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Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 06:41 AM

Cómo salvar la vida de 800.000 niños

La incidencia más alta de neumonía coincide con factores de exclusión como el ingreso o el género. La mortalidad infantil evitable constituye el indicador más elemental de la brecha de inequidad entre regiones.

/ 1 de febrero de 2020 / 00:39

En demasiados lugares del planeta, toda la complejidad de las políticas de desarrollo se reduce a una prioridad simple: salvar la vida de los niños. La mortalidad infantil evitable constituye, en pleno siglo XXI, el indicador más elemental de la brecha de inequidad que separa a países y comunidades. La fotografía de las consecuencias pavorosas de nacer en el lugar equivocado.

Pocos asuntos ilustran mejor este desa-fío que la batalla global contra la neumonía, una enfermedad que arrebata cada año la vida de cerca de un millón de menores de cinco años. El hecho de que tengamos a nuestro alcance todas las herramientas necesarias para poner fin al sufrimiento de sus familias, y al perjuicio emocional y económico de sus comunidades, hace de este asunto una forma de injusticia particularmente repulsiva y una prioridad para la década que ahora comienza.

De acuerdo con los datos más recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las muertes de niños y adolescentes rondaron en todo el mundo la cifra de los 6,2 millones en 2018. La inmensa mayoría de estas muertes (85%) se producen antes de los cinco años de edad, y se concentran en las regiones más pobres del planeta como la África subsahariana. Para esta región, las consecuencias de la mortalidad infantil van mucho más allá de una tragedia personal. Un estudio publicado en 2015 por cuatro académicos africanos en la revista BMC Public Health estimaba en más de $us 150.000 millones las pérdidas asociadas a la mortalidad de los menores de cinco años producida en un solo año (2013). Esta cifra es casi el triple de toda la ayuda oficial al desarrollo recibida por el continente ese mismo año.

Paradójicamente, esta fotografía catastrófica es en realidad la constatación de un avance sin precedentes históricos. En menos de dos décadas (2000-2018), el esfuerzo concertado de la comunidad internacional y los países más afectados ha logrado reducir en un 49% las muertes de niños menores de cinco años. El descenso durante este período ha sido particularmente significativo en los fallecimientos derivados de enfermedades infecciosas, la principal causa de mortalidad en este grupo de edad. Las muertes por diarrea, malaria, septicemia, sarampión o Sida han caído de manera abrupta en el conjunto del planeta.

En uno de estos frentes, sin embargo, los resultados son menos esperanzadores. En 2018 la neumonía se llevó la vida de 802.000 niños menores de cinco años. Esta cifra es algo menos de la mitad que en el 2000, pero los avances durante este tiempo están llamativamente por debajo de lo que hemos visto en otras enfermedades más conocidas para la opinión pública.

Las causas de este abandono están menos relacionadas con la enfermedad misma que con el perfil de quienes la padecen. La neumonía constituye un epítome de lo que los expertos en salud global denominan una enfermedad olvidada, marcada a fuego por la desigualdad. La mayor parte de los casos se concentran en los niños de países de bajos ingresos (como la República Democrática del Congo o Nigeria), así como en las poblaciones más vulnerables de algunas economías emergentes. En cada uno de estos lugares, la incidencia más alta de neumonía coincide con factores de exclusión como el ingreso, la localización o el género. Solo esto explica que tratamientos eficaces y baratos no estén al servicio de quienes más los necesitan.

La realidad es que, si seguimos al ritmo actual, nos quedaremos muy lejos de la meta de mortalidad infantil establecida en el Objetivo de Desarrollo 3 (25 fallecidos por cada 1.000 nacidos vivos). Esta constatación llevó en 2013 a la OMS y Unicef a impulsar el Plan de Acción para la Neumonía y la Diarrea (GAPPD, por sus siglas en inglés). Allí se estableció como objetivo reducir en 2025 las muertes de niños por neumonía a tres por cada 1.000 nacidos vivos, basando la acción en tres ejes, que se detallan a continuación.

