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Monday 4 Nov 2024 | Actualizado a 14:24 PM

María Esther Ballivián es compañía

¿Conoció María Esther a Picasso? ¿Por qué pintó al malagueño una década después de sus años parisinos?.

/ 25 de marzo de 2020 / 06:23

María Esther Ballivián ronda los 45 años y acaba de terminar Homenaje a Picasso, es un óleo. Corre 1973 y faltan solo cuatro años para que muera trágicamente en un accidente doméstico. María Esther lleva pocas semanas como docente de pintura en la Facultad de Arquitectura en la UMSA. Ha sido invitada por José de Mesa y Teresa Gisbert y comienza a dibujar desnudos femeninos. El tema de la sexualidad también dominó el último periodo artístico del autor del Guernica.

Ballivián, como firmaba sus cuadros sin el apellido del marido, es artista desde niña. Pinta, esculpe y también hace grabados. Quienes la conocieron la recuerdan como una mujer hermosa, que se movía con comodidad tanto en las élites de la alta sociedad como en los círculos bohemios de artistas.

María Esther, bautizada como Esther Antonia, ha vivido en París casi seis años en dos periodos distintos: de 1957 a 1960 y de 1963 a 1964. Ha estudiado en los talleres de Hayter y de Goetz, ambos amigos y compañeros de Picasso.

El londinense William Hayter fue el fundador del mítico estudio de grabado Atelier 17 y recaudó fondos, junto con Picasso y Miró, para la causa republicana y el bando comunista durante la Guerra Civil Española. El gringo-francés Henry Goetz colaboró con la resistencia gala y empapeló París con afiches antinazis. Goetz está casado con la artista holandesa Christine Boumeester, nacida en Java, traductora de Kandinsky. Varias líneas que confluyen en un punto.

¿Conoció María Esther a Picasso? ¿Por qué pintó al malagueño una década después de sus años parisinos? ¿Qué misterio, qué historia esconde ese óleo-homenaje? ¿Por qué una de las nietas de Ballivián se llama Paloma, como una de las hijas de Picasso?

Ballivián y Picasso terminaron sus días pintando desnudos. Los dos emprendieron un viaje por territorios de la abstracción, y como el aventurero que vuelve al cobijo del hogar, arribaron a la figura del cuerpo despojado y desnudo. Plantea el crítico de arte John Berger que “la pintura es la más inmediatamente sensual de todas las artes, cuerpo a cuerpo. Quien dice sensual dice también sexual, y es aquí donde la práctica de la pintura empieza a volverse más misteriosa”.

Quizás para superar el obstáculo inevitable del arte abstracto, la ausencia vaporosa de lo físico y de lo palpable, Pablo y María Esther invocaron la presencia de algo que está ausente. ¿Necesitaban consolarse? Los cuadros son compañía, y la compañía es corporal. Lo cierto es que los dos acabaron sus días pintando desnudos y para ambos sus retornos al cuerpo fueron sus despedidas del arte y de la vida, que para algunos destinados es lo mismo.

En los desnudos de María Esther Ballivián vemos mujeres solitarias y también unidas, cómplices y de espaldas, desafiantes y orgullosas, exhibiendo sin pudor los “orígenes del mundo”. Son desnudos francos y atrevidos (pintados en plena dictadura banzerista) que rozan, con sutileza sensual, un mundo íntimo, desconocido y misteriosamente femenino. ¿Qué secretos esconden esos pubis que nos siguen turbando?

La pincelada recuerda todo lo aprendido por Ballivián en sus viajes locales y cosmopolitas: Rimsa y La Paz, Boticelli y Florencia, Tiziano y Roma, Goya y Madrid, Rembrandt y París, Velázquez y Londres, Courbet y Orsay. Pero más allá, brindan al espectador un instante cargado de territorios erógenos ilimitados. Toda muerte se lleva los misterios que poblaban un cuerpo. Aquella mañana de sábado de julio de 1977, María Esther se llevó consigo sus secretos y los enigmas de los cuerpos que pintó.

¿Hasta cuándo la seguirán recordando? Es la pregunta que desde hace años se hace la única hija de María Esther Ballivián. Para conjurar ese temor de quedar a mitad de camino entre ninguna parte y el olvido, Marie France Perrin monta exposiciones, publica libros. El más reciente, cuya tapa nos regala otro desnudo, fue presentado en febrero en el Espacio Simón I. Patiño de Sopocachi. El arte sirve para atisbar la verdad en un misterio y la obra de María Esther Ballivián nos devela todos los secretos y eso no se olvida. Quédate tranquila, Marie France, tu madre hace rato que venció al tiempo.

