Voces

Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 14:03 PM

Pongamos fin a la violación de mujeres y niñas

La violación aplasta la voz y la voluntad de las víctimas. Es un costo intolerable para la sociedad.

/ 24 de noviembre de 2019 / 00:00

Si me concedieran un deseo, bien podría ser erradicar totalmente las violaciones. Sería como ver desaparecer una importante arma de guerra de todos los conflictos. Sería lograr que las niñas y las mujeres no tengan que calcular el riesgo diario en espacios públicos y privados. Sería eliminar una afirmación violenta del poder. Sería, en definitiva, un cambio para la sociedad.

La violación no es un breve acto aislado. Daña el cuerpo y reverbera en la memoria. Puede tener consecuencias no deseadas que cambian la vida para siempre, como un embarazo o el contagio de una enfermedad. Sus devastadores efectos permanecen durante mucho tiempo y afectan a otras personas: familiares, amistades, parejas y colegas. Tanto en tiempos de paz como durante los conflictos, motiva la decisión de las mujeres de abandonar su comunidad por miedo a una agresión o por la estigmatización de las sobrevivientes.

Las mujeres y niñas que dejan su hogar como refugiadas se arriesgan a sufrir un trayecto inseguro y enfrentan condiciones de vida inciertas en las que posiblemente no haya puertas cerradas, una iluminación adecuada ni instalaciones de saneamiento óptimas. Las niñas que contraen matrimonio buscando una mayor seguridad en el hogar o en el campamento de personas refugiadas pueden verse atrapadas en una situación en la que la violación está legitimizada, con pocos recursos para aquellas que desean escapar, como un refugio y un alojamiento seguro.

En la inmensa mayoría de los países, el principal riesgo de violencia sexual para las adolescentes procede de su pareja o expareja, ya sean novios, compañeros sentimentales o maridos. Como sabemos por la labor que realizamos sobre otras formas de violencia, el hogar no es un lugar seguro para millones de mujeres y niñas.

El hecho de que la mayoría de los casos no se denuncian y que los agresores quedan impunes es una realidad casi universal. Para que las mujeres denuncien, se necesita en primer lugar una enorme resiliencia para revivir la agresión, ciertos conocimientos para saber adónde acudir y un determinado nivel de confianza en la respuesta de los servicios de ayuda, si es que existen.

En muchos países, las mujeres saben que si denuncian una agresión sexual es muchísimo más probable que las culpen a que les crean y tienen que lidiar con un injustificado sentimiento de vergüenza. Como resultado, no se escucha a las mujeres si hablan de la violación; la mayor parte de los casos quedan sin denunciar y se mantiene la impunidad de los agresores. Los estudios demuestran que solo un pequeño porcentaje de las adolescentes obligadas a mantener relaciones sexuales forzadas busca ayuda profesional. Y menos del 10% de las mujeres que buscaron apoyo tras haber sido víctimas de la violencia lo hicieron recurriendo a la Policía.

Un paso positivo para aumentar la rendición de cuentas es conseguir que la violación sea ilegal en todo el mundo. En la actualidad, más de la mitad de los países del planeta carece de leyes que tipifiquen explícitamente como delito a la violación conyugal o que se basen en el principio del consentimiento. Además de considerar la violación como un delito, debemos hacer más, mucho más, para que la víctima sea lo más importante de la respuesta y para que los agresores rindan cuentas.

Esto implica reforzar la capacidad de los organismos encargados de hacer cumplir la ley para investigar estos delitos y apoyar a las sobrevivientes mediante procesos jurídicos penales, dándoles acceso a los servicios de Justicia, policiales y de asesoramiento legal; además de los servicios sociales y sanitarios, especialmente en el caso de las mujeres más marginadas.

Contar con más mujeres en las fuerzas policiales e impartirles una capacitación adecuada es fundamental para que las sobrevivientes vuelvan a confiar en la Justicia y sientan que su denuncia se toma en serio en todas las fases de lo que puede ser un proceso complejo. Para progresar, también debemos derribar las muchas barreras institucionales y estructurales, los sistemas patriarcales y los estereotipos negativos sobre el género que perviven en los estamentos judiciales, policiales y de seguridad, al igual que en otras instituciones.

