Dos mujeres contrajeron el virus, pero solo una se recuperó
Las jóvenes profesionales de la medicina, que trabajaban largas horas en el frente de batalla en Wuhan, primero se enfermaron de fiebre. A las pocas semanas, ambas estaban en camas de hospital, conectadas a endovenosas o máquinas de oxígeno.
Ninguna de las jóvenes madres dijo a sus hijos que tenía coronavirus. Mamá estaba trabajando duro, dijeron, para salvar a los enfermos. En cambio, Deng y Xia Danjing Sisi estaban luchando por sus vidas en los mismos hospitales donde trabajaban, débiles por la fiebre y respirando trabajosamente. En cuestión de semanas, habían pasado de ser sanas profesionales de medicina combatiendo desde la primera línea la epidemia en Wuhan, China, a pacientes de coronavirus en estado crítico.
El mundo todavía lucha para comprender plenamente el nuevo virus, sus síntomas, propagación y fuentes. Para algunos, puede sentirse como un resfriado común. Para otros, es una infección mortal que destroza los pulmones y sobrecarga el sistema inmunitario, destruyendo incluso a las células sanas. La diferencia entre la vida y la muerte puede depender de la salud del paciente, la edad y el acceso a la atención médica, aunque no siempre.
El virus ha infectado a más de 500.000 personas en todo el mundo. La gran mayoría de los casos han sido leves, con escasos síntomas. Pero la progresión del virus puede ser rápida, al punto de que las probabilidades de supervivencia se desploman. Aproximadamente 23.000 personas han muerto hasta ahora. Los destinos de Deng y Xia reflejan el carácter imprevisible de un virus que afecta a todo el mundo de forma diferente, a veces desafiando los promedios estadísticos y la investigación científica.
Mientras comenzaba el año nuevo en China, las vidas de las mujeres eran notablemente similares. Ambas tenían 29 años de edad. Las dos estaban casadas, cada una con un hijo pequeño al que adoraban.
Deng, enfermera, trabajó durante tres años en el Hospital No. 7 de Wuhan, en la ciudad donde creció y en la que comenzó la pandemia del coronavirus. Su madre también era enfermera allí y en sus ratos libres veían películas o iban de compras juntas. La actividad favorita de Deng era jugar con sus dos gatitos, Fat Tiger y Little White, el segundo de los cuales había rescatado apenas tres meses antes de caer enferma.
Xia, gastroenteróloga, también provenía de una familia de profesionales de la medicina. De niña, había acompañado a su madre, enfermera, a trabajar. Comenzó a trabajar en el Hospital Unión Jiangbei de Wuhan en 2015 y era la doctora más joven de su departamento. Sus colegas la llamaban “Pequeña Sisi” o “Cariñito”, porque siempre estaba sonriendo. Le encantaba la sopa picante de Sichuan, un plato famoso por ser un caldo tan picante que entumece los labios.
Cuando un misterioso virus nuevo azotó la ciudad, las mujeres empezaron a trabajar largas jornadas, tratando a una aparentemente interminable avalancha de pacientes. Tomaron precauciones para protegerse. Pero sucumbieron a la infección, el virus altamente contagioso se encontraba en lo más profundo de sus pulmones, causando fiebre y neumonía. En el hospital, cada una empeoró. Una mejoró. La otra no.
Xia había terminado su turno nocturno el 14 de enero cuando le pidieron regresar para atender a un paciente de 76 años de edad con sospecha de coronavirus. Con frecuencia, iba a ver cómo seguía. Cinco días después, comenzó a sentirse mal. Exhausta, tomó una siesta de dos horas en casa, luego verificó su temperatura: era de 38,8 grados Celsius. Sentía presión en el pecho.
Unas semanas más tarde, a principios de febrero, Deng, la enfermera, se preparaba para cenar en la oficina del hospital cuando sintió náuseas al ver los alimentos. Trató de olvidarse de la sensación, creyendo que solo era cansancio por el trabajo. Pasó el inicio del brote visitando a las familias de los pacientes confirmados y enseñándoles a desinfectar sus casas. Tras obligarse a comer algo, Deng fue a casa a ducharse y, luego, sintiéndose mareada, tomó una siesta. Cuando despertó, su temperatura era de 37.7 grados Celsius.
