; por eso dejó de plantar en macetas. El hermano menor prefiere salir de la casa apenas sabe que Édgar (nombre supuesto) está encerrado en su cuarto y suelta insultos a todos los que quieren entrar. Era niño cuando vio que su hermano casi mata a un hombre sobre el que cayó la silla arrojada desde la ventana del segundo piso de su casa. Por eso pasa largas horas fuera, con amigos, o solo. Sus padres ya no le reclaman; piensan que así está a salvo.

La salud mental de las personas puede estar en peligro aunque no lo perciban. Así es la situación de Irene (nombre supuesto), beniana de 46 años, quien no encuentra explicación para sus depresiones, ataques, como ella les llama. Comenzaron después del nacimiento de su tercer hijo. Sentía que no podía cuidar a su bebé. Prefería que lo atiendan su hermana, su madre o la vecina que entraba a su cuarto para ayudarle. No encontraba razón de vivir y su familia decidió acudir a un curandero que trajo distintos preparados con lagarto, tortuga y hierbas para darle baños e infusiones. Tiene en su haber tres intentos de suicidio.

Los anteriores son ejemplos de trastornos mentales que afectaron a dos personas de distintas edades, género, situaciones económicas y sociales, que a la larga les generaron discapacidad. ¿Qué los llevó a enfermarse? No hay respuestas claras, y esta realidad se repite en la mayoría de los casos. Tampoco hay reglas generales. Eso es lo que opinan los profesionales. Aunque hay condiciones de vida que se convierten en atenuantes para desencadenar enfermedades mentales, como el estrés laboral, la discriminación por cuestiones de género, la exclusión social, los modos de vida poco saludables, la violencia y las violaciones de los derechos humanos.

La salud mental es algo que se tiene que cuidar desde la primera infancia, comenzando por la lactancia materna para el recién nacido; incentivando el buen desarrollo emocional de los niños; apoyando a los adolescentes en esa etapa de cambios. A su vez, los profesores deberían alertar cuando ven señales de alarma. Las municipalidades deberían realizar actividades comunitarias con todos y para todos los grupos de habitantes bajo su jurisdicción para que se sientan útiles, productivos y se puedan acompañar unos con otros.

* Periodista.

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Después de Carnaval

/ 6 de marzo de 2025 / 06:00

Después del martes de ch’alla de Carnaval es cuando comienza el año de verdad. Se cierran negocios más o menos grandes o cientos de pequeños emprendimientos, incluso puestos callejeros, que comenzaron en octubre con vistas a las fiestas de fin de año y que en carnavales marcan su final. A esta altura, los escolares completaron las listas de útiles, terminaron de aclimatarse en el nuevo curso y acabaron de vencer el primer mes de actividades. Ahora es cuando comienza la verdadera pugna por el aumento salarial, los trabajadores ya lanzaron sus solicitudes de 20 por ciento o más de incremento, los empresarios también ya emitieron su inconformidad y todos tomaron la debida pausa en bien de una fiesta que exige baile, comida tradicional, juego y diversión.

Terminada la euforia se inicia el engranaje con la realidad. Comienza el recuento de daños, por ejemplo, la falta de control en las terminales de transporte terrestre donde se hacen de la vista gorda frente a conductores en estado de ebriedad permitiendo que manejen buses de pasajeros, causando la muerte de un elevado número de esas personas que quizás estaban de turistas visitando el Salar de Uyuni, o se trasladaban para bailar en la entrada de Oruro, o iban a reunirse con su familia. ¿Nadie percibió que el conductor estaba ebrio?

En esta ápoca de golpes con la realidad, otra vez nos topamos con las largas filas frente a las gasolineras. Voces agoreras repiten, como en las tragedias griegas, que no hay combustible porque como país no tenemos dinero para pagar a las empresas extranjeras que nos venden tanto la gasolina como el diésel. Lo cierto es que el transportista o quien tiene una pequeña movilidad para su familia vive recordando los días en que cargar combustible no significaba ningún problema y sabe que eso, al menos por ahora, se acabó.

