Esta guerra escapa los radares de la mayoría de las pantallas. Los franceses, cuyas tropas han estado combatiendo durante siete años en el Sahel, una región africana al sur del Sahara tan grande como Europa, hacen pocas preguntas sobre su participación. Deberían hacerlas. En este crisol en el que la insurgencia islamista, los antiguos conflictos locales, los Estados frágiles, las dudas europeas y una estrategia estadounidense cambiante hacen una mezcla explosiva, es una guerra que bien podrían estar perdiendo o, en el mejor de los casos, una guerra que quizá nunca ganen.

Esa es la sombría advertencia que el jefe de personal de las FFAA francesas, el general François Lecointre, hizo el 27 de noviembre pasado, un día después de que sus soldados sufrieron 13 bajas en un accidente en helicóptero en Mali durante las operaciones de combate. “Nunca lograremos la victoria final”, declaró en la radio pública France Inter. “Evitar lo peor debe proveer suficiente satisfacción a un soldado. Hoy, gracias a nuestras continuas acciones, nos estamos asegurando de evitar lo peor”.

Bienvenidos a la implacable e ingrata lucha contra los yihadistas en el Sahel, donde fueron desplegados 4.500 soldados franceses en enero de 2013 para evitar que la capital de Mali, Bámako, cayera bajo el control de Al Qaeda. Ahora es el epicentro de la insurgencia encabezada por islamistas de más rápido crecimiento en el mundo. Hace tres semanas, el Gobierno francés decidió enviar 600 soldados más al Sahel. Dista de ser un gran número, pero sí es un signo claro de que cada vez es más difícil “evitar lo peor”.

Bámako se salvó, pero desde entonces, los grupos islamistas vinculados con Al Qaeda y el Estado Islámico se han esparcido hacia los países vecinos de Níger y Burkina Faso. Tras asesinar a más de 4.000 personas el año pasado y desplazar a más de un millón, estos grupos ahora amenazan cuatro países costeros de África occidental al sur de Burkina Faso, un Estado que, como advirtió hace poco la organización International Crisis Group, podría proporcionar “una plataforma de lanzamiento perfecta” para operaciones en Benín, Togo, Ghana y Costa de Marfil.

¿Cómo acabó Francia interviniendo en una región que abandonó hace unos 60 años como gobernante colonial? Todo comenzó con la intervención occidental franco-británica en Libia en 2011. La agitación derivada de la insurrección contra el coronel Muamar el Gadafi y su posterior muerte llevaron de Libia a Mali una cantidad importante de hombres y armas. En 2012, grupos yihadistas conquistaron Tombuctú y otros poblados al norte de Mali, para someter a la población a un régimen de terror. Francia se apresuró a enviar a su Ejército y, junto con las fuerzas locales, liberaron esos poblados, lo que dio paso a una fuerza de estabilización de las Naciones Unidas. Sin embargo, los insurgentes, que se esparcieron como el desierto, se dispersaron, y fueron hacia la región central de Mali y más al sur. Níger fue el siguiente objetivo, y luego, en 2015, Burkina Faso.

Mientras el Estado Islámico arremetía contra París con ataques terroristas masivos en 2015, el discurso de contraterrorismo de enviar soldados al Sahel para reforzar a las Fuerzas Armadas nacionales locales le pareció totalmente coherente a la opinión pública francesa. Europa enfrentaba una enorme crisis de refugiados. Ayudar a los ejércitos locales en África subsahariana a contener otra amenaza yihadista parecía una respuesta lógica.

No obstante, la contención no ha funcionado y Francia está pidiendo ayuda. En un informe que dio a conocer Human Rights Watch el 10 de febrero, “Grupos paramilitares, islamistas armados devastan el centro de Mali”, describió una situación alarmante de atrocidades que siguen cometiéndose contra civiles en el área. Soldados franceses, de la ONU y europeos se enfrentan a un conflicto cambiante: grupos como el Estado Islámico del Gran Sahara se aprovechan de las divisiones locales y étnicas, pues las explotan para reclutar miembros en áreas donde las estructuras estatales han desaparecido. “Es cierto, las naciones del Sahel tienen sus propias debilidades”, admitió la semana pasada en una entrevista con Le Monde Moussa Faki Mahamat, un líder de la Unión Africana. “Los extremistas islámicos se han aprovechado de todas estas debilidades para construir una fuerza auténtica, con capacidades operativas superiores a las de los gobiernos”.

