Ensayo sobre el miedo
¿Vamos a permitir que el miedo a enfermar nos anule la solidaridad, el sentido común y la cabeza fría?
Sentado en su automóvil, un hombre espera a que el semáforo cambie. Pero cuando finalmente el disco verde se ilumina, él no parte. Se ha quedado ciego de repente. La gente que se arremolina a su alrededor, el buen samaritano que lo saca de su vehículo y lo lleva a su casa, el doctor que lo revisa, las personas que esperaban en la consulta, todos quedan ciegos a las pocas horas. Es el inicio de la incisiva obra Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
En la novela, todos los ciegos y los que han tenido contacto con ellos son confinados en un manicomio en desuso. Los primeros días les llevan comida y utensilios de limpieza. Pero en la medida en que la ceguera no puede ser contenida y la ciudad entera se hunde en la anarquía, los ciegos que están encerrados deben valerse por sí mismos en una microsociedad donde rige la ley del más fuerte.
Es en esos momentos de terror y crisis cuando se mide el temple de la sociedad y sus habitantes. ¿Quién es capaz de mantener su humanidad, su sentido común, su vena solidaria? ¿Quién, en cambio, se hunde en el egoísmo y aprovecha su relativa fortaleza para acaparar medios y aferrarse a privilegios? ¿Quién es capaz de mantener la calma y la cabeza fría, de buscar soluciones que beneficien al conjunto aun a costa del perjuicio de unos cuantos? ¿Quién se sacrifica, quién se esfuerza, quién se aprovecha, quién deja fluir en los momentos oscuros sus peores taras?
Y es que los virus son implacables: se propagan con una facilidad increíble y se anidan con mayor intensidad en los cuerpos más débiles. Y el virus más peligroso que nos amenaza hoy no es el llamado COVID-19: es el virus del miedo. ¿Cómo es posible que profesionales en salud bloqueen las puertas de los hospitales para impedir el ingreso de una paciente? ¿Cómo es posible que vecinos amenacen con atacar las ambulancias para evitar que se ayude a un enfermo en la instalación que precisamente existe para ese propósito?
Si esa es la manera en que vamos a enfrentar el nuevo coronavirus en Bolivia, estamos ciegos. Si un enfermo no es aislado médicamente, en instalaciones apropiadas, seguirá transmitiendo la enfermedad a toda persona con quien entre en contacto. ¿Si no son los profesionales en salud los que atienden a los enfermos, si no son los hospitales donde se los ayuda, dónde acudiremos si nos toca la desgracia a nosotros? ¿Ocultaremos los síntomas por miedo a las represalias, al rechazo y al estigma? ¿Cuántos más se pondrán en riesgo de ese modo?
“De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad”, dice Saramago. Y se aplica perfectamente a esos vecinos, y en particular a esos trabajadores en salud, que se supone saben cómo aminorar los riesgos, que supuestamente han jurado proteger y ayudar a los enfermos. Las autoridades de salud deberían despedir a aquellos médicos y enfermeras que, violando sus juramentos y obligaciones contractuales, se dedicaron a bloquear ingresos para que los más vulnerables, los enfermos, no puedan recibir ayuda en hospitales públicos. Pero no lo harán: el Ministerio de Salud ha sido copado por los mismos dirigentes que durante meses hicieron paro y bloquearon calles para oponerse a que la salud sea universal y no solo para los que reciben un sueldo.
Es en los momentos de crisis cuando se mide el temple de una sociedad y de sus habitantes. ¿Vamos a permitir que el miedo a enfermar nos anule la solidaridad, el sentido común y la cabeza fría? ¿Vamos a dejarnos llevar por los rumores, las noticias falsas, el egoísmo y la ley de la selva?
La novela de Saramago termina cuando, tan súbitamente como la perdieron, todos los ciegos recuperan la vista. Pero siempre hay alguien que se pregunta: ¿será que estábamos ciegos entonces, o que en realidad lo estuvimos siempre? Porque aunque estamos viendo, no vemos.