Entre todas las realidades que se deben encarar después del carnaval, están las reconstrucciones por los desastres que ocasionaron las lluvias y que para mal de nuestros pesares no terminan todavía. Las alcaldías deben encarar estas situaciones que siempre parece encontrar en curva a las autoridades, por inexperiencia, por falta de previsión, por mal manejo de sus recursos o porque dejaron archivada a la previsión.

Tampoco podemos olvidar que nos encontraremos con el callejón oscuro en el que nos meterán los políticos para bombardearnos con sus promesas electorales, las denuncias que se lanzan unos contra otros, de sus mentiras disfrazadas de verdades. 

Después del baile, de la comparsa, del derroche, viene la realidad y no queda sino darle la cara y afrontarla serenamente, pero con firmeza, con dignidad, con apronte.

Lucía Sauma es periodista.

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Disculpen el pesimismo

/ 20 de febrero de 2025 / 06:00

Las noticias dan cuenta de hechos policiales, asesinatos, robos, atracos a mano armada, estafas de todo tipo, imágenes de víctimas y delincuentes. Es clara la falta de noticias positivas, alentadoras, que den esperanza, que infundan orgullo, que crezcan nuestra autoestima, que nos hagan sentir seres humanos dignos.

Caminamos por las calles de nuestras ciudades y nos encontramos con imágenes extraídas del surrealismo. Son las 2 de la tarde del anterior viernes en el centro cochabambino, en medio de dos entidades bancarias y casas de cambio, cinco cuerpos de indigentes alcohólicos unos encima de otros, apilados como en una morgue, ellos respiran, están durmiendo a la intemperie, con el sol golpeando sus rostros hinchados y desencajados, expuestos y exponiéndose a quienes siquiera se intranquilicen al mirarlos. ¿Hay alguien a quien esos seres les importe?

Son las 10:00 de la mañana y en plena calle 21 de la zona Sur de La Paz, una mujer claramente con trastornos mentales está echada en medio de la vereda con los brazos en cruz, los ojos cerrados, su respiración delata que está durmiendo. Obstruye el paso, pero los transeúntes esquivan el obstáculo ¿El Estado, tiene alguna responsabilidad sobre esa mujer?

Podríamos seguir relatando estos encuentros en todas las ciudades del país y también podríamos concluir que es parte de lo que se vive en cualquier ciudad del mundo, pero eso no es verdad, no todos los países tienen esos grados de pobreza e indiferencia, el nuestro sí.

Los jóvenes y los niños bolivianos ven estos hechos como normales, como parte de su realidad. En el año electoral que vive Bolivia, no hay Alcalde, autoridad zonal o vecinal, dirigente de club deportivo, representante parroquial o de cualquier otra organización religiosa, que no se sumerja en la actividad política, sopesando, tanteando (o tonteando) a quien se arrimará para seguir detentando su mediano o micro espacio de poder. Todo lo demás está absolutamente postergado hasta nuevo aviso.

En otras palabras, la vida cotidiana, la nutrición, la salud física y mental, la educación, la convivencia, el arte, la cultura, está en statu quo, aunque eso signifique postergar el avance y desarrollo de todo el pueblo por ir detrás de camarillas que se disputan el poder con candidatos que ofrecen todo, sabiendo que al momento de cumplir cuentan con la frágil memoria de la gente y su propia habilidad para escabullir cualquier reclamo por justo que sea. Disculpen el pesimismo, pero tal vez la única esperanza que queda es contar con la gente de a pie, pedirle que no se olvide que los verdaderos cambios comienzan por casa, que esa es la única forma de revertir las miserias a las que nos hemos acostumbrado.

Lucía Sauma es periodista.