Quienes usan la violación como un arma conocen su demoledora fuerza para traumatizar y saben cómo aplasta la voz y la voluntad. Es un costo intolerable para la sociedad. Ninguna otra generación debe verse obligada a luchar con el legado de la violencia sexual.  ¡Somos Generación Igualdad y pondremos fin a la violación!

* es directora ejecutiva de ONU Mujeres. Este texto fue elaborado con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se conmemora el 25 de noviembre. 

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Pongamos fin a la violencia contra las mujeres

El acoso sexual ha llegado a normalizarse e incluso a justificarse como parte inevitable de la vida de una mujer.

/ 25 de noviembre de 2018 / 02:30

Todavía desconocemos el verdadero alcance de la violencia contra las mujeres, puesto que el miedo a represalias, los efectos de que los demás no les crean y el estigma que soporta la sobreviviente, pero no el agresor, han silenciado las voces de millones de sobrevivientes de la violencia y han desvirtuado la dimensión real del horror continuo que sufren las mujeres.

Recientemente, activistas de base y sobrevivientes, además de movimientos internacionales como el de #MeToo, #TimesUp, #BalanceTonPorc, #NiUnaMenos, HollaBack! y #TotalShutdown han convertido el aislamiento en sororidad mundial. Gracias a esta acción, se exigen responsabilidades a los agresores y se expone la prevalencia de la violencia ejercida en un espectro que incluye desde la alta dirección hasta la planta de producción. Los movimientos mundiales de hoy en día impulsan peticiones colectivas de rendición de cuentas y la adopción de medidas e instan a poner fin a la impunidad para garantizar los derechos humanos de todas las mujeres y las niñas.

El tema elegido para el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra el 25 de noviembre, de este año es “Pinta el mundo de naranja: #EscúchameTambién”. Este lema tiene como propósito honrar y amplificar todavía más las voces de las personas, ya sea la de una ama de casa en su hogar, la de una alumna que sufre abusos de su profesor, la de una secretaria de oficina, la de una deportista o la de un muchacho que está de pasante en una empresa, uniendo sus experiencias de diferentes lugares y sectores en un movimiento mundial de solidaridad. Es un llamado a escuchar y a creer a las personas sobrevivientes, a poner fin a la cultura del silencio y a que nuestra respuesta tenga como centro de atención las personas sobrevivientes. Se debe dejar de cuestionar la credibilidad de la víctima y en su lugar hay que centrarse en la rendición de cuentas del agresor.

Aquellas personas que han alzado la voz nos han ayudado a entender mejor cómo el acoso sexual ha llegado a normalizarse e incluso a justificarse como parte inevitable de la vida de una mujer. Su generalización, inclusive dentro del sistema de las Naciones Unidas, ha contribuido a que se perciba como un inconveniente menor y cotidiano que se puede pasar por alto o tolerar. Así, únicamente los casos más atroces merecen el esfuerzo de emprender el arduo camino de la denuncia. Se trata de un círculo vicioso que debe terminar.

Por ello, #EscúchameTambién también conlleva un llamado al cumplimiento de la ley. Es absolutamente inaceptable que la gran mayoría de los autores de la violencia contra mujeres y niñas quede impune. Muy pocos casos llegan a denunciarse a la policía; un porcentaje todavía menor se sanciona con penas, de las cuales solamente algunas son de cárcel. Las instituciones policiales y judiciales se deben tomar las denuncias muy seriamente y otorgar prioridad a la seguridad y el bienestar de las sobrevivientes, por ejemplo, mediante la inclusión de más mujeres policía para atender denuncias de violencia presentadas por mujeres.

La legislación debe reconocer que el acoso sexual es una forma de discriminación contra las mujeres y una violación de los derechos humanos, expresando y regenerando el concepto de desigualdad que tiene lugar en muchos ámbitos de la vida, desde las escuelas hasta el lugar de trabajo, desde los espacios públicos hasta el Internet. Si las leyes protegen los lugares de trabajo tanto formales como no formales, las personas trabajadoras más vulnerables como, por ejemplo, aquellas que dependen de las propinas de su clientela para conseguir ingresos dignos, tendrán más oportunidades de señalar el abuso y de ser escuchadas. También quienes ofrecen empleo, en todos los países, pueden influir de manera decisiva haciendo cumplir de manera independiente normas de comportamiento que promuevan la igualdad de género y la tolerancia cero ante cualquier tipo de abuso.

