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Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 05:10 AM

Australia nos enseña el camino al infierno

Seamos sinceros: las cosas tienen muy mala pinta. Sin embargo, rendirse no es una opción. Estas reacciones políticas contra la lucha por contener el cambio climático aterran más que los propios incendios.

/ 18 de enero de 2020 / 21:36

En un mundo racional, los incendios forestales que está azolando a Australia constituirían un punto de inflexión histórico. Al fin y al cabo, es exactamente el tipo de catástrofe que los científicos nos advirtieron hace mucho que debíamos esperar si no tomábamos medidas para limitar las emisiones de gases con efecto invernadero, los causantes del calentamiento global. De hecho, un informe encargado en 2008 por el Gobierno australiano predecía que por causa del cambio climático las temporadas de incendios iban a comenzar antes en el país, terminarían más tarde e iban a ser más intensas… a partir aproximadamente el 2020.

Es más, aunque parezca cruel decirlo, este desastre es inusualmente fotogénico. No hace falta estudiar gráficos y tablas de estadísticas; es un relato de terror contado por paredes de fuego y aterrados refugiados apiñados en las playas.

De modo que este debería ser el momento en el que por fin los gobiernos estableciesen medidas urgentes para evitar la catástrofe climática. Pero el mundo no es racional. De hecho, el Gobierno antiecologista australiano parece mostrarse completamente indiferente mientras las pesadillas de los ecologistas se hacen realidad.

Y los medios de comunicación antiecologistas, el imperio de Murdoch en especial, han emprendido una campaña de desinformación a gran escala que intenta echar la culpa a los pirómanos y los “verdosillos” que no dejan a los bomberos talar suficientes árboles para prevenir los incendios de gran magnitud.

Estas reacciones políticas aterran más que los propios incendios. Los optimistas climáticos siempre han esperado un consenso amplio a favor de medidas para salvar el planeta. El relato era que el problema de las acciones climáticas residía en la dificultad de llamar la atención de la ciudadanía. Se trataba de un asunto complejo, y los daños eran demasiado graduales e invisibles. Además, los grandes peligros se situaban en un futuro muy distante.

Pero, sin duda, en cuanto hubiese suficientes personas informadas sobre este fenómeno, en cuanto las pruebas del calentamiento fuesen suficientemente abrumadoras, la acción climática dejaría de estar politizada. La crisis climática, en otras palabras, acabaría convirtiéndose en el equivalente moral de la guerra, una emergencia que trasciende a las habituales divisiones políticas.

Pero si un país literalmente en llamas no basta para producir un consenso a favor de la acción, ni siquiera para moderar las posiciones antiecologistas, ¿cómo se alcanzará ese consenso? La experiencia australiana da a entender que la negación del cambio climático persistirá contra viento y marea; es decir, pese a las olas de calor devastadoras y al aumento de las tempestades catastróficas.

Podríamos estar tentados de considerar a Australia como un caso especial, pero la misma división profunda entre partidos se produce desde hace tiempo en Estados Unidos. Sin ir más lejos, en la década de los noventa demócratas y republicanos tenían prácticamente las mismas probabilidades de declarar que los efectos del calentamiento ya habían empezado. Desde entonces, las opiniones entre partidos han divergido, y los demócratas tienen cada vez más probabilidades de ver que se está produciendo un cambio climático (como de hecho ocurre), mientras que un porcentaje cada vez mayor de republicanos no ven ni oyen ningún problema relacionado con el clima.

¿Refleja esta divergencia un cambio en la composición de los partidos? Al fin y al cabo, los votantes con más formación académica se han ido decantando por los demócratas, y los que menos formación tienen, por los republicanos. ¿Es entonces cuestión de lo bien informada que esté la base de cada partido?

Probablemente no. Hay pruebas sustanciales de que los conservadores académicamente preparados y bien informados sobre política tienen más probabilidades que otros conservadores de decir cosas que no son ciertas, quizá porque es más probable que sepan lo que las élites políticas conservadoras quieren que crean.