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Mala educación

Lucía Sauma, periodista

/ 6 de febrero de 2025 / 06:00

Este lunes terminaron las vacaciones para más de 3 millones de estudiantes en todo el país. Desde enero, los padres de familia hicieron filas frente a escuelas y colegios. Las librerías, los centros comerciales y los puestos callejeros abarrotaron sus espacios con útiles escolares, mochilas y uniformes. El domingo 2 de febrero, las familias con hijos se prepararon con afán para asistir el lunes al primer día de clases, todo como parte de un ritual que se repite año tras año para que los niños y adolescentes inicien su educación. Pero la verdad es que el 3 de febrero comenzó el año escolar, es decir el proceso de instrucción de los escolares en determinados contenidos de matemáticas, física, historia, geografía, etc. etc… la verdadera educación no tiene vacación, es permanente y es la que nos enseña cómo vivir. Esa educación, la que nunca se detiene, la aprendemos en la casa, en la calle, con nuestra familia, con los amigos, es la que sólo se aprende con el ejemplo, es la que lastimosamente hemos delegado a las redes sociales, al internet.

Lea: Libre pensamiento

Los padres suelen festejar y hasta admirarse por las destrezas con que sus hijos pequeñitos manejan un celular o una tablet. Los adultos cuando están a cargo de un menor suelen calmarlo o distraerle entregándole un celular, la criatura aprieta las teclas a su antojo y tiene imágenes que captan su atención sin límite de tiempo, incluso mejor que el televisor. Esa mente de 3, 5 o 7 años se convierte en presa fácil de manipulación. ¿Qué problemas genera la exposición frecuente de los niños a las pantallas de aparatos electrónicos? Aumento de peso hasta la obesidad, déficit de sueño, retraso en el desarrollo del lenguaje porque no habla con otras personas, le produce falta de atención y bajo rendimiento escolar, aislamiento y hasta problemas de malformaciones físicas.

Desde el año pasado, en Europa se abrió el debate sobre la edad mínima para que los niños accedan al celular u otros medios electrónicos, unos países dicen que a partir de los 12 años y otros aún más, es decir hasta los 15. La Organización Mundial de la Salud es mucho más específica limitando en primer lugar a que los niños menores de 2 años tengan 0 acceso a las pantallas. De 2 a 4, una hora al día y de 5 a 17, dos horas al día. Esto representa todo un reto para los padres o tutores de los niños y adolescentes.

A todo lo citado anteriormente se debe agregar un mal que está en crecimiento acelerado y es el acceso a pornografía, a ser presa de la trata de personas. Es muy difícil controlar el torrente de información mala, buena, útil o desechable a la que tienen acceso los niños y adolescentes en cuanto tienen un teléfono en sus manos.

Es necesario debatir sobre las edades mínimas para que los niños accedan al celular o cualquier otro medio electrónico en nuestro país y no confundamos coartar la libertad con un tema de cuidado de salud mental y física que ya está dañando a niños y jóvenes.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Libre pensamiento

/ 28 de noviembre de 2024 / 06:00

En los tiempos que corren tener pensamiento propio debe ser una de las capacidades más difíciles de desarrollar porque requiere reunir y procesar muchísimo conocimiento, información y análisis, habilidades que las urgencias de la sociedad ultra tecnologizada en la que vivimos, las ha reemplazado por los contenidos que las redes sociales hacen circular y nos los hacen llegar masticados y digeridos.

También nos aseguran que la curiosidad ya es un arte antiguo, aparentemente reemplazada por la inteligencia artificial que supuestamente tiene respuesta para todo. Nos han hecho creer que indagar o peor aún investigar es una pérdida de tiempo, porque, según nos dicen, ahora existe   algo infinitamente superior que lo hará por nosotros, por tanto, lo único que tenemos que hacer es digitar correctamente la pregunta, hacer click y obtener la respuesta.