ONU Mujeres lidera los esfuerzos para poner fin a todas las formas de violencia contra las mujeres y las niñas mediante la labor que realiza, desde el Fondo Fiduciario de la ONU para Eliminar la Violencia contra la Mujer que prestó asistencia a más de 6 millones de personas el año pasado, hasta la iniciativa conjunta Spotlight de la UE y las Naciones Unidas dotada de 500 millones de euros, que constituye la inversión individual más importante hasta la fecha para erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas en todo el mundo, sin olvidar el trabajo que lleva a cabo la Entidad para garantizar ciudades seguras y espacios públicos seguros. Además, trabajamos en el seno de ONU Mujeres y el sistema de las Naciones Unidas en su conjunto para abordar el acoso sexual y los abusos de poder en nuestros propios lugares de trabajo. Este año, con su colaboración, nos proponemos respaldar a todas las personas cuyas voces todavía no están siendo escuchadas.

* Secretaria general adjunta de las Naciones Unidas y directora ejecutiva de ONU Mujeres.

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Hoy es cuando: Día Internacional de la Mujer

El activismo tiene que modificar la manera en la que escuchamos a las mujeres y la manera cómo las percibimos.

/ 8 de marzo de 2018 / 04:09

El tema de este año para conmemorar el Día Internacional de la Mujer se centra en la intensa vida de las mujeres activistas, cuya pasión y compromiso han permitido hacer realidad los derechos de las mujeres generación tras generación, y a las que les debemos los cambios conseguidos. Celebramos un movimiento internacional sin precedentes a favor de los derechos, la igualdad, la seguridad y la justicia de las mujeres, reconociendo el trabajo incansable de las activistas que han sido fundamentales en este avance mundial de la igualdad de género.

Hoy presenciamos una importante unión de fuerzas entre las mujeres de todo el mundo, lo que demuestra el poder de hablar con una sola voz, en un momento en el que reclaman oportunidades y rendición de cuentas, aprovechando el impulso de las redes y las coaliciones de base que se extienden hasta llegar a la dirección de los gobiernos. Estos movimientos tienen sus raíces en el trabajo de activistas de varias generaciones, desde la difunta líder feminista por los derechos humanos Asma Jahangir, de Pakistán; hasta la nueva generación que emerge con fuerza, representada por mujeres jóvenes como Jaha Dukureh, en Gambia, la embajadora de buena voluntad regional de ONU Mujeres para África sobre la erradicación de la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil.

Las sociedades saludables cuentan con un amplio abanico de voces e influencias que proporcionan contrapoderes, experiencias y perspectivas diferentes, y el debate que garantiza una toma de decisiones adecuada. Allí donde no se oigan ciertas voces, significará que falta una pieza importante de la sociedad. Cuando estas voces silenciadas suman millones de personas, sabemos que algo no funciona bien en este mundo. De igual modo, cuando observamos y oímos que estas voces se alzan con decisión y solidaridad, sentimos que eso es lo correcto.

Aplaudimos a todas aquellas personas que han exigido con valentía tener acceso a la Justicia, como por ejemplo las activistas del movimiento #MeToo o #YoTambién, que en los últimos meses han utilizado los medios sociales para expresarse en más de 85 países y exponer a aquellos que se han aprovechado de quienes tienen menos poder. Con ello han demostrado que cuando las mujeres se apoyan entre ellas, contribuyen a superar el estigma y a que la gente crea lo que tienen que explicar.

Encomiamos a las mujeres que se han pronunciado en la Corte Penal Internacional, donde sus testimonios han hecho responsables a aquellos que utilizaron la violación como arma de guerra. Celebramos el trabajo de los activistas que han luchado por la igualdad de derechos de las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales; y el de aquellas que han impulsado la reforma legal en países como Túnez para poner fin a una disposición que permitía a los violadores eludir la pena si contraían matrimonio con sus víctimas.