Es especialmente probable que los conservadores con altos conocimientos en ciencias y letras sean negacionistas del cambio climático.

Pero si la negación y la oposición a la acción son inamovibles incluso ante una catástrofe evidente, ¿qué esperanza hay de evitar el apocalipsis? Seamos sinceros con nosotros mismos: las cosas tienen muy mala pinta. Sin embargo, rendirse no es una opción. ¿Qué camino debemos seguir?

Clarísimamente, la respuesta es que la persuasión científica está obteniendo rendimientos drásticamente decrecientes. Muy pocos de los que ahora siguen negando la realidad del cambio climático o al menos oponiéndose a hacer algo al respecto se moverán ante una mayor acumulación de pruebas o incluso ante la proliferación de nuevos desastres. Cualquier medida que llegue a tomarse deberá emprenderse frente a la incorregible oposición de la derecha.

Esto significa que la acción a favor del clima tendrá que ofrecer beneficios inmediatos a un gran número de votantes, porque las políticas que parecen exigir un sacrificio generalizado —como las que se basan en los impuestos a las emisiones de carbono— solamente serían viables con el tipo de consenso político que claramente no vamos a alcanzar.

¿Cuál podría ser una estrategia política eficaz? He estado releyendo un discurso publicado en 2014 por el eminente politólogo Robert Keohane, que insinuaba que una forma de superar el punto muerto político en lo referente al clima podría ser “haciendo hincapié en enormes proyectos de infraestructuras que crearan empleo”; en otras palabras, un Nuevo Pacto Verde. Una estrategia así podría dar lugar a un “gran complejo climático-industrial”, lo que de hecho sería bueno desde el punto de vista de la sostenibilidad política.

¿Tendría éxito una estrategia semejante? No lo sé. Pero parece ser nuestra única oportunidad, teniendo en cuenta la realidad política en Australia, Estados Unidos y en otros sitios, es decir, que las fuerzas poderosas de la derecha están decididas a hacernos seguir rodando a toda velocidad por el camino hacia el infierno.

* Premio Nobel de Economía. © The New York Times Company, 2020. Traducción de News Clips.

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¿El aterrizaje es suave? ¿Seguirá así?

Estoy mirando las encuestas de empresas privadas, que no muestran ningún indicio de aumento de la inflación

Paul Krugman

/ 15 de marzo de 2024 / 09:43

Allá por 1973, Estados Unidos estaba experimentando un preocupante aumento de la inflación . Pero George Shultz, entonces secretario del Tesoro, sugirió que el problema sería transitorio: que la economía podría tener un “ aterrizaje suave ”. No fue así. La década de 1970 fue una década infame de estanflación, y la inflación finalmente se controló en la década de 1980 solo a través de políticas monetarias estrictas que causaron años de desempleo muy alto. Así que el presidente Biden estaba tentando un poco a la suerte cuando declaró en el discurso sobre el Estado de la Unión que “el aterrizaje es y será suave”. Pero es casi seguro que tiene razón.

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¿Qué entendemos por aterrizaje suave? En términos generales, lograr una inflación aceptablemente baja sin un alto desempleo. Pero, ¿qué queremos decir, específicamente, con baja inflación y bajo desempleo?

Los datos recientes han sido algo decepcionantes, con dos informes consecutivos sobre precios al consumidor algo positivos y débiles indicios de un deterioro del mercado laboral. ¿Se ha cancelado el aterrizaje suave?

Probablemente no. Estoy tratando de no entrar en razonamientos motivados aquí, pero creo que hay buenas razones para no tomar demasiado en serio esas altas cifras de inflación. De hecho, estoy un poco más preocupado por los crecientes riesgos de recesión.

Lo primero es lo primero: es posible que haya leído que los precios al consumidor, excluyendo alimentos y energía, aumentaron un 3,8% durante el año pasado. Eso suena bastante mal. Pero no conozco a ningún economista serio que crea que ésta es una imagen precisa de la inflación subyacente.