Ricardo Bajo

Es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.

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Bolívar no tiene técnico

Ricardo Bajo

Por Ricardo Bajo

/ 23 de agosto de 2024 / 09:04

Introducción: los dos mejores años del club Bolívar en competiciones internacionales hacen un guiño. En 2004, hace dos décadas, los celestes se plantaron en la final de la Sudamericana frente a Boca Juniors (presidía el club Mauro Cuéllar Caballero y dirigía el incombustible Vladimir Soria). Nota mental: todavía me acuerdo como vi desde las cabinas de radio de la Bombonera aquel palo de Tufiño en el arco del “Pato” Abbondanzieri delante de la “Doce”. En 2014, hace diez, la “Academia” llegaba a “semis” de la Libertadores (presidía don Guido Loayza Mariaca; entrenaba el vasco Azkargorta).

El rival de hoy es Flamengo. Llega con una ventaja de dos goles. Toca rematar. Tite tiene seis bajas importantes (entre ellas “cracks” como Everton, Pedro, Arrascaeta y “Gabigol”. El Siles luce casi repleto. Reina un entusiasmo desmedido. La hinchada “académica” regala una gran previa y grita “sí se puede”. Veo chalinas conmemorativas con el escudo de ambos clubes, como si fuera una final.

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Nudo: Robatto coloca otra vez a los hermanos Sagredo en los laterales. Ni José ni Jesús van a cruzar la mitad de cancha. El fútbol boliviano carece de jugadores en esa posición clave en el fútbol moderno. Las mejores ocasiones de la primera parte son para el “Mengao”. Carlinhos falla por tres veces. El partido, a ratos, es un ida y vuelta apasionante. Tite no ha montado una línea de cinco; ha metido un 4-4-2 ambicioso. Hace presión alta y complica la línea más endeble de Bolívar, la zaga. Nicolás de la Cruz juega a otra cosa.
Los celestes lucen ansiosos, quieren meter el segundo antes que el primero. Solo Bruno está a la altura del “match”; sus desbordes por izquierda se hacen reiterativos. Se acabará abusando del centro a la olla.

Desenlace: Robatto no mete los cambios que todo el mundo pide en el descanso. El argentino es tozudo. Y “lenteja”. El gol de Bruno a provoca que las arengas del “sí se puede” arrecien con más fuerza. Los celestes necesitan desequilibrio pero Robatto tarda una eternidad en meter a Henry Vaca y Yomar Rocha. Solo lo hace cuando extrañamente se acerca hasta su posición José María Antezana, mano derecha de Claure y le dice algo. ¿Quién dirige a Bolívar? Cuando el cruceño comienza a gambetear, desbordar y patear, tiembla el arco de Rossi. Tarde.

Post-scriptum: la falta de gol y la ausencia de eficacia lastran el envión anímico de la recta final. Claure vendió a su hombre gol, “Chico” Da Costa, por unos pesos a un club donde no juega de titular. Bolívar no tiene técnico, tampoco un presidente a la altura de un club (casi) centenario. El 2024 no quedará en el recuerdo. Ni Robatto ni Claure escribirán la historia.

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El rugby cruceño domina la Liga Mayor

En La Paz RC brilló y sorprendió (por su velocidad) el debutante “wing” italiano Giulio Carraro

El partido entre La Paz Rugby Club y Santa Cruz Rugby Club ante La Paz Rugby en alto Irpavi

Por Ricardo Bajo

/ 23 de junio de 2024 / 09:13

La flamante Liga Mayor Nacional de Rugby XV cerró su primera fecha este sábado en Alto Irpavi con la victoria de Santa Cruz Rugby Club ante La Paz Rugby Club por 17 a 71 (dos «tries» contra once).

De esta manera vencieron los tres equipos representativos del rugby cruceño: Jenecherú ante Halcones por 25 a 0 y Tigres ante Universitario de Cochabamba por 25 a 17. El cuarto representativo de la capital oriental -Aranjuez- descansó.

El quince de La Paz RC -liderado por su entrenador-jugador Francisco “Paqui” Leñero y el ex Universitario (y capitán) Diego Sabat- volvió después de seis años de ausencia a los torneos nacionales. El equipo (en formación) acusó su inexperiencia pero demostró con sus tres “tries” el potencial de su joven plantel. Sueña con volver -en unos años- a ser campeón nacional como en 2009.