Nuestro reconocimiento a aquellas personas que han tomado las calles de la India para denunciar el asesinato y la violación de niñas y niños pequeños, convirtiendo las protestas en movimientos de base más amplia en los que participan comunidades enteras. Honramos a las líderes indígenas que han alzado la voz por sus derechos de posesión de tierras y en contra de las prácticas tradicionales, y a las personas que incluso han perdido la vida defendiendo los derechos humanos.

El movimiento feminista debe seguir aumentando la diversidad y la cantidad de personas que trabajan por la igualdad de género, incorporando a personas y grupos (como por ejemplo hombres y niños, jóvenes y organizaciones confesionales) para respaldar y configurar la agenda, para que los jóvenes y los niños aprendan a valorar y respetar a las mujeres y las niñas, y para que los hombres puedan cambiar su conducta.

El activismo de hoy tiene que modificar la manera en la que escuchamos a las mujeres y la manera en la que las percibimos, reconociendo el poder que tienen los estereotipos para influir en cómo valoramos a las personas. Es imprescindible que haya un movimiento de mujeres que aborde estas cuestiones, pero también necesitamos un movimiento de hombres feministas.

Este tiene que ser un punto crucial: poner fin a la impunidad y al sufrimiento silencioso de las mujeres en las zonas rurales y urbanas, incluidas a las trabajadoras domésticas. Como refleja nuestro último informe, Hacer las promesas realidad, las personas activistas de hoy en día deben empoderar a aquellas personas que tienen más posibilidades de quedarse atrás, la mayoría de las cuales son mujeres. En todas las regiones, las mujeres tienen más probabilidad de vivir en una situación de pobreza extrema que los hombres. Esta brecha de género alcanza hasta el 22% en el grupo de edades comprendidas entre los 25 y los 34 años, los años reproductivos clave de las mujeres, y pone en evidencia el dilema a las que muchas mujeres se enfrentan: el de conciliar la obtención de ingresos con los cuidados. En este ámbito, se necesitan urgentemente medidas y un cambio de políticas.

ONU Mujeres tiene una relación especial con el movimiento de las mujeres. De hecho, nuestra organización surgió de este activismo. La sociedad civil ha desempeñado desde siempre un papel esencial al dirigir las acciones mundiales sobre igualdad de género defendiendo la reforma, haciendo hincapié en las complejidades de los retos a los que se enfrentan las mujeres, influyendo en las políticas, participando en la supervisión, y promoviendo la rendición de cuentas. Debemos crear deliberadamente un apoyo más firme al activismo político de las mujeres y un espacio más amplio para las voces de la sociedad civil de mujeres a fin de unir nuestros esfuerzos a favor de las personas que realmente necesitan más el cambio. Necesitamos una nueva generación de igualdad duradera que ponga fin a la cultura de la pobreza, el maltrato y la explotación por motivos de género.

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Una vida sin violencia, ¡pongámosle fin!

Como comunidad mundial, ahora podemos poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas.

/ 26 de noviembre de 2017 / 12:40

La reacción inicial ante la avalancha de mensajes con la etiqueta #metoo en todo el mundo ha sido la rabia al constatar la dimensión de los abusos sexuales y la violencia que revelaba. Las millones de personas que se unieron a este hashtag nos demostraron lo poco que habían sido escuchadas antes.

Las compuertas cedieron, se dio paso a las conversaciones, se acusó a las personas por su nombre, y la fragilidad de las declaraciones individuales creció con el vigor de un movimiento.

Esta denuncia colectiva ha servido para dar fuerza a aquellas historias que de otro modo no se habrían contado. La violencia sexual en el ámbito privado casi siempre termina por ser la palabra de una persona contra la de otra, en el caso de que siquiera se llegue a hablar de ello. De hecho, incluso es difícil señalar la violencia sexual en el ámbito público cuando la sociedad no contempla la violación como un delito por parte de los hombres, sino como un error de la mujer; y percibe que a esa mujer no hay que hacerle caso.  

