Imposibilidades de la política
Otra vez, la razón económica ha encallado por su incapacidad de entender los humores sociales
Ecuador se encuentra inmerso en una grave crisis política, a raíz de las severas movilizaciones populares que desencadenaron una serie de medidas económicas adoptadas por el gobierno de Lenín Moreno. Otra vez, la razón económica ha encallado por su incapacidad de entender los humores sociales. Urge una buena política; lástima que ésta suele desaparecer cuando más se la necesita.
La secuencia es bastante conocida, pero no por ello deja de tropezar con la misma piedra, como si no se hubiera aprendido de la agitada historia reciente latinoamericana. Es la enésima vez que un Estado intenta equilibrar la macroeconomía, a veces con la razón de su lado, mediante medidas draconianas que suponen cierto sacrificio social, pero que desembocan en movilizaciones que no solo dificultan su aplicación, sino que ponen en riesgo la propia estabilidad sociopolítica del país.
Varios gobiernos latinoamericanos, de diverso signo, vivieron crisis de este tipo en el pasado. E incluso en la desarrollada Francia un leve aumento del precio de los carburantes impulsó la violenta revuelta de los “chalecos amarillos”, que jaquearon por varios meses al gobierno reformista de Emmanuel Macron. Tocarle el bolsillo a la gente es una cosa seria; evidencia bastante obvia que políticos y tecnócratas no parecen entender.
La cuestión no es cuán necesarias son las reformas y ajustes (por lo general, son bastante necesarias); tampoco la calidad técnica de las opciones elegidas; más importante suele ser la manera de explicarlas y llevarlas a cabo. El problema es la política, o mejor dicho, la imposibilidad de ciertas élites para gestionar las medidas con habilidad y sensibilidad. En estos casos, la forma es igual de importante que el fondo (la racionalidad de las decisiones).
Intuir los sentimientos de los otros, intentar persuadirlos, articular coaliciones sociales que sostengan las reformas o ser extremadamente creativos en las compensaciones o negociaciones que mitiguen sus impactos en los sectores más vulnerables son tareas ineludibles. Para su materialización se precisa liderazgo y consistencia en las dirigencias comprometidas con su ejecución. Realizarlas suponiendo que basta con gritar que son necesarias no es una ingenuidad tecnocrática, es un signo de impericia e irresponsabilidad.
Cuando el conflicto estalla, es demasiado tarde. Lo óptimo es considerar primero las posibles consecuencias. Como afirmaba un lúcido observador: la política es, nomás, un arte diabólico, y el camino al infierno está frecuentemente pavimentado de buenas intenciones. Ignorarlo es grave.
Son tiempos turbulentos, el horizonte se obscurece en todo el mundo. Urgen adecuaciones para superar el temporal, pero sin audacia, firmeza, capacidad para escuchar, negociar y ceder cuando es necesario; es decir, sin política de la buena, los escenarios son francamente inquietantes.