Porque hay dos grandes problemas con ese número. En primer lugar, un año es demasiado largo: la inflación estuvo cayendo a lo largo de 2023, por lo que las cifras año tras año nos dan una imagen del pasado. En segundo lugar, ese aumento del IPC básico se debe al alza de los precios de la vivienda, en su mayor parte el alquiler equivalente a los propietarios (un precio que, por definición, nadie paga realmente) y, por razones técnicas, las medidas oficiales de los precios de la vivienda están muy por detrás de los alquileres del mercado, que al a nivel nacional se han mantenido casi estables durante mucho tiempo.

Entonces, ¿dónde estamos realmente? Me gusta observar el cambio semestral en los precios al consumidor, excluyendo alimentos, energía, automóviles usados y vivienda, no porque los artículos excluidos no importen, sino porque son muy volátiles o, en el caso de la vivienda, un indicador muy rezagado. Ese índice está aumentando a una tasa anual del 2,8%. Podemos analizar las cifras más a fondo, y muchos economistas están ocupados haciéndolo mientras escribo. Pero permítanme darles algunos otros indicadores que me dan cierta confianza en que la inflación subyacente está muy por debajo del 3%. Un indicador son los salarios. Los ingresos medios por hora han aumentado a una tasa anual de menos del 4% en los últimos seis meses, mientras que la productividad (una cifra volátil, especialmente durante e inmediatamente después de la recesión pandémica) ha aumentado a una tasa anual del 1,6% desde la víspera de la pandemia. Eso sugiere una tasa de inflación subyacente de alrededor del 2,5%.

También estoy mirando las encuestas de empresas privadas, que no muestran ningún indicio de aumento de la inflación en los datos oficiales. No hay ningún indicio allí, ni en ninguna de las otras encuestas que he visto, de que la inflación se esté reacelerando. Así que estoy bastante seguro de que el lado inflacionario de la historia del aterrizaje suave sigue intacto.

Estoy un poco más preocupado por el lado del desempleo. La tasa de desempleo de febrero del 3,9% todavía era baja según los estándares históricos, pero la tasa ha aumentado un poco. Mucha gente, incluido yo mismo, sigue de cerca la regla de Sahm, una regularidad empírica descubierta por Claudia Sahm, execonomista de la Reserva Federal, que se centra en promedios de tres meses de la tasa de desempleo. La regla dice que es muy probable que se produzca una recesión si ese promedio de tres meses aumenta más de medio punto porcentual por encima de un mínimo anterior. Ha sido tan útil en el pasado que FRED , la invaluable fuente de datos económicos, proporciona gráficos ya preparados de la medida de la regla de Sahm.

Esta medida ha ido aumentando. Todavía está por debajo de ese nivel crítico de 0,5, pero me preocupa que las altas tasas de interés finalmente estén pasando factura y que, al mantener las tasas altas, la Reserva Federal esté corriendo el riesgo de hacer realidad todos esos pronósticos erróneos de recesión. Pero al menos por el momento todavía estamos en territorio de aterrizaje suave. Al final algo saldrá mal, pero en comparación con las funestas predicciones de muchos economistas, por no hablar de los críticos políticos de la administración Biden, todavía estamos en una forma increíblemente buena.

(*) Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times

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Creer es ver

¿Cómo vamos a funcionar como país cuando un gran número de personas simplemente ven una realidad diferente a la del resto de nosotros?

Paul Krugman

/ 23 de febrero de 2024 / 09:55

Lo más sorprendente del reciente viaje de Tucker Carlson a Rusia no fue su servil entrevista con Vladimir Putin, sino sus días efusivos sobre lo maravilloso que es Moscú. Pero claro, él era un invitado especial del país que inventó las aldeas Potemkin (incluso si la historia original es dudosa), y asegurarse de que solo viera cosas buenas debe haber sido fácil.

La verdad es que, si bien partes de Moscú ofrecen a una pequeña élite un estilo de vida opulento, Rusia en su conjunto está más que destartalada. Para muchos rusos, la vida es pobre, desagradable, brutal y corta: la esperanza de vida es sustancialmente menor que en Estados Unidos, a pesar de que la esperanza de vida en Estados Unidos ha disminuido y está por detrás de la de otros países avanzados.

