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Envidia de muro

Cuando se conmemoraba el 20º aniversario de la caída del Muro de Berlín, hace 10 años, la capital alemana celebró “derribando”, a modo de gigantesco dominó, un muro de colores pintado por artistas de todo tipo y procedencia. Como una gran metáfora, la persona que dio el primer empujón a la primera pieza de ese dominó fue Lech Walesa, el mítico líder del sindicato polaco Solidaridad.

En 2009, apenas iniciada la crisis, Europa celebraba aún con alegría el acontecimiento que cambió la faz del continente y del mundo. Hoy, lo que prevalece es la nostalgia. Nostalgia del optimismo y la esperanza que invadió todo; de la fe que da un objetivo claro; de la épica de la lucha por la libertad y la democracia. 1989 fue, como lo ha llamado el historiador británico Timothy Garton Ash, “el mejor año de la historia de Europa”.

Solo una minoría de los europeos del Este lamenta los cambios que se han producido desde entonces. La mayoría no está, sin embargo, completamente satisfecha con la actual situación política y económica. Y, lo mismo que les ocurre a sus vecinos occidentales, están preocupados por el futuro del sistema democrático y por las crecientes desigualdades. Así lo revela una encuesta reciente del Pew Research Center realizada en 16 países de la antigua órbita soviética más Estados Unidos.

Diferentes estudios a lo largo de los últimos años muestran que, si bien el apoyo a la democracia es generalizado en buena parte del mundo, y por supuesto en Europa, cada vez más gente está abierta a formas de gobierno no democrático. También aumenta la frustración y la preocupación sobre su funcionamiento. Un solo dato, pero muy significativo: dos tercios de los ciudadanos de Grecia, Italia, Bulgaria, Reino Unido y España están descontentos con cómo están funcionando sus sistemas políticos. ¿Les sorprende?

Y las razones, con sus peculiaridades nacionales, son comunes: corrupción, percepción de que la política solo beneficia a unas élites, pérdida de la solidaridad social y generacional, falta de rumbo. Los políticos no ofrecen propuestas mínimamente convincentes para abordar ni la realidad cotidiana ni las múltiples incertidumbres de la época y aumenta el número de nostálgicos que se aferra a las certezas de un tiempo pasado que nunca volverá.

El azar ha querido que tres décadas después de que cayera el Muro, muchos hoy estén desilusionados. Hastiados con la ineficacia de unos políticos que no saben, o no quieren, hacer su trabajo. En medio de una creciente, y peligrosa, lucha de identidades. Falta además redibujar un objetivo colectivo capaz de recuperar una serie de consensos básicos. Falta saber a dónde vamos y qué queremos ser. Envidia de muro que derribar.

* Periodista, especializada en temas económicos, directora de Foreign Policy en español.