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El código de deshonor de Trump

El general iraní Qasem Soleimani sabía muy bien cómo generar caos en Medio Oriente. El modelo que seguía era sencillo: ir a Siria, Líbano, Yemen e Irak para reclutar a chiitas árabes dispuestos a matar a sunitas árabes (y de paso a algunos estadounidenses e israelíes), y crear en los países árabes vecinos pequeños Estados partidarios de Irán que le ayudaran a debilitarlos desde el interior.

Entonces, se preguntarán por qué cuestiono que asesinarlo haya sido la medida más sensata. Sencillamente porque se hizo sin ningún marco estratégico o moral claro y, si algo he aprendido gracias a la cobertura que he realizado de las intervenciones estadounidenses en Líbano, Irak y Afganistán, es que cuando los gobiernos no se ven obligados a responder preguntas difíciles sobre sus conceptos estratégicos y morales (cuando evaden las preguntas, so pretexto de que quien las hace es poco patriótico), los análisis gubernamentales se hacen con total descuido, se manipula la información y surgen los problemas.

¿Cuál es el marco estratégico del presidente Donald Trump? Un buen día, sin consultar a sus aliados o comandantes, ordenó la salida de los soldados estadounidenses de Siria, donde no solo actuaban como una barrera vital para evitar que Irán construyera un puente terrestre hacia el Líbano, sino que además eran una fuente clave de inteligencia. Al hacerlo, abandonó a nuestros aliados más importantes en la lucha contra el Estado Islámico: los kurdos de Siria, quienes además creaban una isla de decencia en la región, donde lo más que podemos esperar es que existan islas de decencia.

Por si fuera poco, pocas semanas después Trump ordenó el asesinato de Soleimani, lo que ocasionó que debiera trasladar más soldados a la región y decirles a los iraquíes que no vamos a retirarnos de su territorio aunque su Parlamento haya votado a favor de expulsarnos. Para colmo, ese asesinato propició la reanudación del programa nuclear iraní, lo que quizá también vuelva necesaria la intervención del Ejército estadounidense.

Eso sí, también es posible que haya puesto en marcha ciertas fuerzas de descontento popular en Irán que podrían dañar la legitimidad del régimen, lo cual es positivo. Sin embargo, falta responder la siguiente pregunta: ¿cuál es nuestra prioridad, aprovechar el debilitamiento del régimen iraní para lograr un mejor acuerdo nuclear o urgir al pueblo a que lo derroque? En este último caso, ¿cómo reaccionaremos si el régimen masacra a los iraníes que alentamos a levantarse en armas? No está claro en absoluto.

Peor aún, Trump tampoco cuenta con un marco moral. Ordenó el asesinato de Soleimani, un guerrero iraní depravado, solo unas semanas después de haberle otorgado el perdón moral a un guerrero estadounidense depravado. ¿A qué me refiero? Adivinen a quién invitaron los Trump a Mar-a-Lago durante las vacaciones decembrinas y a quién no. Recibieron al SEAL de la Marina Edward Gallagher y a su esposa. Durante el verano, Gallagher enfrentó un juicio militar por crímenes de guerra. Un miembro de su pelotón les dijo a los investigadores: “Era evidente que no tenía el menor problema con matar a cualquiera que se moviera”.

El Times publicó esa declaración unos días después de que los Trump le dieron una calurosa bienvenida a los Gallagher. Formaba parte de la información filtrada, incluidos videos de combate, mensajes de texto y entrevistas confidenciales con miembros del Equipo 7 de comando SEAL, que revela con un detalle estremecedor los motivos por los cuales Gallagher, el comandante de su pelotón, enfrentó juicio por sus acciones en Irak.

Así es como el Times describió algunas de las actividades militares de Gallagher en 2017: su unidad había capturado y herido a un joven combatiente del Estado Islámico, “un adolescente desaliñado que vestía una camiseta y cuyos brazos eran tan delgados que el reloj de pulso se deslizó con facilidad de su muñeca”. Lo sedaron y realizaron un procedimiento de emergencia para ayudarlo a respirar. “Entonces, según relataron sus colegas, sin decir una palabra, Gallagher desenfundó un pequeño cuchillo de caza y apuñaló en el cuello al cautivo sedado. Después levantó al cautivo muerto por el cabello y posó para una foto” que compartió con otros como si fuera la imagen de una cacería de ciervos. A fin de cuentas, algunos compañeros de Gallagher presentaron denuncias en su contra por este incidente y otros más. Se le acusó de 10 infracciones conforme al Código Uniforme de Justicia Militar.