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De todos modos, mientras elogiaba a Moscú, Carlson destrozaba las ciudades estadounidenses, especialmente Nueva York, donde, dijo, “no se puede usar el metro” porque “es demasiado peligroso”. Sin duda, hay algunos neoyorquinos que temen tomar el metro. Sin embargo, de alguna manera, antes de la pandemia había alrededor de 1.700 millones de pasajeros cada año (sí, tomo el metro todo el tiempo) y el número de pasajeros, aunque todavía deprimido por el aumento del trabajo desde casa, se ha ido recuperando rápidamente.

Es posible, por supuesto, que Carlson nunca haya viajado en el metro de Nueva York, o al menos no desde los días en que Nueva York tenía alrededor de seis veces más homicidios cada año que hoy en día. En esto podría parecerse a Donald Trump, quien probablemente no ha realizado vuelos comerciales en décadas, declarando el otro día que los aeropuertos de Estados Unidos, que tienen colas molestamente largas en seguridad pero tienen muchas más comodidades que antes, nos hacen parecer como una “nación del tercer mundo”.

Pero los derechistas parecen inamovibles en su convicción de que Nueva York es un infierno urbano (solo el 22% de los republicanos la consideran un lugar seguro para vivir o visitar), a pesar de que es una de las ciudades más seguras de Estados Unidos.

En términos más generales, existe una sorprendente desconexión entre las percepciones de los estadounidenses sobre la delincuencia en el lugar donde viven y su evaluación mucho más pesimista de la nación en su conjunto. Esta desconexión existe para ambos partidos, pero es mucho más amplia para los republicanos. Esto es parte de un fenómeno más amplio. Estados Unidos se ha convertido en un país en el que, para muchas personas, especialmente pero no solo de la derecha política, creer es ver. Las percepciones sobre cuestiones que van desde la inmigración hasta la delincuencia y el estado de la economía están impulsadas por posiciones políticas y no al revés.

Para tomar un tema al que obviamente he dedicado mucho tiempo: durante los años de Biden, la mayoría de las medidas de confianza del consumidor han sido mucho más bajas de lo que cabría esperar, dadas las medidas estándar del desempeño de la economía. Esto sigue siendo cierto, a pesar de que el sentimiento ha aumentado sustancialmente en los últimos meses. Existe prácticamente todo un género de análisis dedicado a argumentar que la gente en realidad tiene razón al sentirse mal con la economía por una cosa u otra.

Así que aquí va un consejo profesional: ignoren a cualquiera que diga que los estadounidenses están deprimidos en cuanto a la economía sin darse cuenta de que la realidad es que los republicanos están deprimidos.

Los demócratas parecen sentir que la economía ahora es tan buena como a fines de 2019, que es lo que cabría esperar, dado que la tasa de desempleo es aproximadamente la misma y la inflación solo un poco más alta. Los republicanos, sin embargo, han pasado de la euforia sobre la economía bajo Donald Trump a una visión muy crítica bajo el presidente Biden.

¿Qué pasa con los independientes? No importa: en su mayor parte, se inclinan hacia un partido u otro y se comportan como partisanos.

Como escribí la semana pasada, la naturaleza de creer para ver de la opinión pública puede significar que las percepciones de la economía, y tal vez de la delincuencia, no importarán mucho para las elecciones de este año: los estadounidenses que creen que las cosas van terribles probablemente no lo harían. Pero para adoptar una visión más amplia: ¿cómo vamos a funcionar como país cuando un gran número de personas simplemente ven una realidad diferente a la del resto de nosotros?

(*) Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times

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¿Qué le pasa a Europa?

Paul Krugman

/ 2 de febrero de 2024 / 09:37

En mi columna más reciente me divertí un poco con Kristi Noem, la gobernadora de Dakota del Sur, quien advirtió siniestramente que el presidente Biden nos convertirá en Europa. Bromeé diciendo que esto significaría añadir cinco o seis años a nuestra esperanza de vida. Cuando compartí los comentarios de Noem en las redes sociales, algunos de mis corresponsales me preguntaron si esto significaba que estamos a punto de tener un buen servicio de tren y mejor comida.