Estamos viendo cómo la horrible cara de la violencia sale a la luz: los abusos de poder que impiden la denuncia y restan importancia a los hechos, que excluyen o aniquilan a la oposición. Estos actos de poder tienen el mismo origen independientemente de que se trate del asesinato de una defensora de los derechos humanos que hace frente a los grandes intereses comerciales en la cuenca del Amazonas, o de una joven refugiada que se ve forzada a mantener relaciones sexuales para conseguir comida o suministros, o de una empleada de un pequeño negocio de Londres despedida de su trabajo por ser una persona difícil tras denunciar una conducta sexual inapropiada por parte de su jefe. En todos los casos, una y otra vez, estos casos de abuso derivan de la confianza que tienen los autores de que no habrá una represalia significativa, de que no se recurrirá a la ley, de que no se tendrán que dar explicaciones.  

Sin embargo, todas y todos tenemos derecho a vivir la vida sin la amenaza de la violencia. Esto es cierto para todas las personas, sin tener en cuenta su género, su edad, su raza, su religión, su origen étnico o casta; independientemente de su nivel de ingresos, su orientación sexual, su estado serológico respecto del VIH, su ciudadanía, el lugar donde viven o cualquier otro rasgo de su identidad.  

La violencia contra mujeres y niñas se puede evitar. Hay muchas maneras de prevenir la violencia en un principio y de detener la repetición de los ciclos de violencia.  Como sociedad, podemos respaldar la aprobación e implementación de leyes que protejan a las niñas y las mujeres ante el matrimonio infantil, la mutilación genital femenina, la violencia doméstica, las agresiones sexuales y el acoso; y podemos promover que se evalúe y se haga un seguimiento debidamente de su impacto. La prestación de servicios esenciales para las personas sobrevivientes de la violencia debe ser integral, multisectorial, libre de prejuicios, de buena calidad y accesible para todas las personas, sin excepción. Estos servicios constituyen la primera línea de respuesta para aquellas personas cuyas vidas se han visto truncadas; la dignidad y la seguridad de la persona sobreviviente deben ser las preocupaciones centrales de estos servicios.

La prevención de la violencia debe empezar en una etapa temprana. El sistema educativo y el personal docente están en contacto con niñas, niños y jóvenes y pueden transmitir los principios de igualdad, respeto y actitudes no violentas a las generaciones futuras. Para ello es necesario contar con un plan de estudios apropiado y comportamientos que sirvan de ejemplo.  

Lo que la etiqueta #metoo ha reflejado claramente es que todas y todos tenemos algo que aportar a la hora de hacer de la nuestra una sociedad mejor.

Debemos alzar la voz contra el acoso y la violencia en nuestras casas, en nuestros lugares de trabajo, nuestras instituciones, los entornos sociales y a través de nuestros medios de comunicación. Los casos denunciados con la etiqueta #metoo demuestran que nadie está inmune. Con esto en mente, debemos adoptar medidas para prevenirlos, y al mismo tiempo estar en situación de responder adecuadamente.

En este amplio esfuerzo de poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas entendemos que los hombres desempeñan un papel vital para lograr el cambio. Hacer frente al sexismo, al predominio masculino y a los privilegios masculinos como la norma de la sociedad empieza con la creación de masculinidades positivas. Las madres y los padres pueden instilar principios de igualdad, derechos y respeto cuando educan a sus hijos varones. Y los hombres pueden reprochar a sus compañeros comportamientos inaceptables aunque en realidad estos representen una pequeñísima parte del gran problema del acoso.

La esencia del tema de ayer “Que nadie se quede atrás” es que nadie se quede fuera. Esto significa contar con las mujeres y las niñas en pie de igualdad e incluirlas en todos los asuntos que las conciernen, y diseñar soluciones para poner fin a la violencia junto con aquellas personas a las que antes se ha omitido, relegado o marginado.  Como comunidad mundial, ahora podemos poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas, transformar las instituciones y unir esfuerzos para erradicar la discriminación, restaurar los derechos humanos y la dignidad, y no dejar a nadie atrás.

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Por un planeta 50-50 en 2030

Es preciso actuar con determinación para eliminar la discriminación.