El colapso de algunos de esos Estados fallidos es un riesgo que ahora se toma en serio. El envío de 600 soldados franceses adicionales no tiene el propósito de cambiar la situación en el terreno, sino de ser un aliciente para la moral de un país como Níger, que está en fatales condiciones debido a los devastadores ataques contra sus Fuerzas Armadas. Sin embargo, hay una trampa. En el proceso, Francia es vista como la antigua potencia colonial que apoya a gobiernos débiles y corruptos, o es acusada de encubrir extorsiones de ejércitos comunes locales. El auge del sentimiento antifrancés en ciertos sectores de la población local y los intelectuales, principalmente en Bámako, ha dado lugar a que el presidente Emmanuel Macron, molesto, amenazara con retirar a sus tropas si los líderes locales no mencionaban con claridad por qué ese apoyo era necesario.

Este es solo uno de los predicamentos que asedian a Francia. Otro es la asistencia estadounidense, que ha sido fundamental para la inteligencia, la vigilancia y la logística, aun cuando la Operación Barkhane, como se le conoce, esté dirigida por Francia. En vista del deterioro de la situación,  Macron y el secretario general de la ONU, António Guterres, convocaron a los líderes del grupo llamado G5 del Sahel (Mali, Níger, Burkina Faso, Mauritania y el Chad) a una reunión en Francia, donde decidieron una nueva estrategia para impedir el avance del Estado Islámico del Gran Sahara. No obstante, los funcionarios de defensa franceses, para quienes los próximos seis meses son determinantes, se han mostrado alarmados ante los anuncios del centro de Comando Africano del Pentágono sobre “ajustes a su presencia” en África.

Los funcionarios de defensa franceses dijeron que esta posible reducción en la participación estadounidense da lugar a dos desafíos en Francia: el primero, la retirada de la asistencia operativa (como los drones) acabaría con la dinámica militar y crearía un vacío político que resultaría desastroso. El segundo, como me dijo un funcionario: “El hecho de que Estados Unidos dirija su atención a otra parte en el preciso momento en que estamos suplicando a nuestros amigos europeos que envíen más soldados ciertamente no ayuda”.

Esa “otra parte” son China y Rusia, que están clasificadas como las amenazas de mayor prioridad en la actual estrategia de defensa estadounidense. Florence Parly, ministra francesa de las Fuerzas Armadas, voló a Washington hace tres semanas para presentar su caso, haciendo notar que un ciudadano estadounidense fue uno de los rehenes liberados por las fuerzas especiales francesas el año pasado en la frontera entre Mali y Burkina Faso en una operación que les costó la vida a dos comandos franceses. Francia no oculta el efecto desestabilizador de la creciente actividad rusa en África. En un comunicado de prensa del 30 de enero, el secretario de Defensa estadounidense, Mark Esper, reconoció que Washington estaba “ajustando los números y la distribución del personal más hacia la competencia global de las grandes potencias” en África, “y tal vez menos hacia el contraterrorismo”, pero todavía no se había tomado ninguna decisión.

Al mismo tiempo, los franceses están tratando de ajustar su propia estrategia. Están aumentando la presión a sus aliados europeos, algunos de los cuales (España, Reino Unido y Dinamarca) ya colaboran con la Operación Barkhane, mientras que los soldados alemanes entrenan a ejércitos locales. Estonia va a enviar a 90 hombres, la mitad de los cuales formará parte de una unidad de fuerzas especiales, y se espera que los checos envíen a otros 60 soldados de élite.

“Lo que los franceses han estado haciendo en el Sahel con solo 4.500 soldados es extraordinario”, reconoció a puerta cerrada un alto exfuncionario de Defensa británico. Pero ¿es suficiente? Los críticos sugieren que la estrategia francesa se centra en la seguridad y la respuesta militar a expensas de los esfuerzos civiles para arreglar el mal gobierno y la corrupción. Sin embargo, si construir una nación es complicado, lo es todavía más en el caso de una antigua potencia colonial, razón por la cual Francia necesita más ayuda.

Estos días, en París se tiene la sensación de “Malo si lo hacen, malo si no lo hacen”. Los franceses no debieran ser los únicos en preocuparse, todos deberíamos prestar más atención al Sahel.

* Es directora editorial y exeditora jefa de Le Monde, columnista de opinión de The New York Times. © The New York Times Company, 2020.