‘Defender la democracia’
Se trata, pues, de la actualización de una brecha que no ha logrado ser superada
Aunque parezca irónico, desde la semana pasada, pero en particular desde ayer, cuando instituciones como el gobierno local paceño decidieron intervenir de manera directa en las movilizaciones, una parte de la sociedad ha decidido “defender la democracia” en un modo en que se muestra poco proclive a practicarla. Las movilizaciones y enfrentamientos de ayer son buen ejemplo.
Las movilizaciones, acompañadas a menudo de reuniones públicas que sus conductores llaman “cabildos”, evidencian una importante acumulación de descontento con el accionar de los gobernantes, particularmente en relación con la elección del 20 de octubre y el largo camino recorrido hasta ella desde el 21 de febrero de 2016; pero también una inclinación hacia prácticas intolerantes, que comienzan con el insulto en público (las y los periodistas de este diario han tenido que padecerlo en carne propia) y muy fácilmente conducen a la más belicosa de las actitudes.
Aparentemente no ha sido posible evitar que ciertos grupos de la población orienten su ira y violencia contenida contra quienes son diferentes por su color de piel y su estatus socioeconómico, actualizando, cuando no simplemente exteriorizando algo que no debía decirse por temor al estigma del racismo. Los discursos que señalan un “racismo al revés” como justificación no hacen sino confirmar las motivaciones detrás de sus acciones.
Se trata, pues, de la actualización de una brecha que no ha logrado ser superada, sino que simplemente se disfraza de discursos como el mestizaje, y que en los hechos no alcanzan; pues la diferenciación está presente en la mente de unos y otros, particularmente entre quienes se creen superiores solo porque han accedido a más y mejores recursos, al privilegio de tener la piel más clara y a una educación que no ha servido para enseñar respeto y tolerancia.
Son los mismos grupos que a falta de un liderazgo más nítido, y sobre todo de un proyecto que vaya más allá de aquel que quisiera a Evo Morales fuera de la presidencia, parecen dispuestos a dañar el Estado con tal de afectar al Primer Mandatario y a sus colaboradores. El “día siguiente” de una supuesta victoria de esta movilización, probablemente, se vería que la democracia no se ha fortalecido, los problemas se han profundizado y no basta con una florida retórica para gobernar en la crisis.
A esta suma de defectos de los grupos opositores movilizados (que no son la mayoría, incluso si en las calles se muestran numerosos) cabe añadir los errores y defectos de los gobernantes, particularmente la contradicción de mostrarse, por un lado, desafiantes hasta el límite de la soberbia y, por el otro, tratar de preservar lo poco que queda de la institucionalidad democrática a través de la participación de los organismos multilaterales que hasta hace poco eran identificados como adversarios del país. Son tiempos difíciles para Bolivia.