/ 8 de marzo de 2017 / 05:04

En el mundo, demasiadas mujeres y niñas dedican horas a las responsabilidades del hogar; habitualmente, destinan a estas tareas más del doble de tiempo que hombres y niños. Ellas cuidan a sus hermanas y hermanos más jóvenes, a sus familiares ancianos, a enfermas y enfermos de la familia. En muchos casos, esta división desigual del trabajo tiene lugar a expensas del aprendizaje de las mujeres y las niñas, y de sus posibilidades de obtener un trabajo remunerado, hacer deporte o desempeñarse como líderes cívicas o comunitarias. Esto determina los patrones de desventajas y ventajas relativas, la posición de las mujeres y los hombres en la economía, sus aptitudes y lugares de trabajo. Este es el mundo inmutable del trabajo sin recompensa, una escena familiar de futuros desolados.   

Queremos construir un mundo del trabajo distinto para las mujeres. A medida que crecen, las niñas deben poder acceder a una variedad de carreras, y se las debe alentar a realizar elecciones que las lleven más allá de las opciones tradicionales, servicio y atención, y les permitan conseguir empleos en la industria, el arte, la función pública, la agricultura moderna y la ciencia.

Esto exigirá ajustes en la crianza, en programas de estudios, en ámbitos educativos y en canales que transmiten estereotipos cotidianos como la televisión, la publicidad y los diversos tipos de espectáculos. Requerirá dar pasos decididos para proteger a las niñas de las prácticas culturales nocivas, como el matrimonio a temprana edad y todas las formas de violencia.

Las mujeres y las niñas deben estar preparadas para formar parte de la revolución digital. Actualmente, solo el 18% de los títulos de grado en ciencias de la computación corresponden a mujeres. En todo el mundo se necesita un cambio significativo en la educación de las niñas, que tendrán que cursar las asignaturas troncales (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) si han de competir con éxito por “nuevos empleos” bien remunerados. Las mujeres representan solo el 25% de la fuerza laboral de la industria digital.

Según el análisis del Grupo de Alto Nivel sobre el empoderamiento económico de las mujeres del Secretario General de la ONU, para lograr la igualdad en el lugar de trabajo será preciso ampliar las oportunidades de empleo decente. A tal fin, los gobiernos deberán realizar esfuerzos concertados para promover la participación de las mujeres en la vida económica; colectivos como los sindicatos tendrán que apoyar; y se deberá dar voz a las mujeres para generar soluciones que permitan superar las barreras para su participación. Hay mucho en juego: si se logra avanzar en la igualdad de género, podría impulsar el PIB mundial en $us 12 billones de aquí a 2025.

También es preciso actuar con determinación para eliminar la discriminación que las mujeres encuentran en varios frentes, que convergen más allá del género: la orientación sexual, la discapacidad, la edad avanzada y la raza. Estos factores contribuyen a la desigualdad salarial, cuya brecha de género es, en promedio, del 23%, pero se eleva al 40% en el caso de las afroamericanas en EEUU. En la Unión Europea, las mujeres de edad avanzada tienen un 37% más de probabilidades de vivir en la pobreza que los hombres del mismo rango de edad.

Debemos lograr que funcionen mejor para las mujeres aquellas áreas de actividad donde ya están excesivamente representadas, pero reciben una baja remuneración, además de contar con escasa o nula protección social. Se trata, por ejemplo, de que exista una economía del cuidado sólida, que responda a las necesidades de las mujeres y las emplee a cambio de una remuneración; de que se apliquen condiciones igualitarias para el trabajo remunerado o no de las mujeres; y del apoyo a las empresarias, que abarque su acceso al financiamiento y a los mercados.

Para hacer frente a las injusticias se necesita resolución y flexibilidad por parte de empleadores tanto del sector público como del privado. Será preciso ofrecer incentivos para contratar y retener a las trabajadoras; por ejemplo, una ampliación de las prestaciones por maternidad para las mujeres con objeto de apoyar también su reincorporación, la adopción de los Principios para el empoderamiento de las mujeres y la representación directa en los niveles de toma de decisiones. Junto con esto, se necesitan cambios en las prestaciones para los padres, además de cambios culturales que hagan de la aceptación de la licencia de paternidad una opción viable y, por lo tanto, un beneficio real para toda la familia.