La fiebre es el síntoma más común del coronavirus, ya que ha estado presente en casi el 90% de los pacientes. Aproximadamente una quinta parte de las personas experimenta dificultades para respirar, que a menudo incluyen tos y congestión. Muchos también se sienten fatigados. Ambas mujeres se apresuraron a ver a un médico. Las radiografías del tórax mostraron daño en sus pulmones, un indicio revelador del coronavirus, que está presente en al menos el 85% de los pacientes, según un estudio.
En particular, la tomografía computarizada de Deng mostraba lo que se conoce como opacidades en “vidrio esmerilado” en la parte inferior del pulmón derecho, manchas nebulosas que señalaban la presencia de líquido o inflamación alrededor de sus vías respiratorias. El hospital no tenía espacio, así que Deng se registró en un hotel para evitar contagiar a su esposo y su hija de 5 años. Sudó toda la noche. En algún momento, sintió un tirón en la pantorrilla. Por la mañana, fue internada en el hospital. Le frotaron la garganta para hacer una prueba genética, que confirmó que tenía coronavirus.
Su habitación en un pabellón recién inaugurado para el personal era pequeña; tenía dos camas con un número asignado a cada una. Deng estaba en la cama 28. Su compañera era una colega que también había sido diagnosticada con el virus. En el Hospital de Jiangbei, a 28 kilómetros de distancia, Xia luchaba para respirar. La llevaron a un pabellón de aislamiento y la trataron médicos y enfermeras que vestían trajes de protección y gafas de seguridad. La habitación era fría.
Cuando Deng fue internada en el hospital, trató de mantenerse optimista. Le envió un mensaje a su marido, exhortándolo a usar barbijo incluso en casa y limpiar todos sus tazones y palillos con agua hirviendo o tirarlos. Su marido le envió la fotografía de uno de sus gatos en casa. “Esperando a que vuelvas”, decía el pie de foto. “Creo que será en unos 10 o 15 días. Cuídate“, le respondió.
No hay cura conocida para el Covid-19. Entonces, los médicos se basan en una mezcla de otros medicamentos antivirales, principalmente para aliviar los síntomas. El médico de Deng le recetó una combinación de arbidol, un medicamento antiviral utilizado para tratar la gripe en Rusia y China; Tamiflu, otro medicamento contra la influenza más conocido internacionalmente; y Kaletra, un medicamento para el VIH que se cree que evita que el virus se reproduzca. Deng tomaba alrededor de 12 pastillas diarias, además de medicina tradicional china.
A pesar de su optimismo, se sentía más débil. Su madre le llevaba comida casera que dejaba a la entrada del pabellón, pero ella no tenía hambre. Para alimentarla, una enfermera tenía que ir a las 8:30 de la mañana a conectarla a un gotero intravenoso con nutrientes. Otro gotero bombeaba anticuerpos a su torrente sanguíneo, así como otros antivirales.
Xia, también estaba gravemente enferma, pero parecía estar combatiendo la infección poco a poco. Su fiebre desapareció después de unos cuantos días y comenzó a respirar más fácilmente después de que la conectaron a un respirador. A principios de febrero, Xia preguntó a su esposo, Wu Shilei, también médico, si creía que podría terminar la oxigenoterapia pronto. “Tómalo con calma. No seas tan impaciente”, le contestó por WeChat. Le dijo que tal vez podrían retirar el respirador la semana próxima. “Sigo pensando en aliviarme pronto”, respondió Xia.
Hay motivos para creer que estaba mejorando. Después de todo, la mayoría de los pacientes se recuperan del coronavirus. Posteriormente, la prueba del coronavirus de Xia salió negativa en dos ocasiones. Le dijo a su madre que espera que la dieran de alta el 8 de febrero.
A los cuatro días de internamiento, Deng ya no podía fingir alegría. Vomitaba, tenía diarrea y escalofríos todo el tiempo. Su fiebre aumentó a 38,5 grados. La madrugada del 5 de febrero, despertó de un sueño irregular y descubrió que los medicamentos no habían hecho nada para bajar su temperatura. Lloró. Dijo que fue clasificada como paciente crítico.
China establece que un paciente se encuentra en estado crítico cuando presenta insuficiencia respiratoria, convulsiones o falla multiorgánica. Alrededor del 5% de los pacientes infectados llegaron a estar en estado crítico en China, según uno de los mayores estudios realizados hasta la fecha de los casos de coronavirus. De esos, el 49% murió (esos índices pueden cambiar una vez que se analicen más casos en todo el mundo).
