Somos nostalgia tú y yo, caray
‘Mi socio’ es más que una simple película, es una época incrustada en el corazón de todos.

Olvídense del dengue, olvídense del coronavirus, de las próximas elecciones y hasta de los cuernos. Relájense y disfruten”, dice Paolo Agazzi, el boliviano más italiano, en la premier de Mi Socio 2.0. Frente a él están cientos de invitados que colman la sala más grande del Multicine y, afuera, llamando la atención a gritos en la Av. Arce, el “cacharro” protagonista. “Es el camión de Mi Socio”, comenta una joven a su madre, sacando el celular para una foto en familia.
Adentro, Agazzi amenaza con leer cuatro hojas escritas y todos caemos en la broma del director que trae de vuelta al Vito, al Brillo y al camión después de 38 años. “Óscar Soria me enseñó a mirar Bolivia; Eguino me enseñó el oficio; Guillermo Aguirre fue el alma del proyecto, y Héctor Ríos hizo la fotografía, ahora hay un eco de su trabajo”, dice y recuerda a los que ya no están y a los que sobreviven: “Éramos pocos y muy locos”.
El director espera que Mi Socio 2.0 vuelva a enamorar al público para que regrese a ver cine nacional en pantalla grande. Ahora habla a sus colegas presentes y les pide que no vean la película con ojos de cineastas, sino, con los del “público normal”. Y lanza la segunda broma: “Soy pionero en traer actores extranjeros, y para esta película hablamos con Darín, Martínez y Grandinetti… mentira (admite rapidito), David Santalla es Mi Socio y Mi Socio es David Santalla”.
Y entonces, sus palabras evocan al Santalla de hace 38 años en uno de los mejores monólogos del cine boliviano. Don Vito se ha chupado la madre (para variar), se ha gastado la plata propia y ajena apostando, y sufre un ataque repentino de ch'aqui moral. Sabe que es un desgraciado, sabe que la viene cagando desde hace rato y busca redención. Santalla no gesticula, no recita, no sobreactúa. La cámara no invade, la cámara respeta el drama ajeno. Don Vito ha tocado fondo, ha confesado sus pecados y ha pedido clemencia: “Me siento solo”.
Mi Socio es más que una simple película, es una época incrustada en el corazón de todos. Y es también un caso único en la cinematografía mundial: no debe haber ninguna secuela rodada 38 años después de la primera parte. ¿Por qué llega ahora? Un día del nuevo siglo, un guionista —Luis Chucho Miranda— mandó un libreto al Tano (ocupado ya en otros afanes o no), y así comenzó la nueva aventura o quizás siguió rodando la anterior: vista así, Mi Socio 2.0 es un encargo, una apuesta. Visto así, Agazzi tiene en el fondo resquemores inconfesables.
El resultado de Mi socio 2.0 es un mecanismo de relojería nostálgico. Apela directa y frontalmente a esa nostalgia que borra siempre los malos recuerdos y magnifica los buenos. Y entonces, ese anhelo agridulce por el pasado adquiere aquí la imagen de un camión. En el estreno, el público se ríe (y aplaude) —tiene la necesidad de— en tres momentos: con la intervención genial del policía en la tranca de los Yungas (un divertidísimo Raúl Mamani); con el esperpéntico-cameo telenovelero de Mauricio Toledo y Leo Fransezze; y con la aparición tardía del “cacharro” de la “saudade”.
Cuando la película —la primera— se estrenó a inicios de los 80, el crítico de Última Hora, Carlos Mesa, apuntaba el exceso de costumbrismo y extrañaba la falta de convicción en el guion y en el desarrollo dramático. Mi Socio 2.0 cojea con la misma pata: la historia —una trama de narcotráfico con suspense— abunda en lugares comunes y descuida lo actoral. El libreto prioriza al personaje femenino (una inexperta Romaneth Hidalgo) en desmedro del protagonismo histórico del ayudante (Gerardo Suárez, más contenido que hace 38 años). La actuación levanta vuelo felizmente con dos iconos del teatro popular: el gran Hugo Pozo y el citado Raúl Mamani. Las inserciones ideológicas —Mesa dixit— de la primera parte han desaparecido ante la omnipresencia de la nostalgia.
El mayor reto de Agazzi era conservar el “ajayu” de la primera parte. Y lo logró. Ambas películas son un homenaje a Bolivia, a sus paisajes, a sus caminos que unen a cambas y collas. Comparten ambas la esperanza y el optimismo por un futuro mejor. Y hacen más: conceden el regalo de la redención. Don Vito no volverá a sentirse solo. Al final de la película, Agazzi dice: “Espero no haberles defraudado”. Yo salgo de la sala cantando “Somos nostalgia tú y yo, caray”. No, Tano querido, no has defraudado.
* Es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.