Prevención: además de reducir la contaminación del aire y mejorar el acceso a agua potable y saneamiento, los programas de inmunización constituyen posiblemente la herramienta más contundente y accesible en la lucha contra la neumonía. A pesar de que contamos con cuatro vacunas que protegen de manera eficaz contra las causas de la enfermedad, entre 20 y 71 millones de niños (dependiendo de los tipos de vacunas) no reciben todavía una inmunización básica que les proteja contra la neumonía.

Protección: la malnutrición severa de un niño eleva hasta por nueve los riesgos de fallecer debido a una infección. En los países en donde conviven altos niveles de desnutrición y de neumonía se multiplican los niveles de riesgo y mortalidad. Los recién nacidos, en particular, son víctimas diarias de la desnutrición de sus madres y de su incapacidad para garantizar lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida. En  2018 la neumonía fue causante de las muertes de 153.000 niños recién nacidos.

Diagnóstico y tratamiento: la media general indica que uno de cada tres niños enfermos de neumonía no llega nunca a pisar un centro sanitario. En países más pobres, como Somalia o Benín, esta cifra se incrementa a uno de cada dos niños. La debilidad de los sistemas de salud y el cúmulo de barreras geográficas y financieras a las que hacen frente las poblaciones más pobres imposibilitan un diagnóstico y tratamiento adecuados de la enfermedad. De ahí la importancia crítica de la Cobertura Universal de Salud recogida en los ODS.

Las acciones de este plan recibieron la semana que termina el espaldarazo de cientos de expertos, de decenas de países afectados y de las principales agencias públicas y privadas que luchan contra la neumonía en todo el planeta. El Foro Global sobre Neumonía Infantil Luchando por respirar, organizado del 29 al 31 de enero en Barcelona, enfatizó un mensaje por encima de cualquier otro: evitar la muerte de más de 800.000 niños cada año supone un objetivo al alcance de nuestra generación.

Para ello, es necesario establecer una estrategia que optimice el valor añadido de cada uno de los actores y defina una hoja de ruta que nos permita alcanzar los objetivos de mortalidad infantil de la Agenda 2030. El primer hito tendrá lugar el próximo junio, cuando la Alianza Mundial para la Inmunización (Gavi) celebre en Londres su conferencia plurianual de refinanciación. Pero se espera que el foro sirva también para impulsar planes nacionales concretos que definan dónde y cuándo se irá reduciendo la mortalidad infantil asociada a la neumonía.

En un planeta en el que nadamos o nos hundimos juntos, la involucración activa en los desafíos comunes distingue a las naciones responsables de los cowboys. Y ningún desafío establece mejor nuestro rasero moral que el de acabar con las muertes evitables de casi un millón de niños cada año.

* Investigador y activista contra la pobreza. Actualmente dirige el área de análisis de políticas de ISGlobal e impulsa la Fundación porCausa (periodismo e investigación contra la pobreza).

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La otra cara del dólar

Hay que poner un nuevo blindaje acorde con los misiles de esta megacrisis y corregir nuestros errores o tocar madera

/ 10 de marzo de 2024 / 06:46

OPINIÓN

Como de costumbre, cuando se enfrenta un problema la idea no es tanto enfrentarlo sino el arte es echar la culpa a algo o a alguien. En el caso del fuerte desequilibrio externo que atraviesa la economía boliviana, expresada en una elevada escasez de divisas no tan transitoria porque lleva más de un año, aprovechando los datos del INE apareció el culpable, el déficit comercial en 2023 a diferencia del superávit de 2022 y en especial la balanza deficitaria de combustibles. Sin embargo, estos déficits son solo una parte del problema, un lado de una moneda de un dólar.

Como no tenemos los datos de balanza de pagos a diciembre de 2023, con base al tercer trimestre de 2023 podríamos analizar otros componentes; como el pago de intereses por deuda ($us 407 millones) y la remisión de utilidades al exterior ($us 394 millones), que al no ser compensadas por las remesas ($us 809 millones), la balanza de pagos en cuenta corriente presenta un saldo deficitario de $us 457 millones equivalente al 1% del PIB, mientras que en el mismo periodo en 2022 teníamos un superávit de $us 815 millones (Gráfico 1). Lo más probable es que para todo el año, dado además el déficit comercial a diciembre, el saldo negativo en cuenta corriente de la balanza de pagos sea mayor al 1,5% del PIB.

