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Sobrevivir

Dieciséis años después vuelven a salir carros cisternas para surtir de gasolina a La Paz a costa de muertos y heridos en El Alto. Mientras tanto, en la sede de gobierno las filas para cargar gasolina son enormes, junto con otras hileras de gente que desde la madrugada ha urgido a quienes quieren comprar un pollo. Hace 30 días que en Bolivia no hay calma. Incertidumbre y pesadumbre rodean este noviembre de 2019. Este mismo clima se repite en Cochabamba, que también vela a sus muertos como semanas antes lo hizo Santa Cruz. Muchos dirán que ellos se lo buscaron.

Cuando este momento quede como parte de la historia de nuestro país, el recuento de vidas será de un número que tristemente parece no estar cerrado este jueves 21 de noviembre, por los heridos en estado crítico. La cuenta vendrá mal acompañada de un decreto que exime de responsabilidad penal a las Fuerzas Armadas (FFAA) en caso de legítima defensa o estado de necesidad, así como otras normas. Lo cierto es que toda justificación o argucia legal no calmará el dolor ni las consecuencias para las familias de los fallecidos, sean civiles o policías, jóvenes o mayores, la muerte es la muerte.

Cuando pasen estos días, el recuento deberá incluir las casas quemadas de unos y otros, las incontables pérdidas económicas, el cierre de emprendimientos pequeños y medianos. Y sobre todo, la inestabilidad, la incertidumbre e imposibilidad de entendernos y encontrarnos. Días sin escuela ni universidad. Lágrimas, discusiones en la calle, vecinos que se arman, que no tienen límite en pensar cómo defenderse o cómo atacar. Abundan las amenazas, los temores de todo tipo, los silencios, como viejos resabios de otras dictaduras, cuando nos pedían andar con el testamento bajo el brazo.

Hay mucha tristeza en este noviembre aciago, cargado de división entre bolivianos, por mucho que escuchemos decir que ahora ya no hay racismo, que estamos todos unidos, la realidad dice otra cosa. La Biblia se ha puesto de moda al igual que rezar en los bloqueos, sean del sector que sea. Huele a impostura, porque en los hechos no hay tolerancia, respeto por el otro ni verdaderas actitudes de paz.

A pesar de todo, este clima beligerante y tormentoso, con resultados tan nefastos, es oportuno apelar al instinto de supervivencia (ya que no es posible hacerlo a la razón), para que sobre las cenizas que han dejado estos días se sobreponga el buen juicio y, rescatando lo mejor de cada uno, seamos capaces de poner fin al desastre que todavía estamos viviendo.

* Periodista.