Una nota para los estadounidenses más jóvenes: ya tenemos mejor comida. Es cierto que la boloñesa sigue siendo infinitamente mejor en Bolonia que cualquier cosa que se pueda conseguir aquí, incluso en Nueva York, pero no tienes idea de lo mala que era la cocina estadounidense en los años 1970.

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Pero los comentarios de Noem fueron parte de una larga tradición entre los conservadores estadounidenses: insistir en que Europa ya está experimentando los desastres que, según ellos, ocurrirán como resultado de las políticas liberales aquí. Ahora mismo, el tema en cuestión es la inmigración. En el pasado, sin embargo, se suponía que la imaginada distopía europea era el resultado de altos impuestos y generosos beneficios sociales, que supuestamente destruyeron el incentivo para trabajar e innovar.

Por lo tanto, parece que vale la pena preguntarse qué problemas tiene realmente Europa, es decir, problemas que son diferentes a los nuestros.

Al analizar las comparaciones entre Europa y Estados Unidos, encuentro útil distinguir entre los acontecimientos anteriores a la pandemia de COVID y los posteriores, ya que hemos seguido políticas bastante diferentes en respuesta a esa agitación.

Entonces, ¿cómo se compararon económicamente Europa y Estados Unidos en 2019? En general, fueron sorprendentemente similares.

Con bastante frecuencia me encuentro con personas que creen que Europa sufre un desempleo masivo y está muy por detrás de Estados Unidos tecnológicamente. Pero esta visión está desactualizada desde hace décadas. En este punto, los adultos en sus mejores años laborales tienen en realidad algo más de probabilidades de estar empleados en las principales naciones europeas que en Estados Unidos. Los europeos también saben todo sobre tecnología de la información, y la productividad (producto interno bruto por hora trabajada) es prácticamente la misma en Europa que aquí.

Es cierto que el PIB real per cápita es generalmente menor en Europa, pero eso se debe principalmente a que los europeos toman mucho más tiempo de vacaciones que los estadounidenses, lo cual es una elección, no un problema. Ah, y debería tener en cuenta que existe una brecha cada vez mayor entre la esperanza de vida en Europa y Estados Unidos, ya que la calidad de vida es generalmente mayor si no estás muerto.

Para que quede claro, Europa no es una utopía. Hay muchos problemas reales, incluso en países con redes de seguridad social con las que los progresistas estadounidenses sólo pueden soñar. Suecia tiene un problema con la violencia de las pandillas. Dinamarca es una de las naciones más felices del planeta, pero aun así hay un número significativo de daneses melancólicos y el país ha experimentado un aumento del populismo de derecha.

Sin embargo, Europa se encuentra en una situación sorprendentemente buena, económica y socialmente, en comparación con casi cualquier otra parte del mundo.

(*) Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times

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Bidencare es un gran problema

/ 28 de enero de 2024 / 00:24

En 2010, en la firma de la Ley de Atención Médica Asequible, también conocida como Obamacare, Joe Biden, el vicepresidente en ese momento, fue captado por un micrófono caliente diciéndole al presidente Barack Obama que el proyecto de ley era un “gran problema”. Bien, en realidad había otra palabra en el medio. De todos modos, Biden tenía razón.

Y en uno de sus principales logros no reconocidos (es sorprendente cuántos estadounidenses creen que un presidente inusualmente productivo no ha hecho mucho), el presidente Biden ha hecho de Obamacare un acuerdo aún mayor, de una manera que está mejorando la vida de millones de estadounidenses.

Como habrán notado, como muchos estadounidenses finalmente parecen estar notando, Biden ha estado acumulando números bastante buenos últimamente. El crecimiento económico sigue avanzando, desafiando las predicciones generalizadas de una recesión, mientras que el desempleo se mantiene cerca de su nivel más bajo en 50 años. La inflación, especialmente utilizando la medida preferida por la Reserva Federal, ha caído cerca del objetivo de la Reserva. El mercado de valores sigue alcanzando nuevos máximos.