En medio de esta trama compleja se necesitan también cambios sencillos: que los padres se ocupen de la crianza. Es preciso que todas las partes hagan ajustes si se desea aumentar el número de personas que puede obtener un trabajo decente, lograr que ese conjunto de personas sea inclusivo y hacer realidad los beneficios para todas y todos que prevé la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con la promesa de un mundo igualitario.

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De cero castigo a tolerancia cero

Nunca hubo un momento más urgente para actuar en contra de la violencia sexual

/ 13 de junio de 2016 / 03:25

La intoxicación, el secuestro y la violenta violación en grupo de una niña de 16 años en Río de Janeiro, Brasil, es un llamado a cambiar el rumbo de la violencia en contra de las mujeres y niñas en Brasil y en todos los países del mundo. Su silencio se rompió cuando los hombres ostentosamente publicaron imágenes de la violación, profundizando aún más su abuso al mostrar el cuerpo de la mujer al mundo, con la expectativa y confianza de recibir la aprobación de sus amigos, e impunidad. Éste es el momento para que Brasil pueda romper esta confianza desde su núcleo y así reafirmar el poder de la ley y el respeto de los derechos humanos. Es el momento para la cero tolerancia de la violencia contra las mujeres y niñas.

La expectativa casual de los hombres de no recibir algún castigo refleja la cultura de impunidad que conocen la mayoría de los violadores en todo el mundo. Su confianza da a conocer un clima de abuso normalizado, una cultura de violencia cotidiana en contra de las mujeres y niñas, así como un claro fracaso de los sistemas de justicia. Se estima que solo se reporta un 35% de todos los casos de violación en Brasil. Y, a pesar de ello, la Policía brasileña registra un caso de violación cada 11 minutos, todos los días.

La adolescente brasileña no recibió ninguna atención médica hasta después de que su ataque se hizo público. El miedo, la vergüenza o la desesperanza contribuyen a la falta de reportes de violencia sexual. Muy pocas mujeres y niñas reciben la ayuda que necesitan —y al que tienen derecho— tanto para curarse como para protegerse de embarazos, así como del VIH u otras infecciones de transmisión sexual.

Un simple hecho ilustra esta realidad: además de los terriblemente altos índices de violencia sexual que sufren a diario las mujeres y las niñas en Brasil y en toda la región, 56% de todos los embarazos en América Latina y el Caribe no son planeados o deseados. Las mujeres y las niñas necesitan tener acceso a la gama completa de servicios y derechos reproductivos en todo momento. Se ha incrementado la atención a la falta crítica del acceso a estos servicios en Brasil y en otras partes dada la propagación inesperada del virus del zika. Los riesgos son mayores para las más vulnerables, quienes no se pueden proteger adecuadamente contra infecciones ni contra embarazos no deseados, especialmente en el contexto de violación.

Nunca hubo un momento más urgente para actuar en contra de la violencia sexual y en favor de las mujeres y niñas para que puedan acceder a los servicios de salud que necesitan fácil y confidencialmente. Se necesita movilizar,  tanto a los sistemas legales como a los de salud para poder hacer frente a los casos ya existentes, así como tomar acciones para construir servicios integrales para sobrevivientes.

Este caso sirve para concientizar sobre la discriminación e intimidación diaria que viven las mujeres y niñas no solo en América Latina, sino en todo el mundo. La violencia contra las mujeres y las niñas afecta profundamente a nuestras sociedades, nuestras economías, nuestra política y nuestro potencial global a largo plazo. También restringe vidas, limita opciones y viola derechos humanos. En todas sus formas, desde la brutalidad física contra defensoras de los derechos de las mujeres como Berta Cáceres, quien fue asesinada en el occidente de Honduras en marzo, hasta la difamación de las figuras políticas femeninas, la violencia se vive diariamente en formas visibles e invisibles, y nos disminuye a todas y todos. Es a la vez la razón por la cual aumentar la representación de las mujeres en posiciones de liderazgo es tan importante, y también por qué es tan difícil de lograr.

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