Todo este párrafo quiere decir simplemente que además del problema con la balanza comercial, el país tiene salidas netas negativas de divisas por concepto de servicios financieros, que no son compensadas por el ingreso neto de remesas del exterior, lo que ha ocasionado un déficit en cuenta corriente. Así, el saldo negativo de la cuenta corriente representa el endeudamiento neto (déficit) de la economía frente al resto del mundo. No obstante, este déficit es manejable y menor al de otras economías de la región, dado que las señales de alerta están en torno al 4% del saldo negativo respecto al PIB y, justamente, existe el financiamiento para apoyo de desequilibrios de balanza de pagos por parte del FLAR y el FMI. Cabe recordar que Colombia, Perú y Chile recurrieron al FMI con anticipación en 2022 justamente por los efectos de la pluricrisis. Hace un año exactamente, el 8 de marzo de 2023, en mi artículo de

La Razón (https://www.la-razon.com/voces/2023/03/08/los-efectos-de-la-guerra-y-las-opciones-de-politica/), advertí oportunamente: “El impacto más notorio en la economía boliviana de esta pluricrisis fue en el desequilibrio del sector externo, el cual se puede enfrentar con mayor endeudamiento externo, modificación del tipo de cambio y con uso de las Reservas Internacionales Netas (RIN). Bolivia optó por las RIN, las cuales, en enero de 2020, antes de la primera crisis, eran de $us 6.374 millones y que, a enero de 2023, como resultado de la pluricrisis, cayeron a $us 3.616 millones, mostrando una pérdida acumulada de $us 2.758 millones”. Si actualizamos la caída a $us 1.708,6 millones a diciembre de 2023, la pérdida acumulada desde el inicio de la pluricrisis es de $us 4.665.4 millones, equivalente a un 9,7% del PIB (Gráfico 2).

Empero, además de la cuenta corriente, el problema de fondo de la economía boliviana está en la cuenta financiera que registra “las transacciones relativas a los activos y pasivos financieros que tienen lugar entre residentes y no residentes”, la cuenta financiera mide la forma como se financia el endeudamiento neto según el VI Manual de Balanza de Pagos del FMI. Según el Banco Central (BCB): “La Cuenta Financiera registró un resultado equivalente a -4,7% del PIB ($us 2.142 millones), debido a desembolsos netos de deuda externa pública y el uso de Activos de Reserva, este último por las repercusiones del contexto internacional marcado por incrementos en el nivel de precios de los combustibles respecto al primer y segundo trimestre de 2023 y las tasas de interés a nivel global aún elevadas, desencadenando mayores presiones en el uso de divisas para la importación de carburantes y pago del servicio de la deuda externa”.  Sin embargo, el financiamiento externo neto fue mínimo y todo el ajuste recayó en la pérdida de RIN, puesto que el BCB señala que: “Por su parte, la Cuenta Financiera sin considerar el uso de Activos de Reserva presentó un financiamiento neto del exterior igual a 0,2% del PIB ($us 99 millones), principalmente por el aumento de pasivos en la Cuenta Otra Inversión por préstamos del gobierno general”.

También puede leer: Los inversores prevalecen sobre los ahorradores en el largo plazo

Empero, el reporte de Balanza de Pagos del BCB no hace mención escrita sobre la partida errores y omisiones, solo presenta sus cifras en el balance de pagos en forma separada de la Cuenta Financiera, donde aparece al tercer trimestre de 2023 el dato negativo de $us 1.688 millones, equivalente a un 3,5 % del PIB. El problema es que este saldo siempre ha estado presente en la economía boliviana históricamente (Gráfico 3). Según el FMI, “un valor siempre NEGATIVO para los errores y omisiones netos podría indicar que los asientos de crédito están sobreestimados o los asientos de débito están subestimados”, es decir, son saldos no registrados, ya sea de las transacciones corrientes, como por ejemplo el contrabando o de las transacciones financieras, como la salida de capitales.