La abultada victoria de Santa Cruz RC se asentó en el contundente dominio de las formaciones fijas: “line” y “scrum” donde los delanteros cruceños impusieron su ley (y su mayor peso) sin contemplaciones. En esa tarea destacó sobre manera Carmelo Salazar, autor de cinco “tries” de los once de su equipo. Los otros seis fueron obra de Mario Bazán (2), Willy Vaca, Nilo Severiche, Guillermo Zambrana y Marco Antonio Chávez. El ex capitán de Supay, Pablo Orías, fue el “referee” del partido.

Santa Cruz RC es uno de los dos serios candidatos al título (el otro es el vigente campeón Jenecherú) en este nuevo torneo nacional denominado Liga Mayor debido al buen pie de su inagotable “medio-scrum” Marco Antonio Chávez, uno de los veteranos del equipo junto al capitán Nilo Severiche.

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En La Paz RC brilló y sorprendió (por su velocidad) el debutante “wing” italiano Giulio Carraro, autor de dos “tries”. El otro “try” de los locales fue obra de Héctor Otálora Sanz. El “forward” local Rolly Armando Espejo sufrió -en el primer “scrum” del partido- una dislocación de su rodilla siendo atendido por el personal médico de la ambulancia presente en la cancha.

El partido entre paceños y cruceños terminó -como es tradicional en este deporte- con el tercer tiempo donde ambos equipos compartieron en camaradería empanadas, sándwiches, helados y una parrillada con chorizos.

La Liga Mayor Nacional de Rugby XV -en modalidad de todos contra todos- está formada este año por los citados cuatro equipos cruceños, dos de Cochabamba (Universitario y Halcones) y uno de La Paz. Esta temporada no se cuenta con la participación de tres clubes animadores de torneos pasados como Brangus, Tarija y Supay.

(23/06/2024)

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Soñar y correr

Ricardo Bajo

Por Ricardo Bajo

/ 13 de junio de 2024 / 00:37

Introducción: es el penúltimo amistoso rumbo a la Copa América. Zago usará el torneo para consolidar una idea de juego, más ofensiva. Baraja dos dibujos: una línea de cinco para hacerse fuerte atrás ante rivales (muy) superiores; y el clásico 4-2-3-1 para tener más la pelota y atacar más.

Ante Ecuador, el brasileño opta por el segundo esquema. En el onceno elige improvisar con un extraño doble cinco.

La Verde suena así: Viscarra; Medina-Sagredo-Jusino-Suárez; Céspedes-Villamil; Cuéllar-Vaca-Fernández; y Algarañaz. El catalán, Félix Sánchez Bas, formado en la Masía del Barsa, ha colocado a Ecuador en zona de clasificación (quinta posición de las eliminatorias) pero su fútbol deja muchas dudas por falta de gol.

El partido se juega en Chester/Filadelfia, en la cancha del equipo local de fútbol que se llama Union (justo lo que no tenemos en el fútbol boliviano). El árbitro se llama Lukasz Szpala, gringo con apellido polaco. Bolivia estrena uniforme verde menta.

Nudo: Bolivia arranca con presión alta e intensidad física. Van a durar -ambas- lo que duran dos peces de hielo en un “whisky on the rocks”.

El “pressing” alto no es una solución, es nuestro primer problema: lo hace el delantero centro y detrás de él cuatro hombres (se suma a esa idea Villamil). Cuando Ecuador salta líneas, queda Céspedes solito en la contención.

Por cierto, Céspedes no es cinco y no siente la marca. Resultado: Bolivia se desnuda sola, se hace daño. Somos una enfermedad autoinmune.

En apenas media hora, caemos por dos goles a cero. El segundo problema es la salida de pelota. Se ha puesto de moda (es casi una obligación para todos) salir jugando. Pero no tenemos hombres para salir jugando. El tercer problema es la defensa/los laterales: Suárez no lo es y Medina sufre cuando tiene que defender. Ambos serán sustituidos. El cuarto es el nueve. Algarañaz no tiene gol y en su equipo no juega en ese puesto. 

