Después del apocalipsis
Todo tiene un final y la receta apropiada es siempre la resistencia y no la alternativa fácil de eludir la responsabilidad.
Cuarta semana del undécimo mes del año, mi columna sale los viernes, y resulta difícil mantener la tradición de escribir sobre temas de la industria minera y sus perspectivas cuando el país se debate en una lucha fratricida entre los que deben dejar el poder y los que lo asumen. Hay temor en las calles, las redes están inundadas de noticias, muchas de ellas falsas, sobre lo que acontece, y lo menos importante en estos casos es la agenda económica. La gente casi llega a la histeria, los jinetes del apocalipsis cabalgan de nuevo, solo se quiere sobrevivir. No es la primera vez, ni la última seguramente, que el país enfrenta este tipo de crisis, al parecer existenciales, en las que se tiene la sensación de caer al despeñadero y en las que en el último instante se logra eludir la tragedia. Así hemos vivido desde la fundación de la República y así parece que seguiremos a futuro.
El costo de transiciones profundas como la Revolución nacional de 1952, las crisis militares de los años 70, o la irrupción neoliberal de los años 80 y 90, para citar las principales, ha sido tremendo. Solo así se explica que un país con un potencial en recursos naturales como el nuestro esté plagado de elefantes blancos como Karachipampa, La Palca, el Mutún e incluso como la industrialización de las sales en Uyuni. Siempre estamos empezando de nuevo proyectos que en su tiempo pudieron ser de enorme interés. Se paralizan para empezar de cero con la administración entrante; pasan los años, los proyectos envejecen con sus propiciadores y/o revisionistas y la inexorabilidad del tiempo y de la vida los vuelve caducos.
Tratando de explicar este extraño pero inexorable comportamiento de los conglomerados humanos, presentes no solo en nuestro país sino en muchos otros, me topé con dos frases del inmortal René Descartes que vienen al caso y que parecieran indicar la ruta natural a seguir para afrontar adversidades como la problemática de estos días: “La enredadera no llega más arriba que los árboles que la sostienen” y “Hay mayor honra y seguridad en la resistencia que en la fuga…”. Todo tiene un final y la receta apropiada es siempre la resistencia y no la alternativa fácil de eludir la responsabilidad que en estas crisis corresponde a todos. Hoy vivimos una crisis política muy seria, con ingredientes de vandalismo, delincuencia y terror en las calles; pero siempre hay una cúspide y luego un declive. Cuando esta columna salga a la palestra, tal vez hayamos empezado a volver a la estabilidad política del país, tal vez la tormenta amaine y reine la calma. Ojalá.
Pero siempre hay un después. Y en el caso de la economía y de los proyectos mineros e industriales del portafolio actual del país, la resaca puede ser muy dura. Para hablar de nuestro proyecto estrella de industrializar nuestros salares altiplánicos, se encuentra demorado más de cuatro décadas precisamente por este tipo de cosas, luchando por salir de la etapa de pilotaje e instalación de infraestructura, sin conexión con la cadena de valor de los centros industriales del mundo. Y con la anulación, por presiones regionales, de la asociación entre la empresa estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) y la firma alemana ACI SYSTEMS, cabe preguntarse: ¿cuál será la receta para la continuidad?, ¿qué empresa se animará a venir al país en estas circunstancias políticas?, ¿habremos perdido el tren de la historia? El panorama se pinta gris y podemos decir lo mismo en el caso del Mutún, de Mallku Khota y, peor aún, de proyectos menos desarrollados como Santa Isabel, en el sudoeste potosino. Hoy, en el sector minero y en otros sectores estratégicos, se percibe, otra vez, el tufillo de lo nonato, de lo que no llegó a ser y de la recurrencia de lo empezado.
* Ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.