De esta manera, nuestra capacidad de pensar y difundir lo que razonamos está sometida a lo que se muestra como fuente de conocimiento e información ilimitada, libre e infinita. Por esta afirmación, la vida que es mucho más grande, llena de sorprendentes maravillas queda desperdiciada frente a nuestra pobre ambición de entendimiento, supeditada al designio de un algoritmo que determina quiénes somos, qué queremos y hacia dónde vamos.

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Estas reflexiones siempre me traen a la memoria las palabras de José Luis Sampedro: “sin libertad de pensamiento de nada sirve la libertad de expresión”. En sociedades tan polarizadas como la nuestra esto tiene un mayor valor porque los de un bando todo lo ven desde su punto de vista e invalidan el resto.  El otro bando procede de la misma manera, no hay posibilidad de reflexión, solo aceptan la suscripción a tontas y a ciegas, es una especie de oscurantismo, que pensábamos estaba superado.

Pensar libremente es un reto que precisa de un gran trabajo, de un esfuerzo mayúsculo para informarse correctamente, leer en libros de verdad, hablar con gente de carne y hueso, caminar por las calles de piedra, tierra y cemento reales, con un GPS que sólo es una herramienta y no la brújula a la que se supediten todos nuestros movimientos y pensamientos. Finalmente, como diría mi compañero de vida: “la inteligencia artificial no te puede dar un abrazo”.

Lucía Sauma es periodista

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Desbloqueo

/ 14 de noviembre de 2024 / 06:00

Las noticias a nivel nacional, desde hace mucho tiempo, no son alentadoras: no hay gasolina y cuando hay, falta el diésel. En diferentes centros médicos del país se realizan paros. Varios sectores bloquean, tantos y tan diversos son, que uno termina en gran confusión pensando que es el deporte más practicado y el que tiene como rival a toda la gente que no lo practica. Y si todo esto no es suficiente, hace poco un grupo de asambleístas protagonizaron una vergonzosa sesión de la que nadie puede sentirse orgulloso, tampoco justificar ese indigno comportamiento. Para completar la vorágine, a nivel individual se dan casos de parricidio, infanticidio, feminicidio y otras epidemias sociales que tanto deterioran la colectividad boliviana.

Frente a este panorama uno busca salvar el alma, el espíritu vivo que pueda tener todavía y aunque sea muy lejos de aquí encuentra la venturosa noticia de un griego, Plutarchos Pourliakas, que a los 88 años completó su maratón número 12, el domingo 11 de noviembre. Eso ya es sorprendente, pero el impacto se corona cuando se le escucha decir que la vida se trata de moverse. Es muy estimulante e incentivador escuchar esa invitación al movimiento cuando desde que cumpliste los 60 constantemente te dicen, cada vez más seguido, que ya es tiempo de descansar, que ya no hagas esfuerzos, que tu salud se deteriora con tanto trabajo, que tu mente no es la misma, que tu tiempo ya pasó, etc, etc.

Justo en estos días tan paralizantes en la vida nacional, un atleta octogenario nos recuerda que la vida es movimiento, que no vale la pena quedarse quieto y por el contrario hay que avanzar aunque sea en lo más pequeño, en lo más mínimo, para no sentir que es un día perdido. Indudablemente para saber si hay avance tiene que haber una meta, un objetivo y el intento de alcanzarlo, conocer los pasos que se deben dar y los obstáculos que existen. No hay que pecar de ingenuos y creer que todo el camino es llano, lo importante es salvar las trancas, los huecos que impiden el acercarse a la meta.

Noviembre, el penúltimo mes del año, es también un tiempo para evaluar lo conseguido este 2024, sin importar lo poco o mucho que se pudo lograr hasta aquí, apuremos el paso para lo que teníamos pensado alcanzar a fin de diciembre. Aún hay más de 40 días y esas son muchas horas, muchos minutos y segundos, es decir que todavía hay tiempo para tener aunque sean logros mínimos. Y para terminar reproduzco con total fe la frase completa del griego maratonista que inspira esta columna: “La vida se trata de moverse, y mientras queramos, el viaje no termina”.

Lucía Sauma es periodista.

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