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Bolivianos sin ciencia

A lo largo de la historia, los bolivianos hemos tenido una relación con la ciencia tan difícil e incompleta como la que hemos mantenido con otros componentes del mundo moderno (por ejemplo, con el Estado técnico-burocrático o con la igualdad política).

De un lado, desde el nacimiento de la República hemos participado “teóricamente” del culto a la ciencia, a través de nuestros compatriotas ilustrados, primero; y después de 1870, de los intelectuales positivistas; más adelante, a principios del siglo XX, a través del liberalismo; y en la segunda mitad del mismo siglo, del desarrollismo; y finalmente, mediante los neoliberales y los neodesarrollistas de nuestra época. Todos ellos cantaron loas a la ciencia, se adhirieron a la “razón instrumental” o eficientista, e incluso —aunque con matices— apoyaron la tecnocracia o “gobierno de los científicos”. Al mismo tiempo, criticaron las tradiciones que querían mantener los conservadores y los indianistas como “supersticiones” y “arcaísmos”.

Del otro lado, no hemos podido llevar la ciencia moderna a la práctica nacional más que por imitación estrafalaria o por adquisición y difusión de resultados obtenidos previamente por terceros. Esta es la realidad, y hoy se hace patente para cualquiera en los curiosos fenómenos que se han producido en torno al arribo al país del coronavirus COVID-19. Desde la incapacidad de las autoridades de los tres niveles del Estado para coordinar una respuesta única (con lo que tenemos distintas medidas en distintos territorios, algunas de ellas contradictorias entre sí), hasta la incapacidad de los distintos gobiernos, sobre todo los locales, de pasar de la mera enunciación de una medida a la imaginación y la organización de sus consecuencias en todas las ramas de la actividad nacional.

Por ejemplo, en otros países se ha procurado restringir el contacto interpersonal, pero al mismo tiempo se ha mantenido el funcionamiento de los sistemas de provisión de alimentos lo más normal posible, a fin de evitar las aglomeraciones de compradores. Aquí se ha hecho lo contrario: restringir el horario de venta de los mercados, como si se quisiera concentrar a los compradores. Lo mismo pasa con los bancos y las farmacias: reduciendo su horario de atención, se alienta la reunión de más gente en ellos, que es lo que en primer lugar se quería evitar.

La dificultad (¿imposibilidad?) de los bolivianos para actuar de manera empírica, esto es, basándose en la experiencia y el conocimiento que esta arroja, y de poner a la realidad por encima de la teoría, fue ácidamente descrita en los años cuarenta por Carlos Medinaceli. Éste la llamó “huayralevismo”, creando una forma nativa de denominación del conocimiento escolástico inservible, que es, según este escritor, el que se imparte en nuestras universidades.

El “huayraleva” mayor de esta temporada fue el munícipe orureño que se presentó en la conferencia de prensa en la que el Gobierno Municipal de aquella ciudad declaraba la cuarentena con un barbijo que solo le cubría la boca, es decir, que estaba mal puesto. El individuo quería impresionar con su diligencia, pero solo impresionó por su ignorancia. Esta mezcla de ignorancia con presunción de conocimiento constituye la quintaesencia del huayralevismo.

También está la ignorancia pura y dura. Por ejemplo, la de los vecinos que se opusieron al ingreso de enfermos a los hospitales, como si el virus pudiera atravesar las paredes o volar libremente a través de las ventanas y puertas de los nosocomios. En este caso, en lugar de ciencia, “pensamiento mágico”: se veía a los enfermos como una “impureza” de la que había que librarse.

Si sumamos la “ciencia cero” de los ciudadanos comunes y el huayralevismo de sus dirigentes, obtendremos como resultado al diputado ese que propuso procesar a la primera enferma de coronavirus que había llegado al país procedente de Italia. Este parlamentario, como la mayoría de los universitarios bolivianos, solo había aprendido una cosa en su paso por las aulas: a meter juicios. Al mismo tiempo, igual que los miembros de las civilizaciones primitivas, confundió las leyes humanas y las leyes de la naturaleza, cuya separación representa, justamente, el primer paso del pensamiento científico. 

* Es periodista.