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La ‘guerra del infinito’ en Hong Kong

Carrie Lam, la gobernante de Hong Kong respaldada por Pekín, está molesta porque la Navidad fue “arruinada por un grupo de alborotadores imprudentes y egoístas”. Joan Shang, quien se ha unido a las protestas en favor de la democracia, tiene una opinión diferente. “Es una guerra ideológica y estamos en el centro de ella”, dijo sobre la campaña de casi siete meses. Ese tipo de luchas no toman un descanso para celebrar a Santa Claus.

Me encontré a Hong Kong, que alguna vez fue el hogar apolítico de la búsqueda pragmática del dinero, desgarrada y conmocionada. Todo, desde las reuniones de las cooperativas hasta las conversaciones durante la cena, está cargado de la tensión entre el campamento de manifestantes “amarillos” y el bloque “azul” de Pekín. El diálogo es casi inexistente. La lucha ideológica amarillo-azul enfrenta al Estado de derecho de Hong Kong contra el “Estado de derecho” de China, a las sociedades libres contra la intensificación de la autocracia del Estado de vigilancia del presidente Xi Jinping.

La confrontación no terminará pronto. Decir que el rumbo del siglo XXI depende del resultado de este conflicto sería exagerado, pero no disparatado. “Esta es la guerra del infinito”, me dijo Joshua Wong, un destacado activista por la democracia. “Cuando Xi dice la ‘patria’, me desanima”, afirma Shang. “No tengo vínculos con ese país. Nosotros en Hong Kong no somos una sociedad autoritaria. Psicológicamente, China no puede entender a los jóvenes que están dispuestos a sacrificar sus propios intereses en aras de la democracia. Para ellos, todo se trata de dinero”.

La riqueza recién adquirida y el rápido desarrollo han sido el sustento de la sociedad china en las últimas décadas. Cientos de millones de personas han salido de la pobreza. Xi, con su tendencia a concentrar el poder, abolir los límites de mandato y extender el control tecnológico, no ha dejado dudas sobre su determinación de prolongar esa cohesión a través de la imposición. La historia de China ha estado signada por periodos de unidad seguidos de fracturas. Xi quiere acabar con esa alternancia.

China tiene sus líneas rojas, y Hong Kong está pisando cerca de ellas. Pero la ciudad es un caso especial; son dólares y oxígeno. Hong Kong ofrece a los magnates del continente la capacidad de introducir y retirar “capital rojo”. La ciudad, el tercer centro financiero más grande del mundo, proporciona acceso a los mercados internacionales de capital. Incluso ofrece tribunales y jueces honestos. Y entonces es probable que China juegue a esperar.

Un segundo Tiananmén en Hong Kong tal vez solo provocaría una insurrección armada o un levantamiento absoluto por la independencia. La infiltración gradual de los paramilitares continentales en la Policía cada vez más brutal de Hong Kong es una alternativa obvia. Pero no es una solución. El dilema de Pekín es que la idea de “un país, dos sistemas”, que siempre ha sido un ejercicio de ambigüedad creativa, está fracturada.

El modelo, que se acordó para la entrega de la soberanía británica a China en 1997 y que se supone que durará hasta 2047 está casi a la mitad de su supuesta vida. Se han alcanzado los límites de sus contradicciones internas. Si China se hubiera movido en la dirección liberal que muchos esperaban, habría sido otra cosa. Es muy diferente ahora, cuando el gobierno de Xi se vuelve cada vez más represivo y se estima que un millón de uigures musulmanes en Sinkiang se someten a una reeducación orwelliana en campamentos de detención.

La inquietud de Hong Kong tiene muchas raíces: aumento de la desigualdad, viviendas inasequibles, menos oportunidades para los jóvenes, una gobernanza vacilante, y una sensación de marginación a medida que se fortalece el dominio de China. La ciudad representa el 2,7% del PIB chino en la actualidad, en comparación con el 18,4% en 1997. Shenzhen, justo al otro lado de la frontera, era una ciudad de vacas hace tres décadas, ahora es un centro de alta tecnología, estimulante y reluciente.

