Visto así, desde lejos y con la tranquilidad que dan una apacible ancianidad, un largo abandono del cargo voluntario de observador casi siempre parcial de nuestra politiquería y la confirmación de mis temores sobre la capacidad infinita de los bolivianos para cometer idioteces monumentales, el 20 de octubre pasado no me parece tan sensacional o definitivo como los electores parecen juzgarlo.

Es muy cierto que los evistas a ultranza se llevan desde ese día el premio galáctico al peor error político de nuestros dos siglos, y que el “fraude” cometido es muy notable por su estupidez infantil, tan indígena. Esta metida de pata evidente y transparente privará a Evo de su privilegiado lugar en nuestra historia. Ahora todos hablarán y chismearán sobre “el antes y después” del 20 de octubre de 2019, no ya del primer presidente indio, su inolvidable cabellera y su obra de 13 años.

Agotadas las reacciones primarias que explotaron en ambos bandos aquel nefasto día, los bolivianos me sorprenden porque su prensa derechista no se muestra tan incendiaria como lo fue durante mis mejores años (2006-2008). Incluyendo a los cívicos, cuya necesidad congénita solo es comparable con su ignorancia rancia. Los “interculturales”, quienes amenazaban a cada rato con “descender” sobre nuestras hambrientas ciudades para ofrecer nuevas versiones de los combates de macanas milenarias contra bates de béisbol, se me aparecen mudos e invisibles a cinco días del error inconcebible… Habrá un par de cabezas rotas y, Dios no lo quiera, uno o dos muertos por bando, pero nadie parece buscar en estas fechas un nuevo capítulo de la guerra civil tonta que fue el primer quinquenio evista. Es decir, los bolivianos no parecen bolivianos. Parecen haber perdido su preferencia por el caos, el desorden, el crimen, el delito, la corrupción y el cacho. Vistos desde aquí, así se me aparecen.

Indicios veo de que, fraude o no fraude, Mesa sigue siendo Mesa antes y después de este 20 nefasto. Veo que los bolivianos recuerdan sus días de gloria y esplendor “mesiánico” en el Palacio Quemado. Su obra inexistente durante sus 15 días con la faja alrededor de la panza y, sobre todo, su novela, publicada en México entre gallos y medianoche y aplaudida con entusiasmo por la familia Mesa. Dios, que después de todo es justo, le hizo locutor de radio y orador de videos publicitarios… no todo habría de ser mediocridad, pues. Veo también, aunque los cívicos han desenterrado el millón de banderas estrenadas hace una década, que Santa Cruz ya no es la de antes, sino que se ha civilizado un poco: hoy Santa Cruz se pregunta: “¿Después de Evo: Mesa y el diluvio y la anarquía?… Pero si estábamos tan bien con el indio maldito ese…”.

Y veo que Evo adoptará la única decisión posible: “Ganamos… aunque a la mala… ¡Así que venga la segundita, y que sea de otra docena de años!”. ¿Qué le queda? Si no fuera indígena, le quedaría la opción de aceptar una segunda vuelta y el riesgo de gastar su edad madura armando bloqueos y traqueteos… Dirá también: “Ganamos, porque si perdemos nos degüellan a todos… No dejarán indio con cabeza si perdemos”. Veo que puede perder el voto y la cabeza. El voto hoy, la cabeza luego. Los años de progreso que nos diera no entrañan una política menos brutal y violenta que la politiquería que se jugaba durante la República, esa maravilla que nunca quiso reconocer al indio como ser humano.

Si Evo no fuera indígena ni supiera lo que sabe, lo que aprendió durante sus décadas de persecución y abierto genocidio, aceptaría esa segunda vuelta como un don de la Pachamama. Aprendería la lección que debe sacar de esta primera vuelta: una oportunidad de enmendar errores, alejarse por fin de los corruptos criminales que dañan de muerte su régimen, retornar al gobierno del pueblo para el pueblo… pues esos 15 días se dieron.

Pero cada hombre lleva su Gólgota sobre el pecho, y Evo Morales ya vio asomar el suyo. Fue aquel día, lejano ya, en que su revolución fracasó porque los bolivianos fracasaron y traicionaron a Evo: se corrompieron y lo abandonaron. Desde entonces, anda solo y con los ojos tristes, como si hubiera perdido el alma.

* Escritor y periodista.