Ah, y los asesinatos se han desplomado, y los delitos violentos en general posiblemente alcancen otro mínimo de 50 años.

Biden merece alguna recompensa política por esta buena noticia, dado que Donald Trump y muchos miembros de su partido predijeron un desastre económico y social si fuera elegido, y que los republicanos, en general, todavía hablan como si Estados Unidos sufriera una alta inflación y una criminalidad galopante.

No está tan claro en qué medida las buenas noticias en estos frentes pueden atribuirse a las políticas de Biden. Los presidentes definitivamente no controlan el mercado de valores. En general, tienen menos influencia en la economía de lo que muchos creen. Le daría a Biden algo de crédito por la fortaleza de la economía, que fue impulsada en parte por sus políticas de gasto, pero la rápida desinflación de 2023 refleja principalmente una nación que se abre camino para salir de las perturbaciones persistentes de la pandemia de COVID. Probablemente ocurra lo mismo con la caída de los delitos violentos.

Sin embargo, un área en la que los presidentes marcan una gran diferencia es la atención sanitaria. Obamacare, que en realidad debería llamarse Pelosicare, ya que Nancy Pelosi desempeñó un papel clave para lograr su aprobación en el Congreso, generó grandes avances en la cobertura del seguro médico cuando se aprobó y entró en pleno vigor en 2014.

Trump intentó, sin éxito, derogar Obamacare en 2017, y la reacción negativa a ese esfuerzo ayudó a los demócratas a ganar el control de la Cámara el año siguiente. No obstante, Trump pudo crear cierta erosión en el programa, por ejemplo cortando fondos para los “navegadores” que ayudan a las personas a inscribirse.

Esa erosión ahora se ha revertido de manera decisiva. La administración Biden acaba de anunciar que 21 millones de personas se han inscrito para recibir cobertura a través de los mercados de seguros médicos de la ACA, frente a los alrededor de 12 millones en vísperas de la pandemia. Estados Unidos todavía no tiene la cobertura universal estándar en otras naciones ricas, pero algunos estados, incluidos Massachusetts y Nueva York, se han acercado.

Y esta ganancia, a diferencia de otras cosas buenas que están sucediendo, depende exclusivamente de Biden, quien restableció la ayuda a las personas que buscan cobertura médica y mejoró un aspecto clave del sistema.

Obamacare no es simple. Muchos de los economistas sanitarios que conozco habrían preferido algo como Medicare para todos, si hubiera sido políticamente factible. No es un mecanismo ideal, pero es mucho mejor que nada. Sin embargo, originalmente los mercados carecían de financiación suficiente: los subsidios eran demasiado bajos, por lo que muchas personas todavía tenían problemas para pagar las primas de los seguros, y también había un límite, con subsidios disponibles solo para personas hasta el 400% del umbral de pobreza.

No sé si la atención sanitaria será un tema importante en las elecciones de 2024. Pero debería serlo. Biden ha hecho que la cobertura de seguro médico sea más accesible y asequible para millones de estadounidenses.

Sin embargo, si Trump gana, intentará nuevamente acabar con Obamacare. Él lo ha dicho y esta vez bien podría lograrlo. Promete reemplazarlo con algo «mucho mejor». Supongo que esto depende de su definición de mejor: en 2017, la Oficina de Presupuesto del Congreso estimó que el plan de salud de Trump aumentaría el número de personas sin seguro en 32 millones en una década; ese número probablemente sería mayor hoy. Un recordatorio más de lo que está en juego este año.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times. 

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Trump sueña con un desastre económico

Me parece desconcertante que Trump no pague un precio político mayor por sus jactancias, quejas y mentiras

Paul Krugman

/ 15 de enero de 2024 / 06:01

¿Donald Trump acaba de decir que espera una crisis económica? No exactamente. Pero lo que dijo fue posiblemente incluso peor, especialmente una vez que lo pones en contexto. Y el evidente pánico de Trump por las recientes noticias económicas profundiza lo que es, para mí, el mayor enigma de la política estadounidense: ¿por qué tanta gente se ha unido (y sigue en) un culto a la personalidad construido en torno a un hombre que representa una amenaza existencial para la democracia de nuestra nación? ¿Y personalmente también es un completo fanfarrón? Entonces, ¿qué dijo realmente? Estrictamente hablando, no predijo una crisis, sino que la predijo afirmando que la economía está funcionando con “vapores” y que espera que la inevitable crisis se produzca este año.