La sorda insensibilidad de Lam empujó a los hongkoneses a una revuelta abierta en junio. La propuesta de su gobierno para un proyecto de ley de extradición habría significado una derrota para Hong Kong. Esta ciudad sabe más que ninguna otra que el Estado de derecho y un Poder Judicial independiente son la base de su prosperidad. Permitir que presuntos criminales sean enviados a la ilegalidad que impera en la China continental habría acabado con eso. Es por eso que millones tomaron las calles. El proyecto de ley fue retirado, pero ya era demasiado tarde. Se abrió la caja de Pandora y el genio que surgió se llama libertad. Lam, según un audio obtenido por Reuters, admitió que el proyecto de ley fue “muy imprudente”. Su vida, dijo, “se puso patas arriba”. Está paralizada. Pero no puede renunciar. Lo último que quiere Xi es sentar el precedente de que las protestas callejeras masivas conducen al derrocamiento de un líder.

Los manifestantes tienen cinco demandas, incluida una investigación independiente sobre la brutalidad policial y amnistía para los miles de personas que han sido arrestadas. Pero lo más difícil de conseguir es la exigencia de elegir al jefe ejecutivo a través del sufragio universal; en otras palabras, una democracia verdadera para Hong Kong. La Ley Básica de 1997 exige el “sufragio universal” como un “objetivo final”, pero “de acuerdo con el principio del progreso gradual y ordenado” y “tras la nominación por parte de un comité de nombramientos ampliamente representativo de acuerdo con los procedimientos democráticos”.

La ambigüedad creativa, como ya dije, es también conocida como una estrategia verbal impenetrable. Este lenguaje intrincado digno de un burócrata soviético se está convirtiendo en algo irrelevante. Lam fue elegida por un comité electoral de 1.200 miembros dominado por facciones a favor de Pekín. ¡Eso funcionó muy bien! Wong, el activista prodemocrático de 23 años, lo dijo sin rodeos: “El problema fundamental es que, desde la perspectiva de Pekín, el sufragio universal no se aleja mucho de la independencia”.

Regina Ip, legisladora de Hong Kong y exsecretaria de seguridad, cree que el problema fundamental reside en otra parte: en las demandas maximalistas de los manifestantes. China, me dijo, acordó establecer una “forma de gobierno más democrática en Hong Kong”, pero “no una democracia disponible para una entidad política independiente”. Las protestas se transformaron en “un intento serio de derrocar al Gobierno y separar a Hong Kong de China”.

No creo que el problema sea la independencia. Las protestas, que en su mayoría no tienen líderes y son coordinadas a través de las redes sociales, y que van desde actuaciones musicales coordinadas en centros comerciales hasta marchas masivas, son la respuesta furiosa de una población frustrada al siniestro giro represivo de Xi y la sumisión de Lam. La cultura de Hong Kong ha cambiado. Aunque alguna vez fue intensamente pragmática, ahora está intensamente basada en valores. Eso también podría suceder algún día en la zona continental. Los milénials aprecian los valores.

Las elecciones al consejo de distrito del mes pasado, en las que los defensores de la democracia tomaron el 87% de los escaños, sugieren el estado actual de la opinión pública de Hong Kong. La impaciencia y la irritación por el desorden que provocan las protestas en una ciudad impulsada por los negocios han crecido, pero están lejos de ser predominantes. Es probable que las elecciones legislativas de septiembre refuercen la tendencia democrática.

Tai, profesor de Derecho, no estaba seguro de darme su tarjeta porque la Universidad de Hong Kong está tratando de expulsarlo por su papel en las protestas políticas de 2014, y podría suceder pronto. Este año, pasó unos meses en prisión después de ser condenado por cargos de alteración del orden público. Ahora está en libertad bajo fianza. “Nuestra lucha por nuestros derechos no terminará”, me dijo. “El surgimiento de China es una amenaza para el mundo libre y eso es lo que Hong Kong está resistiendo”. La ciudad es la vanguardia de un despertar mundial, con una mezcla de ansiedad y consternación, a las implicaciones reales de la ascendencia china.

El logro más significativo, quizás el único, en materia de política exterior del gobierno de Trump ha sido respaldar a los manifestantes de Hong Kong mientras presiona a Xi con el comercio y mantiene abiertos los canales de comunicación con el líder chino. Esta presión estadounidense, que ha hecho popular a Trump en Hong Kong, no debe ceder.

Mike Bloomberg, quien dijo que Xi “no es un dictador”, y Joe Biden, quien dijo que China “no es competencia para nosotros”, deberían volver a pensar en sus palabras. En mi opinión, el sufragio universal para Hong Kong es la única salida del estancamiento de “un país, dos sistemas”, a menos que el Ejército Popular de Liberación marche hacia la ciudad y se desate el infierno.

* Periodista y escritor, columnista de opinión de The New York Times. © The New York Times Company, 2019.