Reencuentro familiar
Hacen falta instituciones especializadas en ayudar a quienes tratan de reencontrarse con sus familiares.
Un reportaje publicado el sábado en este diario evidencia el “desamparo” estatal que sufren aquellas personas que, por alguna razón, han perdido contacto con sus familiares y están realizado esfuerzos por encontrarlos. La protagonista de esta historia se llama Agustina Trujillo Uzeda, quien fue separada de sus padres y hermanos cuando era una niña y pasó gran parte de su vida tratando de hallarlos.
En 1987, Agustina, entonces de ocho años, viajó desde su natal Llallagua (Potosí) hasta La Paz en compañía de su tía para ayudarla a trabajar en labores domésticas. Pero desde su llegada fue víctima de maltratos y explotación de parte de quien se suponía iba a cuidarla. Lo cual, ya adolescente, la indujo a buscar refugio en diferentes albergues. Además, perdió todo contacto con el resto de su familia.
Si bien con el paso de los años llegó a formar un hogar e incluso tuvo seis hijos en dos matrimonios, nunca dejó de buscar a sus padres y a sus cuatro hermanos (Elvira, Jesusa, Dolores y Samuel). Y lo propio hicieron sus progenitores. En especial su papá, quien años más tarde también se trasladó a La Paz con tres de sus hijos. Sin embargo, la muerte lo encontró en 2009 sin lograr su cometido. Entretanto, su mamá falleció en Llallagua cinco años más tarde.
Pero su “suerte” cambió el pasado 6 de enero, día de Reyes. Apesadumbrada por el reciente fallecimiento de su hijo mayor de 18 años, Agustina acudió a la FELCC con la esperanza de obtener algún dato que le permitiese conocer el paradero de su familia. Allí le aconsejaron acudir al SEGIP. En aquella repartición, a pesar de conocer sus dos apellidos y el lugar donde había nacido, tampoco pudieron ayudarla.
Sin embargo, la “casualidad”, o la Providencia, quiso que en aquel lugar se cruzase con la periodista Yenny Callisaya de la red Uno; quien al escuchar su relato le realizó una nota en vivo que salió ese mismo día. A los pocos minutos, una televidente se comunicó con Alicia asegurándole conocer la dirección de una de sus hermanas en la ciudad de La Paz, y ese instante se trasladó hasta el lugar indicado.
Al tocar el timbre el milagro se concretó, pues su hermana Elvira abrió la puerta. Entonces se fundieron en un largo abrazo que no estuvo exento de lágrimas y sollozos, motivados por un reencuentro largamente anhelado. Incluso Jesusa, quien ahora vive en Cochabamba, se desmayó de la emoción al escuchar por teléfono a su hermana. Dolores, la menor de los cuatro aún vive en Llallagua, a la espera de viajar cuanto antes a La Paz para un reencuentro con toda la familia.
Este emotivo relato pone en relieve la ausencia reparticiones estatales especializadas en ayudar a quienes tratan de reencontrarse con sus familiares. Déficit que hoy en día, en un mundo plagado de redes sociales, podría ser subsanado fácilmente, con el desarrollo de una base de datos y de aplicaciones que faciliten este contacto.