Icono del sitio La Razón

La fiesta de la esperanza

En una crónica en torno al uso de los derechos humanos como concepto, Boaventura de Sousa Santos, citando al filósofo Baruch Spinoza, sostiene que los dos sentimientos básicos del ser humano son el miedo y la esperanza. Y sugiere que es necesario lograr un equilibrio entre ambos, ya que el miedo sin esperanza conduce al abandono, y la esperanza sin miedo puede conducir a una autoconfianza destructiva.

Para Boaventura, la primera mitad el siglo XXI presenta, como nunca en la historia, una distribución completamente desigual del miedo y la esperanza. El intelectual portugués sostiene que la gran mayoría de las personas viven dominadas por el miedo: al hambre, a la guerra, a la violencia, a la enfermedad, a la pérdida del empleo o a la imposibilidad de encontrar trabajo. Y ese miedo casi siempre se vive sin la esperanza de que se pueda hacer algo para que las cosas mejoren.

Por el contrario, una diminuta fracción de la población mundial vive con una esperanza tan excesiva que parece totalmente carente de miedo. No teme a los enemigos porque considera que éstos han sido anulados; no teme la incertidumbre del futuro porque dispone de un seguro contra todo riesgo; no teme a la violencia porque cuenta con armas, o servicios de seguridad privados.

Esta forma de ver la realidad me hace pensar que, en Bolivia, a pesar de vivir el miedo con la misma intensidad de la que habla Boaventura, cada año recurrimos a un ritual colectivo de renovación de nuestra esperanza: la gran fiesta de Alasita. Y es que no importa cuánta desconfianza vivamos hoy por la incertidumbre política, o la inseguridad que nos depara la contracción económica, el 24 de enero, a las doce en punto del mediodía, corrimos todos a comprar aquello que anhelamos.

Justo el día antes en que se vencía el plazo para la inscripción de alianzas políticas para terciar en las elecciones (lo que nos tenía aterrados), todos nos sentimos más seguros si llenamos nuestra bolsa de billetitos, certificados de trabajo, un terrenito y un pasaporte con visa libre para recorrer el mundo. A pesar de la crisis política que enfrentamos, compartir en colectivo esa ilusión de millones de deseos yuxtapuestos nos dio fuerza y mucha alegría.

Alasita es una fiesta ancestral en la que las illas son símbolos concretos de nuestro futuro. Se trata de miniaturas de lo que uno quiere cultivar o, como lo explicaba Mario Rodríguez (del movimiento Wayna Tambo), “La illa es la idea de algo que ya es, sin ser todavía, algo que tienes que criar”. Y en ello radica su poder: nos muestra cómo visualizamos y damos existencia a lo que puede ser, lo materializamos y luego lo cultivamos para hacerlo existir.

Es indudable que la política en estos días no nos muestra su mejor cara. No puedo dejar de visualizar a cada uno de los candidatos como un enorme Ekeko cargado de promesas, fumando su cigarrito y ofreciendo abundancia a cambio de nuestro voto. Mientras tanto, como sostiene Boaventura, “la democracia, concebida como el gobierno de muchos en beneficio de muchos, tiende a convertirse en el gobierno de pocos en beneficio de pocos, el estado de excepción con pulsión fascista se va infiltrando en la normalidad democrática, mientras que el sistema judicial, concebido como el Estado de derecho para proteger a los débiles contra el poder arbitrario de los fuertes, se está convirtiendo en la guerra jurídica de los poderosos y de los fascistas contra los demócratas”.

Es tiempo de alasitas, el tiempo para transformar la desesperación en confianza. Qué mejor imagen que la illa para cultivar nuestra esperanza. Primero, acogerla pequeñita, modelarla, visualizarla en un futuro y poner todo nuestro esfuerzo para que se fortalezca. Y como todo en este mundo implica equilibrio, será muy bueno acompañarla con algo de ese miedo profundo que nos habita, ese miedo a una convivencia en permanente confrontación.

Lourdes Montero

es cientista social.