Las confesiones, complementariamente a su propósito liberador, tienden a generar una profunda reflexión en el confesor. Lo cual abre la posibilidad de disfrutar y valorar hasta los más íntimos detalles de las experiencias vividas en busca del entendimiento de la propia vida y la aceptación de los actos del cuerpo y de la mente. No como errores o arrepentimientos, sino más bien como un orgullo forjador de una identidad personal.

Revelar al mundo las propias experiencias no es tarea fácil, muchos guardamos en secreto acontecimientos que, aunque nos traigan una sonrisa pícara en el rostro, es inteligentemente mejor mantenerlas en reserva para no ser víctima de juzgamientos apresurados de mortales que caminan en otros zapatos. En este sentido, en su libro Las últimas confesiones de un libertino, el reconocido académico y diplomático Carlos Antonio Carrasco decidió contarle al mundo sus vivencias como una persona capaz de atraer, seducir y conquistar a los seres femeninos que atravesaban sus circunstancias y dejaban en él la intriga libidinosa para aventurarse a explorar texturas, colores y sabores humanos, con tanto gusto y dedicación que dejaba en la elegida la satisfacción de haber vivido episodios merecedores de un largo recuerdo.  

La simpática audacia con la que Carrasco nos revela sus conquistas pasionales deja sobreentendido que su intención no es mostrarse arrogante ni presumir la variedad de sus exitosas hazañas, sino rendir tributo a aquellas personas que dejaron en nombre, lugar y espíritu una marca indeleble que él todavía mantiene en su memoria, y posiblemente le provoca incesantes emociones que desearía revivir.

Las descripciones de los lugares visitados por el autor contienen detalles atractivos de gran diversidad y le otorgan a las “confesiones” un singular realismo. Entre los que destacan islas paradisíacas, hoteles lujosos, cuartos humildes, embajadas, universidades y muchos otros escenarios, que en su afortunado trayecto de vida pudo conocer y gozar, acompañado de personas que buscaban, al igual que él, encontrarse frente a frente con el placer y descubrir la forma de disfrutar el acto del amor. 

En estas confesiones, el autor también lloró, también sufrió y se arrepintió. La búsqueda del amor o de encuentros ocasionales tiene como consecuencias inevitables la confrontación con circunstancias que lo hicieron sentir rechazo y traición, por abrirse ingenuamente a personas que no compartieron los mismos sentimientos que él. Pero esto es lo que hace humano al libro, a pesar de que Carrasco también hizo llorar y sufrir, se lo debe entender como uno de los cuantos principios universales de la vida, el lastimar y ser lastimado, al igual que el amar y ser amado. Estas experiencias, vistas desde el consuelo del recuerdo, son una invaluable herramienta para aprender de los errores, haciendo que el autor intente sobrellevar las penas reemplazándolas con nuevas experiencias.

No es fácil ser un Don Juan, mucho menos mantener un discurso coherente y continuo que embellezca la atención del sexo opuesto. Sin embargo, esto no resulta ser un problema para Carlos Antonio Carrasco, quien nos muestra su habilidad innata para expresar las palabras exactas que le garantizaron, en diferentes ocasiones, la oportunidad de conquistar nuevos territorios y dejar constancia de la presencia de un boliviano.

El libro, en su estilo agradable de escritura, sus comentarios picantes y su intención de transmitir al lector las emociones pasionales de las diferentes escenas, se traduce en una novela atrayente que presenta al erotismo cautivante como su personaje principal.