Por tanto, podemos concluir que los problemas del desequilibrio externo en 2023 no solo están relacionados, por un lado, con el déficit comercial sino también, por otro lado, la Cuenta Financiera (amortización de la deuda, inversión directa extranjera e inversión en cartera) de y sus servicios (interés de la deuda y remisión de utilidades), a la que se añade un lado oscuro, un lado oculto, que es el monto significativo de la partida de Errores y Omisiones.

En síntesis, estamos frente a un desequilibrio estructural de varios componentes en los flujos comerciales y financieros, legales y no legales, que no responden a una coyuntura determinada ni son transitorios, sino que expresan problemas latentes gatillados por la conjunción de varias crisis desde 2020.  

Para terminar, reitero desanimadamente lo señalado hace un año: “En consecuencia, hay que poner un nuevo blindaje acorde con los misiles de esta megacrisis y corregir oportunamente nuestros errores o tocar madera”.

https://www.la-razon.com/voces/2023/04/05/incrementar-la-liquidez-en-moneda-extranjera/

Gabriel Loza Tellería Economista, cuentapropista y bolivarista

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Derrotar la inflación y el mediano plazo

Resulta que el FMI prescribe adoptar medidas monetarias contractivas para derrotar ‘definitivamente la inflación’

Gabriel Loza

/ 6 de marzo de 2024 / 06:35

A fines de febrero, en la reciente reunión en San Pablo de los ministros de Hacienda y las autoridades de los bancos centrales del G20, que reúne a las economías más avanzadas tanto desarrolladas como emergentes, la directora del FMI repitió las Perspectivas de la Economía Mundial de enero de 2024, en el sentido de que “tras varios años de shocks, prevemos que el crecimiento mundial se sitúe en 3,1% este año, con la inflación a la baja y mercados laborales estables. Esta resiliencia sienta una base para dirigir la atención hacia las tendencias a mediano plazo que están definiendo la economía mundial”.

Entre los economistas es tradicional la discusión entre el corto plazo y el largo plazo. Se hace generalmente mal uso de una cita de Keynes, en diciembre de 1923: “A largo plazo todos estamos muertos”, puesto que no se completa dicha frase y no se dice el contexto, ya que Keynes continúa señalando que “los economistas se plantean una tarea excesivamente fácil e inútil si en las épocas tempestuosas solo pueden decirnos que cuando la tormenta haya pasado de largo, el océano volverá a estar calmado”. Y lo dijo en su Tratado del dinero, cuando los economistas creían que los brotes de inflación se agotaban por sí solos y el mercado volvía al equilibrio inicial o a lo que unos ahora llaman “la nueva normalidad”, a la tasa del 2% de inflación.

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Las palabras de la directora, como el informe del FMI, huelen un poco a los planteamientos de los monetaristas de hace un siglo. Hacen, implícitamente, una separación entre corto y mediano plazo como si fueran dos momentos distintos en el tiempo y no una continuidad, estableciendo un corte entre las acciones que hacemos ahora sin considerar sus consecuencias en el mediano plazo. Así recomienda que “además de adoptar medidas monetarias y fiscales que sienten bases sólidas, las autoridades tienen que abordar con urgencia los factores que impulsan el crecimiento a mediano plazo”. La receta es adoptar medidas monetarias restrictivas y la “consolidación fiscal”, y una vez derrotada la inflación dirigir la atención a los problemas del crecimiento.

Resulta que el FMI prescribe adoptar medidas monetarias contractivas para derrotar “definitivamente la inflación” evitando “una moderación prematura o demasiado rápida de las tasas”. En este contexto, alaba la política del Banco Central de Brasil, de la cual no está de acuerdo el presidente Lula, porque fue uno de los “primeros Bancos Centrales en elevar su tasa de política monetaria, y luego relajar la política conforme la inflación retornaba a su meta”. Lo cierto es que, si bien fue uno de los primeros en subir su tasa hasta alcanzar el 11,75%, equivalente a una tasa real de 7,2 %, 4 puntos porcentuales por encima de la inflación, es casi uno de los últimos en bajar, como sucedió recién en febrero de este año, al reducir su tasa de política monetaria solamente al 11,25% nominal. En el ranking de las altas tasas de interés positivas (por encima de la inflación) está justamente el elogiado Banco Central de Brasil, con la tasa más alta do mundo después de Rusia (a la que por supuesto no alaba el FMI). 

