La música y el destino
Para conocer de otra manera a una sociedad basta observar la música que se escucha mayormente.
Un comentario fugaz de un vecino de esta tórrida ciudad oriental señalaba que la nostalgia le había ganado su alma, pues ya no escucha, en ningún lugar, a Gladys Moreno y su voz inigualable, dando forma y sentido a los aires nacionales. Luego añadió, el tal, que solo le martillean a diario los reguetoneros y su música frívola y hueca, y los badulaques embriagados con sus bandas de fondo, que mismos son desde hace 50 años, en su decir.
Esto me llevó a pensar sobre las variadas herramientas metodológicas y científicas de académicos para adelantar un juicio acerca de cómo sería una sociedad en el corto, mediano o largo plazo. Ejercicio racional puesto de moda, también, por oráculos religiosos delirantes, deleitados en inculcar miedo y supersticiones variopintas a los hombres, afirmando lo que sucederá mañana si hacen esto o aquello. En fin.
Si hay un denominador común entre estas posiciones disímiles, habrá acuerdo en que se cosecha lo que se está sembrando. Y esta sabiduría procede de los miles o 100 miles de años recogidos por la experiencia de los hombres, en todas las culturas originarias. Que lo tomen en cuenta ya es otro cantar.
Así, en este mismo sentido, una herramienta para esto que decimos es la inferencia hipotética, que en este caso se abocaría a tomar en cuenta la música que escuchan, de forma cotidiana, distintos sectores etarios de una sociedad, para saber (con más o menos certeza y de una forma alternativa y sencilla) cuál es el futuro que le depara: si una sociedad de conocimiento, laboriosa, respetuosa… o una sociedad banal y superflua, barullenta, irreverente, lujuriosa e ignorante.
Tómese en cuenta que en la parte más primitiva del cerebro humano (el reptiliano) subyacen los instintos más básicos como el temor y la reproducción sexual. Incentivar estos instintos hace más fáciles de dominar, por quienes tengan ese interés, a los seres humanos. Por ello, el “reguetón” se constituye por ejemplo en un arma mortal de subyugación y atontamiento colectivo, cosifica a la mujer, a algunas las “putifica”; y embrutece aún más al varón. Ni los viejos(as) se salvan de la tentación de volverse “verdes” o candidatos(as), ¿alguien lo duda?
Luego tenemos el cerebro mamario, donde residen las empatías, las emociones y lo que se llama hoy, como mero sentimiento, el amor. Esta es otra arma mortal de dominio. Por eso las músicas romanticonas, huecas y quejumbrosas, o quijotescas, carnavaleras, etc. No se precisa saber pensar para disfrutarlas. Esté uno como esté, en el aspecto emocional, hallará satisfacción a raudales, escuchando la musiquilla… y punto. Un trago más o un suspiro o una lágrima más… y todo sigue igual, el mundo gira y gira.
Finalmente, unos pocos utilizarán el córtex cerebral (el cerebro racional), que es donde se reflexiona, se analiza, se piensa. Estos privilegiados escuchan músicas que les hacen reflexionar sobre sí mismos, sobre el contexto social en el que viven, o les permiten elevar su alma a estados superiores. En el ritmo que fuese, será música bien elaborada, con cierta o mucha complejidad, de contenido relevante (pues se requiere cierto nivel de afición por la lectura) y bien ejecutada.
Juzgue usted que música contiene estos indicadores.
Para conocer, entonces, de otra manera el contexto de una sociedad, observe —en general— cuál es la música que escuchan mayormente los púber, adolescentes y los jóvenes, quienes constituyen cerca del 55% de la población; y los otros, los más viejos, también. Nadie se salva, solo los sordos. Así se puede inferir, aunque sea hipotéticamente, qué destino le depara a la nación. Juzgue usted.
Carlos Tony Sánchez
es escritor y profesor universitario.