Si lo pensamos bien, esto no es en absoluto lo que debería decir un hombre que se cree un brillante administrador económico y supuestamente se preocupa por el bienestar de la nación. Lo que debería haber dicho en cambio es algo como esto: Las políticas de mi oponente nos han encaminado hacia el desastre, pero espero que el desastre no llegue hasta que yo esté en el cargo, porque no quiero que el pueblo estadounidense sufra innecesariamente y, como soy un genio muy estable, solo yo puedo solucionarlo.

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Pero no, Trump dice que quiere que el desastre ocurra bajo la supervisión de otra persona, para no tener que asumir la responsabilidad. Hablando de eso, ¿cuándo empezó Trump a predecir un desastre económico bajo el presidente Biden? La respuesta es antes de las elecciones de 2020. Trump ha estado prediciendo un desastre bajo el gobierno de Biden, sin admitir jamás que sus predicciones no se han hecho realidad. En cambio, lo que hemos recibido de Trump es una serie de afirmaciones falsas y desesperadas sobre el estado de la economía. No, el precio del tocino no ha “subido cinco veces” con Biden.

Algunas de estas afirmaciones falsas entran en la categoría de: ¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos? El mes pasado, por ejemplo, Trump declaró que la gasolina cuesta “5 dólares, 6 dólares, 7 dólares e incluso 8 dólares el galón”, cuando hay grandes carteles por todo el país que anuncian precios de la gasolina de poco más de $us 3.

Quizás no salga mucho. Sin embargo, lo que seguramente hace Trump es ver mucha televisión, lo que significa que es consciente de que el mercado de valores ha subido mucho últimamente. Esto claramente le preocupa. De hecho, aparentemente está tan desconcertado por las ganancias bursátiles bajo el gobierno de Biden que en un discurso reciente logró descartar esas ganancias como irrelevantes —simplemente “enriquecer a los ricos”— y atribuirse el mérito por ellas: “El mercado de valores es bueno porque mucha de la gente piensa que vamos a ganar las elecciones”.

Si esto suena ridículo es porque lo es. Aquí tenemos a un tipo que pasó gran parte de su tiempo en el cargo alardeando de un mercado de valores en alza y de repente declarando que las ganancias de las acciones son malas cuando alguien más está en el poder, mientras insiste en que merece crédito por las cosas buenas (¿o son cosas malas?). Eso sucede cuando ni siquiera está gobernando el país.

¿Esto importa? Trump puede querer una crisis económica, pero no tiene ninguna herramienta que yo sepa que pueda producirla. Pero como escribí el otro día, existe el riesgo de que la presión de Trump y sus aliados lleve a la Reserva Federal a mantener las tasas de interés demasiado altas durante demasiado tiempo.

Sin embargo, dejando de lado las preocupaciones prácticas, los problemas de Trump en la economía y el mercado de valores profundizan el misterio de su atractivo político.

Odio decir esto, pero entiendo por qué millones de personas se sienten atraídas por las ambiciones dictatoriales de Trump, su estímulo a la violencia y sus declaraciones de que los inmigrantes están “envenenando la sangre de nuestro país”. La triste verdad es que siempre ha habido muchos estadounidenses que fundamentalmente no creen en los ideales democráticos de Estados Unidos.

Pero me parece desconcertante que Trump no pague un precio político mayor por sus jactancias, quejas y mentiras transparentemente egoístas. Está tan lejos de ser un mensch como sea humanamente posible. Sin embargo, sus partidarios o no ven eso o no les importa, lo que me parece un alejamiento de los valores tradicionales mayor que todo el despertar del mundo.

(*) Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times

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