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Los ebrios, la política y la muerte

Un alcohólico puede despertar semidesnudo en un parque cubierto en vómito y excremento. Puede ser avergonzado y excluido por su familia y seres queridos. Puede llegar al punto más bajo de humillación y degradación. Y aún sin tener nada más que perder, el alcohólico es capaz de seguir bebiendo. Lo hará hasta que su hígado no aguante y se encuentre con la muerte.

La política es como un alcohol colectivo, como lo es el fútbol, la religión u otras excusas que usamos para agruparnos y buscar una experiencia unificadora. Cuando la política se conecta con nuestras emociones, nos embriaga a todos en múltiples niveles. Contamina nuestro pensamiento y nuestras conversaciones. Llega a nuestras relaciones de familia, amigos, compañeros de trabajo, y más allá.

La ebriedad es molesta solamente para el sobrio. La sobriedad nos hace conscientes del miedo y la duda. Por eso, la ebriedad busca que la sobriedad sea exterminada. Hay sobrios dispuestos a renunciar a ella, con tal de no sentir nada incómodo. Para tolerar la ebriedad política, es necesario sumarse a ella. Al sobrio le invitamos trago para que nos acompañe. Si no acepta, lo presionamos. Y si no cede, lo alienamos.

El ebrio político hace del poder una virtud y del Estado, un dios. Hace de charlatanes profetas y líderes. El poder se vuelve asunto de vida o muerte; un clásico de fútbol. Hay que ganarle al contrario para poder llevar la copa. Hay que ganar las elecciones, la presidencia, la revolución, el trono, la democracia… a cualquier coste, porque ganar poder es “glorioso”. La política es un drama de extremos irreconciliables: buenos y malos, héroes y villanos. Quien sea héroe o villano dependerá de donde nos sentemos en este teatro político: a la izquierda, a la derecha, o al centro.

Este teatro además no es horizontal. No hay sitio para todos. Para los que participen, la política nos seduce a tomar partido, a definirnos por un bando y conectarnos emocionalmente con su farsa. Es una obra teatral con actores mediocres, sin libreto, trucha, improvisada y falsa, pero que asumimos como real y que trae consecuencias reales. A veces violencia y muerte.

Los medios y las redes sociales son una botella de interminable licor político. Con nuestros celulares, la botella ya no tiene fondo. Tenemos sed y alcohol todo el día, sin pausa ni descanso. Ya no recordamos lo que es estar sobrio. Mientras el drama se profundiza, más ebrios nos ponemos. La política coloniza nuestros hígados y, poseídos por el sopor etílico, deliramos. Tenemos alucinaciones. Se nos abren los cielos y entra la luz de la verdad. Y la verdad es clara: el poder es para los “nuestros”, nunca para ellos, los “otros”. El poder es una cuestión de membresía y nuestro club es el campeón, el mejor, el acertado, el elegido.

Nuestros cerebros, idiotizados, no reconocen margen de error, no toleran crítica alguna. Nos lideran quienes nos imitan y simplifican. Nuestro líder nos entiende porque nos reduce a ideas simples. Sabe lo que dice, y lo sabemos porque dice lo que opinamos o creemos opinar. En ese círculo es imposible fallar. Y si alguien nos contradice o nos opone, se nos llena el corazón de fervor y buscamos algún arma para silenciar al enemigo. Salimos a luchar. Algo pasa y la memoria se apaga.

Despertamos nuevamente a la mañana siguiente, con la boca seca, el estómago adolorido, la ropa sucia, el cuerpo frío, en un lugar desconocido sin saber cómo llegamos hasta ahí. Hay sangre por todos lados. No sabemos de dónde viene. En el campo de batalla hay otra gente borracha durmiendo a nuestro lado. Hay cadáveres también. Borrachos dormidos y cadáveres son indistinguibles. Están unidos en un abrazo trágico: unos porque siguen inconscientes, y otros porque nunca podrán despertarse. Nuestro país necesita la unidad de los sobrios, porque la política y sus ebrios, solo nos traerán dolor y muerte.

* Abogado.