La discusión, que ya se ha iniciado y que seguirá por mucho tiempo, es si los Bancos Centrales actuaron correctamente elevando simultáneamente sus tasas de interés. Para Stiglitz: “El aumento de las tasas de interés no resolvió el problema que enfrentamos: la inflación del lado de la oferta y del desplazamiento de la demanda. En todo caso, la desinflación se ha producido a pesar de las acciones de los Bancos Centrales, no gracias a ellas”.

Una posición más conciliadora es la de Joseph E. Gagnon (PIIE) al concluir que: Los resultados… sugieren que los shocks de oferta fueron los principales culpables, pero que la demanda probablemente jugó un papel de apoyo, especialmente en Estados Unidos.

No sé si esta famosa conclusión absuelve a los Bancos Centrales o los termina de condenar. Si así fuera, ¿se justificaría que, para enfrentar este simple papel de apoyo de la demanda, los Bancos Centrales en forma simultánea hayan desplegado semejante batería disparando sus misiles de elevadas tasas de interés, arengados por la general en jefe del FMI hasta derrotar la inflación?

(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista

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El ciclo del gas: buena suerte o buenas políticas

Políticas de Estado y la buena suerte influyeron en el ciclo del gas. Va a ser necesario también para el ciclo del litio

Gabriel Loza

/ 21 de febrero de 2024 / 07:05

En el país la tendencia de los análisis económicos, tanto a nivel oficial como no oficial, ha sido de dar más importancia al tema de la renta de hidrocarburos, al take government, es decir a los ingresos fiscales obtenidos por la nacionalización del gas y a su repartición. Pero antes de los ingresos fiscales, primero están los ingresos de divisas provenientes de las exportaciones de gas y, mucho antes, están los gaseoductos para exportar y, previamente, la exploración y explotación de los yacimientos de gas entre pozos viejos (San Alberto con el pozo SAL-X9 descubierto por YPFB en 1990) y nuevos pozos (el campo Margarita fue descubierto a finales de los años 90 y entró en producción en 2003), y a partir de 2010 con la concreción de un nuevo contrato con el mercado argentino, se impulsó el desarrollo del campo Margarita-Huacaya que se convirtió en el principal productor de gas natural con el 32% del total. Así, el 78% del gas proviene de cuatro campos descubiertos antes de 2005.

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Es decir, se trata de resultados de políticas estatales de largo plazo y que para no remontarnos muy lejos, a la Guerra del Chaco, nos remitimos solo a hace más de 30 años, a las políticas aplicadas en los años 90 y que recién empezaron a dar frutos a partir de 2000 cuando las exportaciones de gas solo representaban el 12,1% de las exportaciones totales. Durante el boom de los commodities llegaron a subir a un máximo de participación en el total exportado de 54% en 2013 y para luego declinar hasta llegar al 19% de incidencia en 2023, muy cercano al 17,3% de la participación respecto al total exportado que registró en 1992, volviendo de esta manera a principios del ciclo del gas de los 90.

Sin las exportaciones de gas nos hubiera golpeado muy fuerte la crisis global financiera cuando empezaron a caer las reservas internacionales a mediados de 2009, pero llegaba al Banco Central mensualmente la factura del gas por cerca de $us 300 millones y así hasta agosto de 2022, y luego empezaron a bajar a $us 200 millones en enero de 2023 y a $us 170 millones en diciembre, a lo que se sumaron los pagos pendientes por parte de Argentina.

