Un país partido en dos
Para unos, Evo Morales fue un candidato inconstitucional y para otros, uno legítimo.
Duele Bolivia. Fuertes posiciones antagónicas acaban de despojarla del imaginario de un país políticamente estable, que reconoce las identidades y que resuelve sus diferencias en el marco de la democracia. Las elecciones del domingo 20 de octubre han degenerado en lo peor de las reacciones.
¿Quién comenzó todo? Hasta en eso hay diferencias, y tremendamente marcadas; no hay sensatez de asumir responsabilidades.
¿Fue el 21 de febrero de 2016, cuyo referéndum le dijo a No a Morales a una nueva repostulación? ¿O el fallo del Tribunal Constitucional que reivindicó el derecho político de Morales a la reelección?
Con esas discrepancias, los oponentes asistieron a las elecciones generales. Para unos, Morales fue un candidato inconstitucional y para otros, uno legítimo.
Las campañas electorales fueron una muestra de fuerza inédita. Por un lado, los multitudinarios cabildos del Comité pro Santa Cruz, que avisaban de su fuerte incidencia contra la repostulación de Morales, y, por otro, también las masivas manifestaciones de movimientos sociales a favor de aquél.
Y, finalmente, el cómputo de votos terminó dividiendo a los bolivianos, unos en apoyo y defensa de Morales, y otros, en el mismo afán por el expresidente Carlos Mesa, candidato presidencial de la alianza Comunidad Ciudadana (CC).
El solo anuncio de los resultados parciales la misma noche de las elecciones planteó una preocupante polarización entre dos visiones de país, que a la postre devino nomás en un fuerte antagonismo que rayó en la discriminación, el racismo y la violencia.
La situación también se expresó en la verborragia política. Mientras Mesa, al considerar que consiguió pasar a segunda vuelta en las elecciones, Morales se congratuló de haber ganado los comicios en primera vuelta. Ambos, mientras aún no se conocían resultados definitivos.
Más tarde, la pulseta se trasladó a las calles, unos defendiendo su victoria y otros denunciando fraude electoral. Unos bloqueando las vías de las ciudades y otros buscando despejarlas, desatando otra vez violencia.
Unos desconociendo el voto de otros y éstos defendiendo los suyos, mitad a mitad.
Todo comenzó con el anuncio de Mesa de movilizaciones ante tribunales departamentales electorales, que derivó en la quema de cinco de ellos el lunes 21 de octubre. Fue el primer acto de violencia.
Pero la violencia no fue solamente atribuible a uno de los bandos. Aunque está en investigación, la muerte de dos personas en Montero fue señalada a seguidores del Movimiento Al Socialismo (MAS), como la de Cochabamba, cuya familia denunció a los organizadores del bloqueo por su desgracia, al haberle contratado para bloquear.
Otros obligaron a una mujer a arrodillarse y pedir perdón, y otra, la alcaldesa de Vinto, fue humillada, cortada sus cabellos, obligada a caminar descalza y pintada de rojo.
Para entonces, el paro indefinido en Santa Cruz era contundente, como los bloqueos callejeros en la zona Sur de La Paz. Los bloqueados eran “los masistas” y los que bloqueaban “luchaban por la democracia”.
En esa disputa por culparse quiénes eran los violentos y quiénes, pacíficos, unos se decían pacifistas y otros los culpaban de golpistas. Ninguno de ellos se expresaba conciliador, hasta que el desenlace fue terrible.
Una Policía en motín, respaldada por quienes horas antes los arrojaban con piedras y eran las víctimas de la represión. La Policía se había sumado al pueblo y había abandonado a otro pueblo a su suerte.
Ahora, unos celebran la renuncia de Morales y otros reclaman la pérdida de su líder, en protestas separadas en las que los primeros creen en que se hizo justicia y los últimos, que les escamotearon el voto, sea del periodo actual o el anulado por un dictamen externo de la OEA, que señaló que el 20 de octubre hubo manipulación del voto.
¿Por qué una mitad tiene que desconocer a la otra mitad? Ahora el país está partido en dos, difícil de volverlo a unir.
(12/11/2019)