‘Parásitos’
La estética de la pobreza y la riqueza son uno de los mayores negocios del entretenimiento.
La cinta Parásitos, del coreano Bon Joong-hoo (ganadora del premio Oscar a la mejor película de este año) es una sátira política sobre la estética de la pobreza.
Una narrativa neoliberal de cómo una familia pobre coreana que vive en los subterráneos, pero mediante artimañas se asienta en el seno de una familia rica, honesta y tonta. Al contrario de lo que piensan algunos, no se trata de una historia edulcorada sobre la lucha de clases en Corea del Sur, en la que se desenmascara la disparidad social oculta de esa sociedad borracha por el éxito tecnológico y económico. Esta película muestra el cinismo de la derecha que imagina a los pobres como los sirvientes astutos que se aprovechan y manipulan a sus nobles amos, de allí el nombre de parásitos.
La estética de la pobreza siempre ha fascinado a la intelectualidad progresista, sobre todo a la clase media alta. Los marxistas denominaron a este fenómeno “complejo de culpa del pequeño burgués”. En contraparte, el intelectual liberal considera a la pobreza una lacra. Antepone la sociedad del bienestar al Estado de bienestar. Para él, la solidaridad es una palabra mala. La caridad individual es más efectiva que cientos de programas sociales. El mercado protegerá a los pobres, piensa. Se opone a que se obligue a aportar por alguien que está en esa situación por elección propia. Ve en el pobre una dualidad: la ética que aprecia a esa persona como un fracasado, una carga social, una fuente de vicios y defectos; la estética, al pobre como mercancía, él es un objeto de consumo para la satisfacción personal. Sin esta imagen patética no se justificaría nunca que los ricos también lloran.
La estética de la pobreza y la riqueza son uno de los mayores negocios del entretenimiento. Millones de pobres quedan hipnotizados por las aventuras de los adinerados en las telenovelas latinoamericanas, o con las bobadas de los famosos en los talk shows. El éxito de la televisión basura, los influencers no serían nada sin la estética de la pobreza y de la riqueza.
Un izquierdista, por lo contrario, ve en el pobre virtud, honradez y lo auténtico. Le fascina vestir como el pobre, sentir, hacerse el pobre, aún sabiendo que al entrar en casa la realidad es más poderosa que los sueños. Le apasiona erigir su imagen personal en la espalda de los desposeídos. Todo esto deviene del legado mesiánico de la religión. Jesús era pobre y decía que de ellos era el Reino de los cielos. O sea, el admirar al pobre le lleva a presentarse como salvador del mundo.
El liberal y el izquierdista coinciden en la cosificación de la pobreza, como objeto de consumo o como justificación existencial. Pero la pobreza es real y deja sus huellas. El señor Kim se siente tocado en lo íntimo cuando el señor Park siente repulsa por su olor. Al principio pensaba que el señor Kim tenía que cambiar de shampoo. Pero no, su olor, como lo describe el señor Park, estaba en todas partes, sobre todo en el metro, ese olor tan persistente de la pobreza. Para quien ha sufrido los rigores de la carestía material, sabe que su piel, sus dientes, su estómago, nunca serán los mismos. Las huellas físicas de la escasez de recursos lo han marcado de por vida y han determinado su futuro. El éxito es más probable en el hijo de un ejecutivo de Manhattan que en el hijo de un paria de Calcuta.
La cinta Parásitos, aparte de del goce estético, nos lleva a pensar en el tema tabú de la desigualdad, vista en estos tiempos como normal. Probablemente la película será recordada en unos años por la memoria de los cinéfilos, pero para el común de las personas, ese objeto será desechado después de ser consumido.
Elvis Vargas Guerrero
es escritor y agricultor