Sin embargo, el tema no solo es el nivel de las exportaciones sino la propiedad y la renta de hidrocarburos. Con la Ley de Hidrocarburos de mayo de 2005, se recuperó la propiedad de los hidrocarburos en boca de pozo para el Estado Boliviano y estableció el Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH) con una alícuota del 32% del total de la producción de hidrocarburos, el cual sumado a la regalía del 18% daba una renta directa del 50%. La ley estableció que esta sumatoria “no será en ningún caso menor al cincuenta por ciento (50%) del valor de la producción de los hidrocarburos en favor del Estado Boliviano” (sic). Con base en esta norma, la llamada nacionalización de los hidrocarburos del 1 de mayo de 2006, el Decreto Supremo “Héroes del Chaco” no dispuso ninguna expropiación, sino una firma obligada de contratos de exploración y explotación y su aprobación en el Congreso, que cambió las anteriores condiciones que tenía Bolivia con las empresas petroleras. Dispuso la obligación de entregar en propiedad a YPFB la producción de hidrocarburos y su comercialización tanto para el mercado interno como externo. Estableció un adicional 32% a través de una participación adicional para YPFB hasta el 82%, y el saldo de 18% para las compañías.

Es decir, hubo un cambio político en la disposición del uso del excedente desde 2004, pero también los astros se alinearon puesto que después de que los precios de los commodities se mantuvieron en un bajo nivel entre 1992 y 2003, llegaron a triplicarse con el llamado boom del precio de los commodities (2004-2014), el cual primero se desinfló con la caída de los precios de la minería en 2011 y después con la caída de los precios del petróleo a partir de 2015. Esta fase declinante duró hasta el COVID-19 en 2020, para luego recuperarse los precios de los commodities en 2021 hasta mediados de 2022, cuando empezaron de nuevo a declinar hasta fines de 2023.

En conclusión, políticas de Estado y la buena suerte influyeron en el ciclo del gas. Va a ser necesario también para el ciclo del litio.

(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista

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¿El fin de la Renta o Excedente Comercial de Hidrocarburos?

Por su posible agotamiento, los recursos hidrocarburíferos ya no están para salvarnos de la pluricrisis que empezó en 2022.

/ 18 de febrero de 2024 / 06:59

OPINIÓN

El dato del INE del déficit comercial de $us584,7 millones, equivalente a 1,2% del PIB, en todo 2023 ha impactado pese a que el país viene ya desde septiembre de 2022 hasta la fecha, registrando por 13 meses, de los 16 meses, saldos mensuales negativos comerciales por un acumulado de $us1.080,4 millones.

Sin embargo, en julio de 2022, en mi artículo publicado en LA RAZÓN “¿La recesión mundial a la vuelta de la esquina?”, pronosticaba que: “El impacto en nuestra economía se sentirá más en el segundo semestre de 2022 por lo que deberíamos estar preparados con todo el instrumental de la política económica y los mecanismos disponibles de financiamiento externo o, toquemos madera”. La recomendación en julio de 2022 no sirvió de mucho, ni siquiera tocar madera, puesto que se seguía resaltando el récord histórico de las exportaciones y el superávit comercial de 2022 durante gran parte del año pasado, mientras continuaban los saldos mensuales comerciales negativos casi consecutivos hasta culminar con el famoso déficit de 2023. https://www.larazon.com/voces/2023/07/26/desequilibrio- externo-transitorio/

El problema de los déficits comerciales no es algo nuevo. Recordemos que una de las críticas al modelo neoliberal fue justamente la de los déficits comerciales consecutivos. Por ejemplo, entre 1992-2003, por 11 años la balanza registró un saldo negativo promedio de $us 438 millones, puesto que en ese periodo el Índice de Precios de Commodities (Ipcom), con base 2010 igual a 100, tuvo un promedio de 35,8, lo que quiere decir un tercio del nivel alcanzado en 2010.

Gracias al gas y al boom de los precios de los commodities, cuyo índice subió en promedio a 99,3, es decir tres veces del periodo anterior, Bolivia registró entre 2004-2014 superávits promedio de $us 798,4 millones. El fin del boom de los precios de los commodities, si bien empezó en 2011 en la minería, se acentuó en 2014-2015 con la crisis del petróleo, habiéndose desplomado los precios de commodities de un nivel de 130 alcanzado en 2011 a 63,1 en 2020, equivalente a una caída de cerca del 50% de las cotizaciones, en pleno COVID.