Desenlace: al descanso Zago hace tres cambios. ¿Rectifica o se asusta? Mete a un cinco puro como Justiniano (por Céspedes), a Saucedo (por Vaca) y a Miranda (por Algarañaz). La cosa mejora; la actitud, también. Luego entran Ramallo, Cuéllar y Terceros. Zago toca teclas. Lo que no cambia es el retroceso. Así llega el tercero de Ecuador. Se corre (mucho y mal) para atrás. El partido será recordado por el primer gol de Miguelito Terceros.

Post-scriptum: “Corro hacia mi perdición. Cuando deje de correr, esa será mi perdición”, dijo el el filósofo italiano Norberto Bobbio. Corremos hacia nuestra perdición en la Copa América (la clasificación en un grupo que compartimos con Uruguay, EE UU y Panamá es una quimera). Pero si dejamos de soñar, esa será nuestra perdición.

(13/06/2024)

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Indagación de un padre

Ricardo Bajo

/ 1 de mayo de 2024 / 07:38

Ser (un buen) hijo no es fácil. Ser (un buen) padre, tampoco. Uno se castiga en favor del otro. Esta columna podría haberse titulado: Carta a un mal padre. Un hijo, escritor, publica un libro sobre su padre muerto, filósofo. El escritor es Juan Villoro y el padre, don Luis Villoro Toranzo, filósofo zapatista/epicúreo. El libro se llama La figura del mundo: el orden secreto de las cosas (Random House, 2023). El cronista dedica la obra a su madre. En la página siguiente coloca un poema de Jaime Sabines titulado: Yo no lo sé de cierto. Lo supongo. El poema habla de dos personas que se quieren, de soledades y de silencios.

Villoro, hijo, escribe una (larga) carta a su padre. Es un padre singular y contradictorio. Es una carta llena de preguntas: ¿deben tener hijos los intelectuales? El hijo piensa que no, pues son —la gran mayoría— egoístas y tóxicos. Los hijos, para muchos intelectuales, son un estorbo. Nota mental: levanto la mirada del libro (la mejor señal) y pienso en el destino de los hijos de muchos intelectuales/artistas bolivianos: suicidio, infelicidad, trastornos mentales, drogas y engreimiento. No voy a citar nombres. Villoro también tiene respuestas: “no reproché a mi padre lo que no pudo ser y encontré una vía para quererlo a mi manera”.

La figura del mundo es un libro sobre la memoria (ajena). Sobre el pasado que siempre retorna de forma diferente. Sobre el distanciamiento (técnica de Bertolt Brecht) y los olvidos. En el teatro de la memoria, ésta tiene doble vida: bucea en lo olvidado y una vez allí, revive de otra manera. Son memorias familiares y memorias de México. A ratos, parecen cuentos inventados con personajes secundarios de lujo: hombres y mujeres que se perdieron en el olvido de la Revolución Mexicana, la Guerra Civil española, la hermosa insurgencia del e-zeta-ele-ene. “No escapa al pasado quien lo olvida”, dispara el hijo, citando a un personaje “brechtiano”.

Villoro recuerda gestos de su padre, recuerda que solo una vez le dio un beso. Recuerda su hábito de leer periódicos (el Excélsior —donde nuestro querido Coco Manto fuera jefe de redacción— y La Jornada). Recuerda sus guantes de piloto y sus anteojos de economista soviético; su costumbre de ir al mismo cine de manera religiosa; su amor (enfermizo) por los libros. “Si un padre no llora, el hijo llorará por todo”. 

Villoro, el hijo, habla de paternidad, la de ayer y la de hoy. La paternidad, como enigma insoluble. “¿Cuándo perdió la brújula la paternidad?” No lo sé, el que esto escribe no es padre. Bastante tengo con ser hijo, trabajo complicado donde los haya. “¿Cuándo perdonamos a nuestros padres por sus ausencias? ¿Es posible entender lo que un padre ha sido sin nosotros? ¿Se puede enseñar a querer?” Son las preguntas de Villoro.

Hay muchos padres e hijos que solo hablan de fútbol, “sitio ideal de la convivencia”. Algunos que no comparten esa pasión, ni siquiera de eso hablan. Los Villoro hincharon por equipos diferentes. Eso siempre calienta/alarga la charla. “Elegir un equipo significa elegir un futuro”, dice el hijo que le va al Necaxa. El padre le iba (por razones académicas) al equipo de la universidad, los Pumas de la UNAM. Ambos compartían, sin embargo, el sentimiento liberador del fútbol, la expresión de libertad, gozo y fascinación colectiva que despierta la pelota sobre la cancha. “Mi padre no me habló del fatalismo ni de la condición trágica del ser pero me llevó a los principales escenarios de la derrota: los estadios de fútbol”. Los dos eran/son de un país —como Bolivia— “donde los hinchas siempre hacen más esfuerzos que los jugadores”.

