Es la hora de la política y de una negociación transparente de los compromisos necesarios para lograr la pacificación del país mediante el cese de la violencia, el restablecimiento de los servicios básicos y la convocatoria a nuevas elecciones generales en el plazo más breve posible. Es la hora de la reflexión sistemática sobre las múltiples aspiraciones y demandas planteadas durante las movilizaciones ciudadanas de las últimas tres semanas en las principales ciudades del país.

Es la hora de reconocer en toda su magnitud los profundos cambios de la sociedad boliviana, que inesperadamente han salido a la superficie con la enérgica impronta de una juventud que se propone participar militantemente en el diseño del futuro, que es el suyo propio. Es la hora de esbozar la visión de país futuro que podemos compartir todos los bolivianos en el marco de una unidad dinámica de las diversidades culturales, regionales y políticas, donde la tolerancia recíproca, el destino común y la justicia social, proporcionen los fundamentos de una cohesión nacional cada vez más consolidada.

En el horizonte democrático posible deben tener cabida algunos elementos de continuidad respecto del pasado inmediato; así como también nuevos acomodos institucionales que respondan a las condiciones demográficas, sociales y económicas que caracterizan a la Bolivia de hoy, cuyas potencialidades son enormes en términos de recursos humanos y naturales, y podrían ser mayores aún si se adoptan las instituciones apropiadas.

Las inocultables transformaciones ocurridas en los 14 años pasados son el resultado de una serie de procesos anteriores, que se remontan por lo menos hasta la Revolución nacional de 1952, matriz de la cual surgieron décadas después la participación popular y las políticas más recientes de inclusión étnica y cultural. Se debe reconocer asimismo el enorme impulso que recibió la economía entre 2003 y 2014 debido al auge de precios de nuestros principales productos de exportación.

El contexto internacional ha cambiado radicalmente en los últimos años, lo que vale tanto para el orden internacional como para la región latinoamericana. Y así también en estos años se ha disipado paulatinamente la holgura fiscal y cambiaria del pasado inmediato, que fue la condición primordial para el ejercicio de las políticas redistributivas aplicadas por el gobierno de Evo Morales.

Pero no es en la disputa doctrinaria sobre el pasado que vamos a encontrar los soportes imprescindibles para el diseño de una estrategia de desarrollo inclusivo y sostenible de largo aliento, ni tampoco respecto de los encuadres institucionales que proporcionen la certidumbre necesaria para las decisiones de los agentes económicos. Sobre el particular, la única sugerencia práctica se refiere a que la deliberación argumentada debería girar sobre la cuestión de los objetivos y los fines de la gestión estatal, antes que extraviarse en una disputa escolástica sobre los medios e instrumentos preferidos. Los fundamentalismos de toda índole no contribuyen mayormente a la hora de construir acuerdos políticos viables y eficaces; así como tampoco lo hacen las presiones de los intereses particulares de determinados grupos sociales.

Si se logra pactar de manera efectiva y vinculante el marco normativo y la hoja de ruta para la realización próxima de elecciones limpias, con la garantía de un Órgano Electoral de probada integridad profesional y moral, se habrán sentado las bases esenciales para que sean las urnas las que diriman la configuración del sistema político que de manera institucionalizada se hará cargo de la necesaria transición hacia una democracia robusta por los valores compartidos que la sostienen en la sociedad y las instituciones que la regulan en el Estado. Eso es lo prioritario para apaciguar los espíritus agitados en estos momentos.

Horst Grebe

es economista.