Con la recuperación poscovid, los precios de los commodities subieron del bajo nivel de 63,1 alcanzado en 2020 hasta un máximo de 142 en 2022, registrando la balanza comercial un superávit promedio de $us 1.359 en esos tres años. Sin embargo, la caída del nivel de precios de los commodities empezó en el segundo semestre, después de haber alcanzado un máximo de 158,1 en junio de 2022 para terminar con un nivel de 102,1 en diciembre de 2023, reflejando un desplome de más del 35% en las cotizaciones de materias primas (Gráfico 1). Es decir, el país atraviesa desde el segundo semestre de 2022 por un shock externo severo en la caída de sus precios de exportación de sus productos básicos.

Sin embargo, el problema del déficit comercial no termina aquí, sino que la historia continúa, puesto que otro factor que influyó fue nuestro propio shock interno, producto de una caída consecutiva del volumen de producción de hidrocarburos en 2022 de 9,5% según el índice del INE y de 13,4% hasta noviembre de 2023. En contrapartida, aumentó el volumen de importación de combustibles (gasolina y diésel) desde 2021 con niveles estimados en 2023 en torno 1.803 miles de metros cúbicos en el caso del diésel.

Esta situación se refleja en el saldo comercial de la balanza de combustibles, que mide por un lado el valor de las exportaciones de gas natural y las importaciones de diésel y gasolina. En 2021 todavía teníamos un saldo favorable de la balanza de combustibles de $us 623,3 millones y en 2022 dejamos de ser exportadores netos y pasar a importadores netos con un saldo desfavorable de $us 100,2 millones y en 2023 con un déficit más alto de $us 895 millones, superior a saldo negativo total que fue $us 584,7 millones.

El hecho es que la reversión del saldo comercial de combustibles de favorable a desfavorable es un hecho emblemático dada la situación actual de escasez crítica de reservas internacionales.

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En el análisis económico tanto oficial como no oficial se le ha dado más importancia a la Renta de Hidrocarburos, al take government, a los ingresos fiscales obtenidos por la nacionalización del gas. Pero antes de los ingresos fiscales primero están los ingresos de divisas provenientes de las exportaciones de gas, que empezaron a ser relevantes a partir de 2000, cuando representaban el 12,1% de las exportaciones totales, para subir a un 54% en 2013 y después declinar hasta llegar al 19% en 2023. Sin las exportaciones de gas, la balanza comercial del país siempre hubiera sido permanentemente deficitaria de 2000 a 2023.

Una forma de medir la Renta Comercial generada por el sector hidrocarburos es el resultado de la diferencia de exportaciones e importaciones de combustibles desde el año 2000 hasta 2021. Este saldo positivo comercial acumulado fue de $us 42.957,4 millones, casi equivalente al PIB del país en ese año. Así, fue el excedente del sector de hidrocarburos el que alimentó principalmente el stock de las RIN, así como su caída y reversión de este excedente comercial explica la declinación de las RIN (Gráfico 1).

La Renta o Excedente comercial del sector hidrocarburos nos permitió enfrentar la crisis de 2008 y 2009, así como el fin del boom de los commodities que empezó en 2022 y se acentuó en 2014 con el desplome de los precios del petróleo. Sin embargo, el posible agotamiento de sus recursos de hidrocarburos, explicado en la caída de los volúmenes de producción, ya no está para salvarnos de la pluricrisis que empezó sus efectos a manifestarse a mediados de 2022 y que aún continúa a nivel global. Los astros ya no están alineados, ya no hay buena suerte y no hubo buenas políticas de sustitución de exportaciones, por lo que es probable que vuelvan los tiempos del déficit comercial hasta que un producto surja para salvarnos.

Gabriel Loza Tellería Economista, cuentapropista y bolivarista

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Y llegó el shock externo adverso

El problema son las fluctuaciones de los precios básicos, su alta volatilidad, con subas y bajas de sus cotizaciones

Gabriel Loza

/ 7 de febrero de 2024 / 07:45

Y llegó el adverso shock externo que anunciaba desde agosto del año pasado mientras se vivía el jolgorio del récord del superávit de la balanza comercial de más de $us 2.000 millones, puesto que, según el INE, con datos a noviembre de 2023, el déficit comercial es de 400 millones y probablemente sobrepase los $us 500 millones para todo el presente año, más del 1% del PIB.

