En 1983 nació internet, red a través de la cual cada minuto se producen 4,5 millones de búsquedas solo en Google, se descargan 390.030 aplicaciones y se envían 188 millones de correos electrónicos. Internet nos ha permitido vivir en una “aldea global” con contacto inmediato que rebasa fronteras. Pero, siempre un pero, así como en la carta enviada por un amante a su amada en los años 60 las palabras no testificaban a cabalidad el valor de sus sentimientos, hoy no toda la información digital es real ni fidedigna. No solo existe el peligro de anuncios laborales falsos difundidos por redes de trata y tráfico para captar posibles víctimas, la salud pública también puede verse afectada por los “bulos” o las “fake news”, como se las conoce en inglés.

Por caso, el coronavirus 2019-nCoV y su rápida expansión constituye el caldo de cultivo ideal para que ciberdelincuentes produzcan material “informativo” falso con diferentes propósitos: adquirir información confidencial de forma fraudulenta (phishing), cautivar mayores audiencias, desprestigiar marcas o posicionar productos alternativos en el marcado, entre otros. En algunas naciones esta problemática, denominada “infoxicación”, es enfrentada desde diferentes sectores de la sociedad. Por ejemplo, en el caso del coronavirus 2019-nCoV y los bulos que está suscitando, profesionales médicos y de la comunicación, con el apoyo de los sistemas de salud, están articulando esfuerzos para identificar y posteriormente censurar información falsa.

En Bolivia, en las redes sociales se están difundiendo bulos que aseguran que el coronavirus 2019-nCoV ya ha llegado al país, a tiempo de ofrecer información falsa sobre su sintomatología y tratamientos, incluso algunos de ellos naturales. Se trata de un escenario ideal para generar tensión y miedo social. Por tanto, además de medidas de salud pública orientadas a contener estas noticias falsas, urgen lineamientos comunicacionales estratégicos y de prevención, que le permitan a la ciudadanía verificar si se encuentra o no ante un bulo informativo. Esta acción pasa por identificar si la información utiliza fuentes o referencias formales, la fecha de la publicación y la forma de redacción: usualmente los bulos están escritos de forma atemporal, hay morbo en la titulación y, por lo general, buscan generar miedo entre los lectores.

Ahora bien, la responsabilidad de una cultura de información no solo es individual, el Estado también juega un papel preponderante. En los medios de información convencionales especialistas en el área deberían informar de manera constante, en lenguaje sencillo, sobre la enfermedad y otros temas. Y lo propio en las redes sociales institucionales de ministerios, colegios médicos, etc. A su vez, los informativos deberían contrastar correctamente la información con fuentes y peritos oficiales (se ha evidenciado la lectura de bulos informativos en noticieros centrales en al menos una docena de veces).

Finalmente una clave en la correcta información: para disipar cualquier duda, debemos consultar a nuestro médico de cabecera. De igual manera sería deseable que nuestros especialistas mantengan activas sus redes sociales con información fidedigna y conceptos claros. Nuestra salud no solo depende de una buena alimentación, de hábitos saludables y visitas frecuentes al médico; también es necesario un consumo sano de información, evitando de esa manera una crisis de “infoxicación”.

* Especialista en Comunicación Institucional.