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Incertidumbre y valentía política

Una de las principales tareas de la política consiste en disminuir el nivel de incertidumbre en que se desenvuelve la vida humana. En momentos de crisis, esta tarea es doblemente difícil y necesaria, para evitar que las pasiones se desborden. Los verdaderos líderes muestran su valor en momentos de este tipo, apostando y, sobre todo, decidiendo en función del bien común. 

La compleja crisis político-electoral que está viviendo el país desde hace tres semanas se va complicando cada vez más, al ritmo vertiginoso de la multitud de eventos que saturan las redes sociales y el interés de los medios de comunicación tradicionales. En medio de este torbellino se hace difícil para el ciudadano captar el sentido de muchas situaciones en su real dimensión, y más difícil aún, identificar las posibles soluciones a los problemas y malestares puestos en relieve.

La sociedad se encuentra atrapada en una polarización que la gran mayoría no desea, pero a la que debe someterse ante la ausencia de opciones, mensajes y voces que vayan en contra de los extremismos. El miedo y la incertidumbre se expanden, paralizando al cuerpo social, que quiere soluciones razonables y pacíficas, pero no sabe cómo expresarlas y articularlas colectivamente. Las crisis suelen ser el momento ideal para que se impongan la temeridad e irresponsabilidad de los radicales.

Por ello, la política democrática debe intentar responder a estos peligros, construyendo un marco mínimo de certidumbres, aportando referentes y comprensiones básicas de los conflictos que explican las rupturas sociales y culturales que hemos visto en estos días. Resulta muy difícil articular una fuerza social que apoye las salidas institucionales y pacíficas si antes los líderes políticos y sociales no explicitan lo que está en juego realmente; es decir, si no dan algunas certezas.

Ponerse de acuerdo en el problema real que nos aflige es un primer paso ineludible para resolverlo. Caso contrario, seguiremos dando vueltas en torno a creencias y prejuicios que agravan la discordia nacional; las cuales lejos de contribuir a resolver el conflicto en el corto plazo, dejarán heridas que nos perseguirán muchos años después del coyuntural desenlace de la crisis. De igual manera, la incapacidad de las dirigencias para realizar esta tarea, atrapadas en sus prejuicios e incapacidad de entender la posición del contrario, están dificultando los puntos de encuentro, angustiando a las mayorías y llevándonos a escenarios de bloqueo político.

Urge que la élite política, oficialista y opositora, deje de apostar por estrategias en función a sus propios intereses conversando únicamente con sus correligionarios. El futuro del país precisa valentía para dialogar en serio con el adversario, encarando de una vez los problemas que nos han conducido hasta este incierto momento, entendiendo que estamos a punto de abrir una caja de pandora, desatando demonios que podrían acompañarnos por mucho tiempo.