El pasado miércoles, el medallista Daniel Toroya fue atacado por una jauría de perros en la ciudad de Oruro mientras entrenaba. Según relató el atleta, gracias a la ayuda de dos personas pudo repeler la embestida de los canes. A pesar de ello, terminó con heridas de diversa consideración en las piernas, espalda y brazos, de las cuales ahora se recupera. Afortunadamente, la víctima no fue un niño o un anciano, con lo cual el final hubiese sido mucho más trágico. De todas maneras, las autoridades no deberían esperar a que ocurra un desenlace de esta magnitud para recién adoptar medidas en contra de la proliferación de perros callejeros en Oruro y en el resto de las urbes del país.
Y es que, no sobra recordar, miles de canes viven y se procrean en las calles en gran medida debido a la irresponsabilidad de los vecinos que acostumbran a adoptar perros para el cuidado de sus hogares y negocios, pero a tiempo de alimentarlos y cobijarlos los dejan a su suerte. Una situación de mucho riesgo para la salud y la seguridad de la población, como evidencia el ataque que suscita este comentario. Pero también para los propios canes, que se ven obligados a deambular por las calles en busca de comida y agua, pasando frío, hambre, accidentes, contrayendo y a la vez diseminando enfermedades. Siendo las hembras las más vulnerables.
Por ello, urge insistir en la necesidad de adoptar políticas públicas para controlar su proliferación, con campañas gratuitas de esterilización y multas y sanciones contra aquellos que dejen a sus perros en las vías públicas, entre otras medidas.