Algunas semanas después de que Gallagher apuñaló al combatiente del Estado Islámico, según un informe de Associated Press (AP), dos oficiales SEAL testificaron que Gallagher, desde su puesto de francotirador, “le disparó a una niña y a un hombre mayor en Irak en 2017, pero ninguno lo vio presionar el gatillo. Los soldados afirmaron que los disparos habían provenido de la torre en la que se encontraba el jefe de operaciones especiales Edward Gallagher y que observaron a través de su mira cuando las personas cayeron al suelo”.

“Dalton Tolbert”, AP prosiguió con el relato, “dijo que él y otro francotirador estaban en Mosul en torres cercanas el 18 de junio de 2017, y que habían hecho disparos de advertencia para dispersar a la población civil de la ribera del río Tigris porque el Estado Islámico operaba en el área. Un hombre mayor que vestía una túnica blanca comenzó a correr; entonces, Tolbert escuchó un tercer disparo proveniente de la torre vecina donde se encontraba Gallagher y vio caer al hombre. Por la radio, escuchó a Gallagher decir: ‘Ustedes fallaron, pero yo sí le di’”.

El artículo también informó lo siguiente: “Otro testigo, Joshua Vriens, dijo que otro día vio a Gallagher dispararle a un grupo de adolescentes que llevaban hiyabs con estampado de flores; hirió a una en el estómago y otras dos salieron corriendo. Vriens relató que había visto a través de su mira a una cuarta niña arrastrar a su compañera herida sobre un terraplén y bajo un puente para escapar”.

Los abogados defensores de Gallagher lograron que lo absolvieran de los cargos porque ningún testigo lo vio jalar el gatillo en esos incidentes y porque, como informó el Times, un integrante del personal médico testificó que había visto a Gallagher apuñalar al prisionero en el cuello, “pero la herida no parecía ser mortal”, y después el médico presionó su pulgar sobre el tubo que ayudaba al cautivo a respirar, hasta que este murió. Los fiscales de la Marina, furiosos, señalaron que el médico nunca mencionó que hubiera asfixiado al cautivo en las seis entrevistas que sostuvieron. “Dijeron que había cambiado su relato de los hechos después de que le concedieron inmunidad”, escribió el Times.

De cualquier forma, la Marina despojó a Gallagher de su rango por posar con el cautivo muerto. Claro, hasta que unos cuates de Gallagher y Fox News lograron que Trump revocara el castigo y le devolviera su rango, además de impedir que la Marina respetara su código moral y retuviera la insignia Trident de Gallagher, que lo identifica como miembro de la fuerza élite de los SEAL.

Para Trump, la idea de que en la guerra o la diplomacia exista un código de ética al que debamos apegarnos es un concepto inconcebible. Trump nunca ha vivido conforme a un código, en ningún contexto, ni en sus operaciones inmobiliarias ni en sus acciones como Presidente. Desde la perspectiva de Trump, los códigos son para los tontos y los cobardes. Cree que lo que hace grandiosos a los soldados estadounidenses es que son matones. En su opinión, hay que dejar a los matones matar a placer. En todo caso, según Trump, si le disparan por accidente a una niña iraquí que usa un hiyab, ¿a quién le importa? De cualquier forma, toda esa gente es como la roña.

En contraste, los compañeros SEAL de Gallagher, con su decisión de denunciarlo, demostraron que lo que hace único y digno de respeto a nuestro Ejército es que operamos de acuerdo con un código, y ese código funciona incluso en el tiroteo más intenso. Ese código es nuestro marco moral cuando estamos bajo presión y, gracias a la exigencia de que todos nos apeguemos a él, mantenemos la unidad y la fortaleza de nuestra nación. Por eso presentaron la denuncia. El problema es que Trump odia a los informantes que toman en serio su juramento de defender la Constitución.

Por eso, invitó al cobarde Gallagher y a su esposa a Mar-a-Lago en vez de recibir a los heroicos soldados que actuaron con enorme valentía e integridad al hacer todo lo posible por defender su código, que también es nuestro código. Se preguntarán por qué importa todo esto. Habrá que preguntarle a la familia del siguiente soldado estadounidense que caiga en manos de terroristas después de que sus captores declaren: “Vamos a hacerle a su soldado lo mismo que Gallagher le hizo a uno de los nuestros y que Trump decidió que no merecía ningún castigo”.

* Columnista de opinión de asuntos exteriores del The New York Times. Ha ganado tres Premios Pulitzer, autor de siete libros, incluido From Beirut to Jerusalem, que ganó el National Book Award. © The New York Times, 2020.