¿Qué es un shock externo adverso? Es un evento exógeno a la economía de un país con efectos desfavorables y pueden ser choques comerciales y financieros. El shock de comercio se da con una contracción de la demanda externa y/o por una caída de los términos de intercambio debido al descenso de los precios de exportación. Los choques financieros se expresan en alzas súbitas de las tasas de interés y por salidas netas de flujos de capital. 

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Analizaremos ahora solo el choque comercial. El volumen del comercio mundial es un indicador de la demanda externa, que según el FMI, de un crecimiento del 5,2% en 2022 se precipitó a un 0,4% en 2023, prácticamente a un estancamiento. Por su parte, las exportaciones bolivianas, con datos a noviembre de 2023 cuya tendencia no cambiaría con diciembre, nos muestran una caída en el valor total de más del 20% con relación al mismo periodo en 2022. Este desplome es el cuarto en importancia en el presente siglo, después de la crisis de los commodities en 2015 (31,5%), la crisis financiera y del comercio en 2009 (22,3%) y la crisis del COVID-19 (20,6%).

La contracción de la demanda mundial se refleja en el deterioro de los precios de los productos básicos que exporta Bolivia, que a su vez tiene impacto en el déficit comercial. El Índice de Precios de los Commodities, que calcula el Banco Mundial, muestra que con relación a 2022 la caída en 2023 fue del 24,2%, que es la tercera caída en magnitud de las cotizaciones de materias primas en el presente siglo, después de la gran contracción del comercio en 2009 (33,4%), la crisis en 2015 (36,7%) y la crisis del COVID-19 (20,1%). Esta fuerte caída en los términos de intercambio no fue alertada ni es analizada por los organismos internacionales como la CEPAL.

El problema son las fluctuaciones de los precios básicos, su alta volatilidad, con subas y bajas de sus cotizaciones con relación al precio de las manufacturas. Sin embargo, dependerá del commoditie en cuestión, para verificar si se cumple la famosa ley de Prebisch del deterioro de los términos de intercambio, que curiosamente dio origen a la CEPAL que ahora anda en otros temas más importantes. 

En todo caso, una característica del shock externo es si éste se manifiesta en todos los sectores de exportación o solo en algunos productos. Según el Banco Mundial, en el caso de los combustibles, ya que somos importadores netos y nos afecta por el lado de las exportaciones y las importaciones, la caída fue del 29,9%. En cambio, los precios de los productos agropecuarios tuvieron una caída del 7,2% mientras que en el índice de precios de minerales y metales el descenso fue del 9,6%. Por el contrario, los precios del oro y la plata, considerados metales preciosos, siguen al alza y crecieron en 7,7%. El precio del oro volvió a romper la barrera psicológica de los $us 2.000 la onza troy fina.

El shock externo se manifestó lamentablemente en todos los sectores de exportación del país y en la mayoría de los principales productos de exportación. En el sector hidrocarburos, las exportaciones de gas, nuestro segundo producto exportador, descendió en 31,6%

Las exportaciones del sector agropecuario cayeron en 26% y, por ejemplo, la castaña disminuyó sus ventas externas en 45%. Cayeron también las exportaciones de los principales alimentos como soya y derivados (19,5%) y derivados de girasol (7,4%).

Las exportaciones de minerales bajaron en 11,3%, con el zinc, nuestro cuarto producto de exportación, con un descenso del 23,1%. En los metálicos, tenemos la caída del emblemático oro, primer producto de exportación que pese a la subida del precio el valor de exportación descendió un 14,1%, habrá que exigir una explicación a los cooperativistas. También le acompañaron en la rodada el estaño metálico (24,6%) y hasta la plata metálica (5,3%).

Lo que está claro es que los astros no se alinearon en 2023, que hubo una caída casi simultánea en los principales productos de exportación y que parece que no todo se debe a la mala suerte sino también a malas políticas (tarea para la casa), porque pese a buenos precios cayeron las exportaciones de los preciosos metales.

(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista

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