Los Villoro, padre e hijo, también hablaban de libros. Y de cómo deshacerse de ellos tras una larga vida. He visto con mis propios ojos hermosos ejemplares de tapa dura botados en la basura, abandonados con nocturnidad y alevosía. Nadie los quiere. Luis Villoro los donó a la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en Morelia. La biblioteca de un padre a veces habla más que el propio padre.

Villoro, el hijo, se da cuenta al final de la crónica paterna que en realidad está escribiendo sobre su madre. “Mi padre es buen tema para un escritor que prefiere escribir de lo que ignora”. La dedicatoria inicial era una pista para lectores/detectives. Advierte que no es discípulo del filósofo, sino de su madre, Estela. De ella conoce casi todo (la infelicidad de los 10 años de matrimonio, el deseo de querer sinónimo de amor, la posibilidad de aquel idilio en la India con Octavio Paz). Ambos, madre e hijo, hijo y madre, decidieron amar por su cuenta a su “figura del mundo”. Todos deberíamos encontrar esa vía para querer a nuestros viejos. No es fácil ser padre. No es fácil ser hijo.

Ricardo Bajo es hijo

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Más cerca del cielo

Ricardo Bajo

Por Ricardo Bajo

/ 9 de marzo de 2024 / 10:40

“¿Están listos? 90 minutos, 4.150 metros de altura. Estamos más cerca del cielo. ¡¡11 de ustedes, miles de nosotros!! Bienvenidos al estadio más alto del mundo”.

Los jugadores del Club Nacional de Football llegan al Estadio Municipal de El Alto y leen esos mensajes dibujados en la entrada del vestuario visitante. El fútbol se juega con la cabeza.

El miedo dio sus frutos en el primer partido contra los peruanos de Sporting Cristal. Táctica que gana no se toca. El capitán uruguayo, Diego Polenta, dice que si tiene que morir (en la altura) que sea con la camiseta de Nacional.

El fútbol es la continuación de la guerra por otros medios. Polenta es el símbolo de la hipérbole futbolera. Dice eso porque sabe que no va a jugar en Villa Ingenio.

La caravana de Always Ready sube desde un hotel de Sopocachi hacia la cancha. Nacional (de Montevideo) llega sobre la hora al aeropuerto de El Alto, se topa “casualmente” con una trancadera infernal por la feria de la 16 de Julio y descansa en el hotel Europa del centro paceño. En un ratito van a tener que volver a subir. Baja, sube, sube, baja. ¿Están listos?

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Al paso del autobús de la “banda roja” minibuseros hacen sonar sus bocinas y los peatones saludan con el brazo y el puño a los jugadores. En El Alto el entusiasmo popular trepa por las nubes. El Always es un (creciente) fenómeno social, que trasciende lo deportivo.

Es el símbolo de una ciudad emergente. Es la viva imagen de un pueblo valiente, el alteño, vilipendiado hasta el cansancio, orgulloso de su impronta trabajadora y sus raíces aymaras. El fútbol es algo más que 22 tipos en calzones.

La psicológica esta vez juega en contra. Los “players” de Always Ready mueven con parsimonia la pelota. La altura no gana partidos ella solita. El fútbol no se abre por las bandas. Diego Medina y Adalid Terrazas están irreconocibles.

El “Chino” Recoba ha metido atrás a su equipo, se defienden bien juntitos con línea de cinco y cuatro hombres al medio (luego incluso pasará a línea de cuatro al fondo). En la cancha donde (supuestamente) no hay oxígeno lo que falta son los espacios. La “banda roja” tendrá la pelota, fabricará chances (y las fallará), se desesperará ante la complicidad del “referee” con las pérdidas de tiempo del rival y se enojará harto con los groseros errores arbitrales (el inexistente “off side” y la mano no cobrada).

El “score” dice al final que Always Ready ha ganado a un histórico del fútbol por uno a cero. La sensación es agridulce. Se esperaba (las malas costumbres) una goleada para viajar tranquilos al Uruguay. Son casi las once de la noche.

Hace frío y cae una espesa niebla sobre la ciudad de El Alto. No estamos más cerca del cielo, caminamos entre las nubes.

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