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Cierto, Zuckerberg, pero eres incoherente

Durante una reunión pública de Facebook, un empleado le pidió a Mark Zuckerberg, la quinta persona más rica del globo con una fortuna de $us 69.400 millones, que respondiera al candidato presidencial Bernie Sanders que afirmó que los multimillonarios no deberían existir. “Creo que si haces algo que es bueno, eres recompensado; pero parte de la riqueza que se puede acumular no es razonable”, contestó. Y cuánta razón tiene Zuckerberg ya que si bien es cierto que quien sirve al mercado (a las personas), merece una recompensa; y ese es el incentivo para servir. No parece racional, natural, que alguien posea tanta riqueza cuando muchos no tienen siquiera para comer.

El cofundador de Facebook explicó que, con su fundación Chan Zuckerberg, invierte en investigación científica para erradicar todas las enfermedades. Bien, pero esa no es una solución, y la de Sanders empeora las cosas: una propuesta para un impuesto elevado a los multimillonarios. Lo que el político no entiende (o no quiere entender, ya que vive de los impuestos) es que las cargas fiscales terminan siendo pagadas por los pobres, pues los ricos las derivan subiendo precios, bajando salarios, etc.

Ninguno de los dos comprende lo básico: los problemas de la libertad solo se solucionan con más libertad. Es que, como la falta de libertad se debe al poder policial del Estado, a la violencia que siempre destruye, cuanta más libertad menos violencia y más se desarrolla la sociedad. El punto está en la propiedad intelectual o copyright. Al ser la propiedad de orden natural surge espontáneamente del mercado (de las personas), de modo que si el Estado impone coactivamente una supuesta propiedad evitando su libre (natural) disponibilidad para el resto, está creando el monopolio del usufructo de una idea para un solo beneficiario.

Gracias a las leyes del copyright que benefician a empresas como Facebook o Microsoft, se han formado fortunas que no son propias de un mercado natural, sino el resultado de empobrecer al resto que debe pagar por ciertas ideas. Por caso, Thomas Edison era un “patentador serial” con el fin de hacer fortunas. Patentó unos 1.000 inventos y no es creíble que fuera tan genial. De hecho, la lámpara incandescente solo fue perfeccionada por él y patentada en 1879. Heinrich Goebel fabricó lámparas tres décadas antes. Mientras que el británico Joseph Swan obtuvo la primera patente en Gran Bretaña en 1878, y llevó a su plagiador, Edison, a las cortes británicas, que le dieron la razón.

Otro caso. El Gobierno de EEUU ha insistido en los derechos de propiedad intelectual sobre las medicinas para el sida, cuando en países como Sudáfrica constituía un aspecto crítico de salud pública, ya que los pobres no podían pagar dado el elevado precio que pedían los laboratorios, algunos de los cuales han creado una mafiosa industria que decide quién y con qué se “cura” una enfermedad.

Siendo que estas antivirales son combinaciones de medicamentos que habían sido desarrollados de forma previa, pero cuya combinación fue patentada —al estilo Edison— por farmacéuticas con gran capacidad de oscuro cabildeo, el argumento esgrimido es que sin una protección de las patentes se desincentivaría la investigación, cuando en realidad ocurre todo lo contrario: si no existen “derechos” monopólicos sobre una idea, todos pueden usarla, y construir sobre ella, multiplicando exponencialmente los cerebros aplicados.

Alejandro A. Tagliavini 

es miembro del Consejo Asesor del Center

on Global Prosperity, de Oakland, California;

@alextagliavini; www.alejandrotagliavini.com