Aunque Xia parecía estar recuperándose, todavía la aterraba morir. Las pruebas pueden fallar y un resultado negativo no significa necesariamente que los pacientes se encuentran fuera de peligro. Ella le pidió a su madre que le prometiera algo: ¿sus padres podrían cuidar de su hijo de dos años si ella no se recuperaba? Con la esperanza de disipar su ansiedad con humor, su madre, Jiang Wenyan, la reprendió: “es tu hijo. ¿No quieres criarlo tú?”.
A Xia también le preocupaba su marido. Mediante una conversación por video, lo exhortó a que usara equipo de protección en el hospital donde trabajaba. “Ella dijo que esperaba que regresara a salvo y que volvería a la primera línea tan pronto se recuperara”, dijo él. Luego, vino la llamada. El estado de Xia se había deteriorado repentinamente. En la madrugada del 7 de febrero, su marido acudió con toda prisa a la sala de emergencias. El corazón de Xia se había detenido.
En la mayoría de los casos, el cuerpo se repara solo. El sistema inmunitario produce anticuerpos suficientes para eliminar el virus y el paciente se recupera. Al final de la primera semana de Deng en el hospital, su fiebre había cedido. Podía comerse los alimentos que su madre entregaba. El 10 de febrero, mientras su apetito regresaba, miró fotos de brochettes en internet y las publicó en las redes sociales anhelante. El 15 de febrero, le hicieron una prueba en la garganta que salió negativa para el virus. Tres días después, volvió a salir negativa. Ya podía irse a casa.
Deng se encontró con su madre por un momento en la entrada del hospital. Luego, como Wuhan seguía cerrada, sin taxis ni transporte público, caminó a casa sola. “Me sentí como un pajarito”, recordó. “Había recuperado la libertad”.
El Gobierno chino ha instado a los pacientes que se recuperan a donar plasma, que los expertos dicen que contiene anticuerpos que podrían utilizarse para tratar a los enfermos. Deng se puso en contacto con un banco de sangre local poco después de llegar a casa. Planea regresar al trabajo tan pronto como el hospital se lo permita. “La nación fue la que me salvó”, afirmó. “Y creo que puedo poner mi granito de arena en agradecimiento”.
Eran poco después de las 3 a. m. del 7 de febrero cuando Xia fue llevada a toda prisa a la unidad de cuidados intensivos. Primero, los doctores la intubaron. Luego, el presidente del hospital convocó desesperado a varios expertos de la ciudad, incluido Peng Zhiyong, jefe del departamento de cuidados críticos del Hospital de Zhongnan.
Llamaron a todos los hospitales en Wuhan para solicitar en préstamo un equipo de oxigenación por membrana extracorpórea (OMEC), una máquina que hace el trabajo de su corazón y pulmones. El corazón de Xia empezó a latir de nuevo. Pero la infección en sus pulmones era demasiado grave y colapsaron. Su cerebro necesitaba más oxígeno, lo cual ocasionó daños irreversibles. Poco después, sus riñones dejaron de funcionar y los médicos tuvieron que someterla a diálisis las 24 horas. “El cerebro funciona como el centro de control. No podía controlar sus demás órganos; por lo que esos órganos fallaron. Era solo cuestión de tiempo”, explicó Peng.
Peng sigue sin entender por qué murió Xia después de que parecía que estaba mejorando. Su sistema inmunitario, como el de muchos trabajadores de la salud, pudo haberse visto afectado por la constante exposición a la enfermedad. Tal vez padeció lo que los expertos denominan una “tormenta de citocinas”, en la cual la reacción del sistema inmunitario a un nuevo virus llena los pulmones de glóbulos blancos y fluidos. Quizá murió porque sus órganos se quedaron sin oxígeno.
En casa de Xia, su hijo, Jiabao (cuyo nombre significa invaluable tesoro) todavía piensa que su madre está trabajando. Cuando el teléfono suena, intenta quitárselo a su abuela, gritando: “mamá, mamá”. Su esposo, Wu, no sabe qué decirle a Jiabao. No ha podido hacerse a la idea de la muerte de su esposa. Se conocieron en la facultad de medicina y se enamoraron, ella fue su primer amor. Planeaban envejecer juntos. “La amaba tanto”, dijo. “Ahora se ha ido. No sé qué hacer ahora. Me toca aguantar”.
Sui-Lee Wee y Vivian Wang son periodistas.
© The New York Times Company, 2020.