Exceso de pasión
Las masas pueden dejarse llevar por la convicción, y les toca a los líderes políticos buscar un balance conciliador.
La política siempre es una combinación de razón y pasión. Y la tarea de los dirigentes consiste en equilibrar ambos factores, considerando al mismo tiempo posibles soluciones a los problemas de mayor alcance, los cuales a veces el común de los ciudadanos tiene dificultades para percibir. Una acción política basada solo en la emotividad puede conducir a escenarios dañinos para el bien común.
El país está viviendo una crisis política en la que una de las primeras víctimas parece ser la capacidad de conversar serenamente y con argumentos entre los ciudadanos. Para darse cuenta de ello basta observar las tristes escenas de intolerancia callejera que se han producido, o el violento escenario en el que las redes sociales se han convertido. Estos son síntomas de un desgarro terrible en nuestra sociedad que costará mucho tiempo sanar.
Se suele atribuir este panorama a la primacía de la emotividad en la acción política, azuzada por la polarización y el carácter endogámico de las redes sociales en las que muchos interactúan únicamente con aquellos que comparten sus ideas o prejuicios. Con lo cual en estos espacios resulta difícil debatir y razonar antes de emitir un criterio o tomar decisiones.
Tampoco debemos soslayar que la política siempre ha sido una actividad en la que se combinan argumentos racionales y pasiones. A lo largo de la historia, las grandes revoluciones y movilizaciones han sido portadoras de ideas, pero también de profundas emociones. Y muchas de las revoluciones y revueltas han acabado en el caos y el retroceso por falta de equilibrio entre ambas dimensiones.
Y justamente es responsabilidad de la dirigencia política el articular estas dos dimensiones. Es decir, escuchar y acompañar los humores de los ciudadanos, pero también orientarlos hacia vías que preserven el bien común y consideren las razones y pasiones del adversario.
Las masas pueden dejarse llevar por la convicción, y les toca a los líderes buscar el balance con una lógica de responsabilidad y una comprensión más amplia del contexto. Además, en ciertos momentos deben asumir un rol pedagógico para persuadir y convencer de la necesidad de optar por soluciones que quizás no son del todo agradables para la mayoría de sus seguidores, pero sí necesarias para que la sociedad no se descomponga.
En estos tiempos de discursos inflamados y de posiciones irreductibles, es imprescindible que la dirigencia política y social entienda su rol histórico. En sus manos no está únicamente el reto de satisfacer las pulsiones de sus partidarios, también deben pensar en la preservación de un mínimo de valores comunes y de coexistencias con el que piensa diferente, aunque sea porque éstos no van a desaparecer al día siguiente del desenlace de la actual crisis. Como dice un viejo adagio que no habría que olvidar: “Toda victoria es relativa, toda derrota es transitoria”.