Los extravíos del minero
Aquellos dirigentes y trabajadores mineros poseían la suficiente formación sindical, la experiencia y el aplomo para afrontar los momentos más críticos de una sociedad en conflicto.
Hubo de llamarse la “gloriosa” Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia en el pasado-presente. Y con todos los honores. Lo de “gloriosa” no fue, por supuesto, una concesión piadosa, se la forjó y ganó a fuerza de denodadas luchas por sus reivindicaciones sociales.
Pero fueron muchos los años de grandes esfuerzos encaminados a estructurar una clase trabajadora con principios inalienables e innegociables de parte de la entonces dirigencia, cuyos componentes de sobrada autoridad e integridad no actuaban sino en estricta sujeción a los postulados no solo de su estatuto, sino también de su propia conciencia.
Aquellos dirigentes y trabajadores mineros poseían la suficiente formación sindical, la experiencia y el aplomo para afrontar los momentos más críticos de una sociedad en conflicto. No en vano habían desarrollado un “olfato de combate” para luchar contra lo que consideraban la vulneración de sus derechos.
No parece desmedido, entonces, decir que al trabajador minero habría que ubicarlo junto con los grandes emancipadores de las luchas sociales del país, tanto por su coraje como por su disposición a ofrendar la vida. Demás está relatar sobre los saldos fatales de las dictaduras militares.
Así y todo, su principal goce lo hallaban buscando la justicia. Leían pocos periódicos y apenas ojeaban las revistas, pero se nutrían con irrefrenable apetito de la trayectoria y obra de auténticos personajes revolucionarios de talla mundial como Marx o Lenin, quien sostenía como uno de sus principios que “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”.
La seguridad industrial de los mineros, por otra parte, fue una lacra que no mejoraba con el paso del tiempo. Antes bien, iba de mal en peor. Pese a ello, se las arreglaban. Eso sí, tenían muy claro que la entidad que los representaba “debía mantener su independencia y distancia del poder”. Pues de lo contrario, sus días se irían cayendo como las hojas secas de un árbol.
Mientras perforaban la roca al interior de la mina, nadie sabía cómo se encontraban estos obreros, tal vez ni siquiera ellos mismos. Al término de su faena, emergían de la bocamina con los pulmones agitados, las manos chamuscadas, la indumentaria oliendo a mineral y copajira. No habitaban en ellos ninguna incompostura premeditada. Tan diferente a estos tiempos, en que algunos dirigentes, extraviados en sus ruines intereses, huelen a confabulación y conspiración.
Era, pues, otra temporada, cuando los dirigentes eran dirigentes y los mineros, ¡¡¡mineros!!!
Ramiro Villegas
es corrector de La Razón.