¿Qué hacemos ahora?

Sin lugar a dudas, agosto y septiembre de 2019 han marcado un hito importante en la conciencia ciudadana sobre los impactos y la problemática ambiental producto de los incendios forestales. En Bolivia, hasta finales de septiembre se contabilizaron aproximadamente 5,3 millones de hectáreas de bosques y pastizales quemadas, las cuales representan el 4,8% del territorio nacional. Para la mayoría de los bolivianos, la magnitud que representa esta cifra es impactante, por lo que, de forma positiva, gradualmente se ha ido despertando un sentimiento colectivo de empatía sobre la naturaleza, el medio ambiente y los habitantes de las zonas afectadas.
Esta empatía colectiva se ha evidenciado de diversas formas, desde la donación de insumos y equipamiento para el combate de los incendios, hasta la movilización de voluntarios que valientemente arriesgaron su integridad física para aplacar las llamas. Estas iniciativas, lideradas por entidades públicas, privadas, organizaciones no gubernamentales y agrupaciones ciudadanas, entre otras, se han hecho públicas mediante los términos de “reforestación”, “arborización” y/o “restauración” de la Chiquitanía. Y para tal efecto se han impulsado campañas de donación y plantación de plantines, y recolección de semillas y su posterior dispersión mediante sobrevuelos, entre otras.
Si bien dichas campañas están relacionadas en cierta medida, los términos empleados tienen una conceptualización y una finalidad completamente diferente. Reforestar significa volver a introducir especies, en su mayoría arbóreas y nativas, dentro de las áreas sin cobertura vegetal. La arborización se refiere a la plantación de árboles nativos en zonas desprovistas de este tipo de vegetación. Entretanto, restauración es el proceso a través del cual se recupera gradualmente la vegetación, para que las áreas afectadas puedan recobrar sus atributos ecológicos y funcionales. Este último proceso puede ser natural (recuperación del mismo ecosistema) o asistido (con la ayuda del hombre).
Considerando que la Chiquitanía es un ecosistema ecológicamente frágil, la introducción de especies exóticas o la modificación drástica de sus estructuras poblacionales con la llegada de nuevas comunidades podrían degradar su biodiversidad natural a largo plazo en lugar de contribuir a su recuperación. Por ello, se debe garantizar que el remedio no resulte más trágico que la enfermedad. En este sentido, antes de encarar cualquiera de los procesos antes mencionados, se deberían evaluar los posibles impactos por tipo de vegetación. Esto permitirá establecer pautas para determinar cómo, cuándo y con qué especies podemos afrontar el gran desafío de mitigar los impactos de los incendios.
* Subgerente de Investigación y Monitoreo de Ecosistemas de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN).